NO ES NORMAL, Y NUNCA DEBERÍA SERLO
CuandoCuando le ponemos un nombre a algo es porque sabemos que vamos a necesitar referirnos a ello en adelante de forma recurrente. Con los bebés lo hacemos incluso antes de que nazcan y prácticamente en el primer instante durante la interacción con un desconocido con quien, según dicta el decoro social, no podremos podremos mantener una conversación seria ni augurar relación futura sin antes preguntarle cómo se llama. Es el último paso antes de presentar un nuevo proyecto, una idea ingeniosa, una creación artística. Y en el ámbito periodístico, es la señal de que un suceso noticioso lo seguirá siendo durante un tiempo. Con solo tres palabras, podemos condensar toda una escena social, lo que le precede y le sucederá, a quienes implica y a quienes afecta; el título de una obra que, en este caso y por el momento, sigue sin final: «colas del hambre».
Hace ya casi un año del estallido de la crisis sanitaria ocasionada por la Covid-19, lo que significa que hace ya casi un año que muchos y muchas se han quedado sin trabajo, porque su empresa ha desaparecido, porque les han despedido o porque han tenido que dejarlo para asumir los cuidados de un ser querido. Así lo prueban las imágenes de personas esperando en fila y separadas por un metro y medio de distancia a las puertas de colectivos como la Asociación de Vecinos de Aluche (AVA), que atiende y da alimento a cerca de un millar de familias en el barrio todas las semanas, y así lo prueban también los datos: según un informe realizado por el Ayuntamiento presentado el pasado viernes, el 37% de los hogares madrileños afirma haber sufrido una caída de ingresos durante la pandemia, el 42% en el caso de las familias con hijos y hasta el 47% cuando estas son monoparentales. Es decir, hace ya casi un año del inicio de las «colas del hambre».
Les dimos un nombre para poner el foco sobre ellas. Sin embargo, ocurre que las etiquetas, cuando se repiten demasiado, pierden su significado, como si dejaran de tener sentido porque de pronto hablan de algo demasiado habitual, una cosa no noticiosa, sino normal. Pero el hambre, aquí y ahora, no es normal, y nunca debería serlo.
El 42% de las familias madrileñas ha empobrecido a raíz de la pandemia