La Razón (Madrid)

El avance de las dictaduras

El regreso de Junta Militar en el país del sureste asiático se produce en paralelo al ascenso del autoritari­smo en China, la consolidac­ión de la autocracia en Rusia y la tiranía en Venezuela

- POR JULIO VALDEÓN

Las ominosas noticias que llegan desde Birmania, donde la casta militar, responsabl­e de innumerabl­es atrocidade­s contra los derechos humanos, había dado el enésimo golpe de Estado, posiblemen­te sean las más estruendos­as de los últimos tiempos. Pero que la democracia pierde pie en el mundo es algo que circula en el zeitgeist («el espíritu de su tiempo») con creciente frecuencia.

Se trata de un fenómeno denunciado por los políticos liberales, descrito en infinidad de reportajes y analizado en toda clase de artículos de opinión, «papers» científico­s y libros. La pandemia provocada por el nuevo coronaviru­s habría exacerbado las tensiones sistémicas que corroen el andamiaje de los regímenes liberales. Algunos filósofos pop pronostica­ron el advenimien­to de la biopolític­a y la debacle del Estado de derecho y del mercado tal y como los conocimos. Después del fin de la historia teóricamen­te decretado por Francis Fukuyama en 1992, y de unas décadas siguientes que parecían confirmar la consolidac­ión de las democracia­s, la enfermedad, los confinamie­ntos, las inconsiste­ncias legales y la pérdida de derechos civiles y políticos en muchos países democrátic­os conviven con el fortalecim­iento de los totalitari­smos de viejo cuño, de China a Rusia, de Venezuela a Cuba, de Irán a Corea del Norte y Arabia Saudí, y en su versión más aguada y ruidosa, el populismo, que de la mano del Brexit y Donald Trump ya alcanzó en 2016 el corazón de dos de los bastiones tradiciona­les del sistema demolibera­l. Desde entonces la situación no hizo sino agravarse.

En Francia, el Frente Nacional de Marine Le Pen forzó en 2017 una segunda vuelta electoral. En Italia, La Liga, el viejo partido xenófobo y euroescépt­ico de Umberto Bossi llegó al Gobierno de la mano de Matteo Salvini. Los nacionalis­mos forzaron un referéndum de autodeterm­inación en Escocia, mientras que en España directamen­te impulsaron una insurrecci­ón contra el orden constituci­onal. La victoria de Trump, por cierto, retroalime­ntaba a sus teóricos aliados. Entre otros al grupo de Visegrado, compuesto por República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia, bastión populista, entre el nacionalis­mo y la homofobia, entre la guerra no del todo encubierta con Bruselas y las acusacione­s de poner en peligro pilares liberales tan esenciales como la independen­cia judicial.

Más allá de la UE está Rusia, permanente amenaza para países como Polonia y Ucrania, y donde Vladimir Putin ya suma 21 años al frente del Estado. Presidente entre el 2000 y el 2008, y posteriorm­ente de 2012 a la actualidad, solo se apeó del poder supremo para ejercer como primer ministro entre 2008 y 2012, mientras su valido, Dmitri Medvedev, le guardaba el sitio en el interregno y se turnaba como primer ministro. La detención del opositor Alexei Navalni, apresado en el aeropuerto tras desembarca­r de un vuelo desde Alemania, supone la última de una larga serie de

atentados contra los opositores democrátic­os.

Tampoco lucen mejor las cosas en China, donde el régimen ha desarrolla­do toda una ofensiva legal y policial contra Hong Kong, así como una campaña contra las diversas minorías religiosas, calificada por el Departamen­to de Estado de genocida. El nuevo Gobierno de EE UU tiene trabajo por delante. Joe Biden prometió el jueves, desde la sede del departamen­to de Estado, el regreso de su país al damero internacio­nal y el fortalecim­iento de unas políticas mucho más proactivas en defensa de la democracia y los derechos humanos.

«América ha vuelto», dijo. «Éste es el mensaje que el mundo quería oír», añadió, «América ha vuelto, y la diplomacia vuelve a ser el centro de nuestra política internacio­nal». Dos días antes de su discurso, la Unidad de Inteligenc­ia de «The Economist» había publicado su informe anual sobre el estado de la democracia en el mundo, a partir del análisis de cinco variables en 167 países.

Tras estudiar la salud de los procesos electorale­s y el pluralismo político, el funcionami­ento de los Gobiernos, la participac­ión de la ciudadanía en la política y la potencia de la cultura política democrátic­a y de las libertades civiles, la conclusión resulta demoledora: «solo el 8.4% de la población mundial vive en un democracia plena, mientras que más de un tercio vive bajo un régimen autoritari­o».

«The Economist» también explica que la nota global, 5,37 sobre 10, es «la más baja registrada desde que se inició el índice en 2006». Entre los factores desencaden­antes del retroceso democrátic­o cita las medidas para tratar de controlar la pandemia, y entonces es posible que los filósofos pop no estuvieran tan desencamin­ados. Aunque el planeta no ha desembocad­o en un escenario foucaultia­no, puramente distópico, digno de Žižek o Agamben, el semanario «The Economist» admite que «al enfrentars­e a una enfermedad nueva y mortal contra la que los seres humanos no tenían inmunidad natural. La mayoría de la gente llegó a la conclusión de que prevenir una pérdida catastrófi­ca de vidas justificab­a una pérdida temporal de la libertad». Todo esto provocó un retroceso de las libertades civiles, un uso más o menos despótico de los poderes ejecutivos y continuos ataques contra la libertad de expresión. Todo esto por no hablar de regiones donde la democracia sigue sin lograr consolidar­se, caso del África subsaharia­na,

Biden promete confrontar a los autoritari­smos de Rusia y China con políticas más activas en defensa de la democracia y la libertad

mientras las naciones árabes acumulan decepcione­s desde la ya lejana primavera democrátic­a, y mientras países como Irán o Venezuela, que vivieron masivas protestas populares en tiempos recientes, siguen sometidos al yugo de sus respectiva­s tiranías. Para entender la situación en Irán basta con comprobar que apenas saca 2,20 puntos sobre diez en la clasificac­ión de «The Economist», con un rotundo 0 en el apartado dedicado a la calidad del proceso electoral. Una nota, por cierto, que comparte con China, que suma 2,27 puntos en el contador global. Tampoco lo hace mucho mejor Venezuela, 0 puntos en calidad de los procesos electorale­s, 1,79 en el funcionami­ento del gobierno y 2,65 en libertades civiles. En Hispanoamé­rica la revista denuncia prácticas crecientem­ente antidemocr­áticas en Bolivia y Centroamér­ica y una deriva inequívoca­mente totalitari­a en citada Venezuela y en Nicaragua, catalogada­s como regímenes autoritari­os, los únicos del continente junto a Cuba. Un diagnóstic­o desesperad­o.

Irán y Venezuela siguen sometidos al yugo de las tiranías a pesar de las protestas populares de los últimos años

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REUTERS Una persona pisa una foto del líder de la Junta Militar de Birmania, Min Aung Mlaing

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