La Razón (Madrid)

QUE QUIERES ARROZ, EKATERINA

- POR CHAPU APAOLAZA REUTERS

El ministro de Asuntos Exteriores Serguéi Lavrov le ha echado en cara al jefe de la diplomacia europea Josep Borrell que los políticos catalanes estuvieran en la cárcel –siempre es mejor que envenenarl­os o bombardear­los– y que los tribunales europeos les hubieran sacado los colores al no entregar a Carles Puigdemont. Europa fue a Moscú a afearle el trato al opositor Alexei Navalny, pero Lavrov respondió que si quieres arroz, Ekaterina. La ministra de exteriores González Laya, que a veces es decidida y mortal como un tejón melero, admitió sus dudas sobre la democracia rusa porque hasta ahí podríamos llegar. Y tenía razón.

Con todo, uno de los tics del español es considerar al ruso en particular y el eslavo en general poco menos que un bruto continenta­l, un malvado de película incapaz de pocos esfuerzos más que el de dejarse seducir por un líder totalitari­o que dobla sartenes con las manos, perseguir disidentes, hacer la gimnasia olímpica y la del supremacis­mo, beberse el equivalent­e al lago Baikal en vodka y, por supuesto en el caso de las mujeres, quitarle el marido a otra. A esta sensación de superiorid­ad se le ven muy bien las patas en episodios como el de la vacuna rusa. Durante meses la despreciam­os con ahínco y puede ser que terminemos yendo a vacunarnos a Siberia donde un mes de febrero me advirtiero­n de que sonreír al conductor de un autobús era una costumbre propia de un loco. Hay un hilo que une el pensar que la Sputnik se obtiene al mezclar vodka y baba del oso atómico de Zelenogors­k y el chiste que cuenta que en El Ejido los curas en las bodas ofician los matrimonio­s «hasta que la rusa los separe». Podría creer que en España pecamos de rusofobia si no se pensara también que los chinos son todos iguales, los holandeses disfrutan viendo cómo se mueren de hambre los europeos del sur y setenta millones de norteameri­canos votan a Trump empujados por un barril de Budweiser Budweiser y de una concepción del mundo en la que Italia linda con México. Por no hablar de los israelíes. Igual digo que no hay tanta rusofobia como xenofobia, o es que el español es una versión del europeo que, si no sostiene que los otros son peores, al menos se cree él mejor.

Igual así se puede comprender la paradoja por la que si un ministro de Exteriores ruso compara a Puigdemont con Navalny –mal comparados están–, el Gobierno hace arder en la plaza montones de muñecas matrioskas, pero se guarda silencio si su vicepresid­ente equipara a un president a la fuga con los exiliados de la guerra civil. El truco de Serguéi Lavrov, que es ruso pero no es tonto, consiste en atacar la política española en Cataluña con los mismos argumentos del Gobierno de España. Puede darse la contradicc­ión que al Gobierno le escueza que le diga un ruso que el delito de sedición no se ajusta a los estándares europeos cuando es el propio Gobierno el que justifica la reforma de las penas por sedición con que mantiene viva su legislatur­a en que no se ajustan a los estándares europeos. Si pacta los presupuest­os con el partido de los tipos que están en la cárcel y lo considera un socio estratégic­o. Si anda por ahí con el argumento de la desjudicia­lización, del que todos lo hemos hecho mal en Cataluña y en definitiva de que conviene sacar a los políticos presos de la cárcel, no se asusten cuando les reprochan que no deberían de haber entrado.

Uno de los tics del español es considerar al ruso poco menos que un bruto continenta­l, un malvado de película El español es una versión del europeo que, si no sostiene que los otros son peores, al menos se cree el mejor Al Gobierno le escuece que le diga un ruso que el delito de sedición no se ajusta a los estándares europeos

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El ministro de Exteriores ruso, Seguéi Lavrov, reunido con su homónimo de la Unión Europea, Josep Borrell
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