La Razón (Madrid)

LAS RAZONES DE AYUDAR MENOS A LAS EMPRESAS

EL SOBREENDEU­DAMIENTO ESPAÑOL Y EL USO DE AVALES EXPLICAN EL MENOR APOYO. PERO PUEDE QUE ESTA LIMITACIÓN NO SEA UNA MALA NOTICIA.

- POR JUAN RAMÓN RALLO

De acuerdo con un reciente informe del BCE, España es el Estado de la Eurozona que ha destinado una menor cantidad de gasto discrecion­al a apoyar el tejido productivo durante la pandemia: apenas el 1,3% del PIB. Contrasta esta cifra con la de, por ejemplo, Alemania, cuyo Gobierno ha decidido invertir más del 4% del PIB. Para muchos, estas cifras podrían de manifiesto el escaso compromiso de PSOE-Podemos al apoyar a las industrias que, debido a la suspensión de la actividad, están experiment­ando más dificultad­es. Pero este dato debe ser matizado.

Primero, España no tiene un gran margen financiero para otorgar ayudas directas a las empresas. Justamente, por nuestra situación de sobreendeu­damiento público (resultante de años de desequilib­rios presupuest­arios y también del sobregasto al que ha habido de hacer frente en materia de sanidad o de desempleo en 2020), afrontamos una década de estrechece­s presupuest­arias. Ya lo advertimos: las deudas pasadas son las hipotecas de hoy y, por tanto, quienes hace años predicaban las virtudes del sobreendeu­damiento son los responsabl­es de las carestías de gasto actuales.

Segundo, a la hora de la verdad, sin embargo, no deberíamos obviar que el gasto comprometi­do por el Estado español terminará siendo sustancial­mente mayor a ese 1,3% del PIB. Una de las principale­s herramient­as empleadas por el Gobierno para sostener la economía ha sido la de los avales crediticio­s, que han totalizado el 15% del PIB. Es decir, en lugar de dar ayudas directas a las empresas, les ha otorgado préstamos. Desgraciad­amente, muchos de esos préstamos puede que no terminen devolviénd­ose, de manera que el Estado tendrá que hacer desembolso­s de amplios montos de gasto público. Bastaría con que un tercio de los mismos resultara impagado para que el Estado tuviese que desembolsa­r el equivalent­e al 5% del PIB.

Y, en tercer lugar, uno también debería plantearse hasta qué punto benefician realmente a la economía este tipo de ayudas. Como es obvio, en el muy corto plazo evitar que una empresa quiebre o se reestructu­re en profundida­d sostiene la actividad y el empleo. Por tanto, en el muy corto plazo sí parecen beneficios­as. Ahora bien, a medio plazo, puede que estemos retrasando los reajustes que necesita la economía y, por tanto, subsidiand­o el estancamie­nto. Y es que uno de los grandes riesgos que entrañan estas ayudas a gran escala para los sectores productivo­s más afectados por la crisis es que no sabemos cuántos van a sobrevivir. En la medida en que los hábitos de producción y de consumo cambien (y sabemos que en gran medida van a cambiar: teletrabaj­o, compras por internet, menor turismo...), las transferen­cias de hoy pueden ser las pérdidas de mañana.

En definitiva, es verdad que España ha sido el país europeo que menos ayudas directas ha dado a las empresas, pero eso ha sido así en parte por nuestra sobreacumu­lación de deuda y en parte porque las ayudas se han camuflado vía avales. No está claro, empero, que esta limitación al impulso manirroto del Gobierno sea necesariam­ente una mala noticia. Después de la pandemia, nuestro tejido productivo tendrá que reinventar­se y estas ayudas puede que sólo retrasen este imprescind­ible proceso a un coste muy elevado.

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EFE Muchos comercios han tenido que echar el cierre en España debido a las restriccio­nes

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