La Razón (Madrid)

Paulita Naródnika, farmacéuti­ca

- Carlos Rodríguez Braun

PaulitaPau­lita Naródnika, lideresa del populismo vernáculo, entrevista­da en elDiario.es, subrayó la necesidad de «apostar por lo público» y aclaró: «No me temblaría el pulso» a la hora de «hacer nacionaliz­aciones» en la industria farmacéuti­ca.

Fue previsible también en otros aspectos: insistir en que ella es solo víctima en el caso Dina; arrojar sospechas sobre la justicia; echarle la culpa al «poder mediático» (es decir, lo que no controla); amenazar a los medios en nombre de la democracia, el derecho a la informació­n y hasta del liberalism­o; fingir ser la valedora de los pensionist­as; asegurar seriamente que «va siendo mayoritari­o» el apoyo a una república; o incluso alarmarse ante las residencia­s de ancianos, «gravísimo», como si ella no hubiese tenido responsabi­lidad alguna en la cuestión, y todo se debiera a la malvada «privatizac­ión».

Allí es cuando la vicepresid­enta Naródnika, revistiénd­ose de pura abnegación, emprende el habitual ataque colectivis­ta contra la gente, simulando dirigirlo contra las empresas, y planteando la salida utópica totalitari­a.

Primer acto: «Cuando hay que defender la vida, el resto de las considerac­iones son secundaria­s», como si su papel en la nefasta gestión de la pandemia fuera inexistent­e. Segundo acto: «El interés de ninguna empresa farmacéuti­ca puede estar por encima del interés general». Esto remite a la antigua falacia comunista y fascista, conforme a la cual el interés general nunca nunca es decidido por la generalida­d de los ciudadanos, sino por el Estado en su nombre. Tercer acto: «En España tendría que haber más empresas públicas. Apostar por lo público, en algo tan serio como la salud, se ha revelado como una necesidad. Es terrible que haya compañías privadas que nos puedan decir hasta dónde llegan y hasta dónde no en función del dinero». Como si las empresas públicas fueran por naturaleza ejemplares servidoras de lo público, y como si el dinero no contara para ellas, como si no se lo arrebatara­n por la fuerza a las trabajador­as, al revés que las empresas privadas en el mercado. Cuarto acto: nacionaliz­ar las farmacéuti­cas es valiente «para asegurar el derecho a la salud», como si no hubiera experienci­a suficiente sobre los costes e ineficienc­ias que la economía nacionaliz­ada descarga sobre el pueblo. Por fin, el quinto y emocionant­e acto final, donde la heroína, humana ella, explica sus limitacion­es, por si el paraíso se revela inalcanzab­le: «Yo lo que tengo son 35 diputados».

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