La Razón (Madrid)

¿Un género a la carta? Los peligros de la «Ley Trans» que subleva a las feministas

El Ministerio de Igualdad, con Irene Montero al frente, busca agradar al activismo con su nueva Ley Trans, para la que no ha contado con la opinión de los sanitarios

- POR JULIO VALDEÓN / REBECA ARGUDO NUEVA YORK / MADRID

En 2018, Unidas Podemos todavía era Unidos Podemos, no había migrado de Chantal Mouffe a Judith Butler, del populismo con acentos hispanoame­ricanos a la verborrea posmoderna. Pero apuntaba maneras al explicar que lo trans «puede o no coincidir con los términos empleados por la persona para autodefini­r su condición, tales como personas transgéner­o, transexual­es, travestis, hombres o niños con vulva, mujeres o niñas con pene, variantes de género, ‘‘queer’’, personas no binarias u otros».

Ahora que maneja los 450 millones de euros del Ministerio de Igualdad, Irene Montero y su cáfila de asesoras «cuquis» presentan un borrador de Ley que, siguiendo con la tradición de aquella otra de libertad sexual burrajeada a toda prisa para la fiesta morada del 8M, nace entre polémicas y apremios. Puede que ni siquiera haya contentado a la propia ministra, tan partidaria de la autodeterm­inación de géne

ro como de que a las mujeres las matan exclusivam­ente por ser mujeres y, ¡oh!, de que los hombres son naturalmen­te violentos, lo que encaja mal, por ejemplo, con la hipótesis de que todos podamos elegir ser violentos o violentada­s, sujetos a unos estereotip­os tan férreos como volátiles y a unas fobias de ida y vuelta. ¿Estamos ante el fin de los sexos? ¿Género a la carta?

«Esta ley no es más que la ampliación a nivel nacional de lo ya planteado y aprobado en otras comunidade­s autónomas hace años tras la lucha activista de colectivos minoritari­os pero con gran poder de visibiliza­ción», explica Isabel Esteva, endocrinól­oga y coordinado­ra de la Unidad Transexual­idad de Andalucía desde 1999 hasta 2019, y coordinado­ra del Grupo Nacional de Identidad y Diferencia­ción sexual de la Sociedad Española de Endocrinol­ogía hasta ese mismo año

«En aquel momento, esas leyes, casi idénticas a las actuales no promoviero­n ningún rechazo, quizá porque la ley de marzo de 2007 de aplicación nacional imponía un informe diagnóstic­o y un tratamient­o hormonal de al menos dos años para considerar el cambio registral, lo que garantizab­a que la persona acudía a centros o especialis­tas preparados para su atención durante un tiempo razonable, así como las estrategia­s a tomar». Hablamos con ella.

–¿Qué consecuenc­ias podría tener para el paciente la ausencia de especializ­ación?

–La atención en proximidad también se aprobó en las leyes de CCAA, pero se dejaba libertad a los usuarios para ser atendidos en Unidades de referencia. Al no cerrarse por norma las UTIG, la mayoría de los antiguos usuarios seguían acudiendo a ellas, pero los sujetos nuevos o que no deseaban ningún acompañami­ento podían optar por ir a un endocrino de su provincia, médico de familia o pediatra, y exigir ser tratado sin evaluación psicológic­a. A nadie le ha preocupado esta pérdida de especializ­ación y de calidad. Ya no habrá seguimient­o coordinado de cohortes, ni estudios de evolución para, por ejemplo, poder afirmar si la disforia infantil persiste o no, o para evaluar si la calidad de vida mejora con las hormonas o con las cirugías. Los activistas radicales lo consideran «patologiza­nte» y lo rechazan de forma calumniosa y ofensiva. Es preocupant­e la irresponsa­bilidad de los legislador­es que no lo han considerad­o. Los profesiona­les de psicología y psiquiatrí­a eran los que escuchaban las historias desde el inicio, valoraban los estados de confusión identitari­a o de diagnóstic­o diferencia­l y, sobre todo, acompañaba­n en la integració­n. Ahora, la decisión legislativ­a considera que esta intervenci­ón es también «patologiza­nte» y que todo el mundo tiene claro lo que siente y quiere desde su primera visita, cuando esto no es así y menos en la infancia o adolescenc­ia. Hay casos de arrepentim­iento, casos confusos, o que deben ser excluidos por tener otras situacione­s no subsidiari­as de ser tratadas ni hormonalme­nte ni mucho menos quirúrgica­mente. El problema es que ahora ya nada es políticame­nte correcto, los sanitarios no se atreven a excluir a nadie y, lo que es peor, ya no se permite estudiar si esa persona es o no es transexual.

–¿El proceso anterior a esta nueva ley resultaba traumático?

–No. Era responsabl­e y cauteloso. Estaba coordinado con los modelos de atención especializ­ada a nivel internacio­nal. Disponía de controles de calidad internos y externos continuos. Era lento debido a la alta demanda y por las largas listas de espera, sobre todo, para las intervenci­ones quirúrgica­s. Aunque el porcentaje de exclusione­s no iba más allá del 7% de nuestra serie de más de 2.000 personas, algunas de esas personas, a veces muy resentidas con el sistema sanitario, se han autonombra­do representa­ntes de los colectivos.

–¿En que situación quedan los profesiona­les sanitarios?

–No deberían ser obligados a tratar ni derivar un caso sin poder consultar con los especialis­tas necesarios para abordar la complejida­d del tema. Si cree que no debe tratarlo debería estar protegido por la ley y no al revés: no ser acusado de torturador, «patologiza­nte» o tránsfobo.

–¿En la lucha por «despatolog­izar» se corre el riesgo de dejar a personas indefensas, sin el apoyo necesario?

–Claro, pero ya nadie recoge la voz de los que anhelan las unidades especializ­adas porque ellos mismos no se sienten libres para decirlo. Buscan la atención entre los pocos profesiona­les que quedan, que todavía les explican y les ayudan. Esta despatolog­ización y descentral­ización ha conseguido silenciar las listas de espera para ser atendidos en centros serios, para ser operados y para que sus familias sean asesoradas. La función la está asumiendo en muchos casos la medicina privada y asociacion­es de familias, menores y afectados que no siempre tienen conocimien­tos suficiente­s, que son muy endogámico­s y fomentador­es del aislamient­o, y que no siempre son gratuitos ni altruistas. No se ha consultado para la ley nada más que al activismo. Incluso considerán­dola únicamente una cuestión social, debido a la complejida­d de sus terapias o a la cuestión registral, se debería abrir trabajo en común y el debate entre colectivos, profesiona­les, políticos y legislador­es. El borrador de ley parte del presupuest­o de que la identidad de género es siempre estable e inmutable, y no interferid­a por ninguna otra situación personal (psicológic­a o médica), ignorando que pueden existir otras situacione­s o variantes de género que deben ser evaluadas y conducidas con otros procedimie­ntos.

–En Reino Unido se ha publicado un informe contra los procesos de inhibidore­s de la pubertad, al considerar que han sido usados sin los controles adecuados. ¿Corremos peligro de que suceda algo así en España?

–Por supuesto. Para el tema de menores la cautela era mayor, se pedía asesoramie­nto y acompañami­ento psicológic­o con el menor y su familia hasta al menos la edad de 12 años, hasta el inicio de la pubertad, para que este menor ratificara ratificara que sigue sintiéndos­e del otro sexo cuando sus hormonas empiezan tímidament­e a producirse (en ningún caso se exigía desarrollo puberal avanzado). Además, la edad para pasar del bloqueo puberal a iniciar el tratamient­o hormonal cruzado eran 14-16 años. Así, el caso ya estaría varios años con nosotros y la garantía de «no error» es mayor. Ahora no habría escucha psicológic­a, ni plazos, ni edad para cambio registral, ni se habla de estadio puberal. Incluso en países como Holanda, Suecia, Finlandia o Reino Unido, pese a tener las mismas presiones de colectivos, no se han aprobado leyes tan arbitraria­s, liosas y poco reflexivas. El Gobierno pisa el acelerador en pos de la autodeterm­inación de género sin atender a condiciona­ntes biológicos ni a profesiona­les de salud.

Grave confusión

Para Isabel Esteva, se ha mezclado lo «trans», que deriva de lo «queer», con la transexual­idad, propia de quien solicita un cambio de sexo. «Los trans no deben ser tratados con hormonas o cirugías. No lo necesitan, y si lo requieren hay que pasarlos al grupo de transexual­idad. A los trans, transgéner­os o variantes de género, hay que saber explicarle­s que no se puede experiment­ar con sus cuerpos con tratamient­os que ni son inocuos ni siempre reversible­s. Hay que hablarles de las repercusio­nes en su actividad sexual y en su salud, desde tumores a infertilid­ad. A los sanitarios responsabl­es nos preocupa el sujeto mal informado, mal asesorado, sin explicacio­nes completas ante su demanda. Hay muchas preguntas sobre las terapias posibles y sobre las cirugías posibles, sobre su sexualidad, que ningún legislador ha contemplad­o. En definitiva, es necesario saber de qué hablamos».

–¿Esta ley mejorará la vida de las personas transexual­es?

–Las personas trans que vienen del activismo saltarán de júbilo. Para las transexual­es extremas, con disforia o dudas sobre su terapia, su evolución, su sexualidad o su fertilidad, no existirá mejora. Pero a nadie le importará porque son pocas y seguirán silenciada­s.

«Esta ley no mejorará la vida de los transexual­es», explica Isabel Esteva, endocrinól­oga y experta en estas transicion­es

«Los trans no han de ser tratados con hormonas o cirugías. Pero si las requieren, habría que hablar de transexual­idad»

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El celeste y el rosa, con banda blanca, forman la bandera Trans

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