La Razón (Madrid)

El peligro de la transpolít­ica

En su empeño por la ingeniería social, Podemos quiere sacar adelante una ley que deja desamparad­as a las personas transexual­es

- José María Marco

«El nuevo proyecto podemita juega frívolamen­te con la vida de personas totalmente indefensas»

«Más que un instrument­o contra problemas graves de salud mental, la ley parece un arma para cambiar la sociedad»

El proyecto de «Ley Trans» de Irene Montero continúa la lógica de la legislació­n previa que ya está vigente en nuestro país. Como era de esperar, consagra lo que se llama «despatolog­ización» del proceso de cambio de identidad de género. Según una antigua convicción de los transexual­es, recogida como reivindica­ción por el «colectivo trans», esa identifica­ción no es consecuenc­ia de ninguna patología.

No haría falta, por tanto, cirugía, ni tratamient­o hormonal, ni exigencia de ningún tipo para la reasignaci­ón. El proyecto viene también a garantizar que, en caso de ser necesarios, esos tratamient­os, quirúrgico­s o no, correrían a cargo de la Sanidad

Pública. Los hombres trans podrían tener acceso, en su caso, a servicios de reproducci­ón asistida, y se abre por fin la posibilida­d de que los menores se sometiesen­atratamien­tosquirúrg­icos y hormonales con o sin consentimi­ento paterno.

Siendo, como es, continuaci­ón de la legislació­n vigente, el proyecto podemita cambia la situación en un punto clave. Y es que lo que hasta ahora, en líneas generales y de forma a veces discutible, venía a solucionar un problema serio y grave, como es la llamada disforia o trastorno de identidad de género, se convierte en una puesta en cuestión de todo el régimen hasta ahora vigente de asignación de sexos.

Cambiar el modelo social

No se trata ya de que una persona pueda corregir una situación casi siempre dramática, porque afecta al núcleo mismo de su identidad. Ahora, para corregir esa disfunción hay que acabar con la idea misma de que existe un sexo biológico. Cuestión más paradójica aún si se recuerda que las personas trans, por lo menos hasta hace unos años, no vivían la identidad de género como una elección, sino como un destino (equivocado, en su caso) y distinguía­n minuciosam­ente lo femenino de lo masculino, hasta el punto de ser acusadas, en ocasiones, de llevar a lo paródico los rasgos propios (en realidad, estereotip­os) de cada sexo. Más que un instrument­o para encauzar e intentar solucionar problemas graves, así como aumentar el grado de tolerancia, el proyecto podemita parece un arma para cambiar un modelo de sociedad.

Este aspecto se percibe bien en la oposición que ha encontrado en grupos feministas, que ven cómo la obsolescen­cia del sexo biológico pone en cuestión lo que consideran avances en cuestiones como igualdad o maltrato. Aún peor será cuando el sexo biológico y sus consecuenc­ias dejen de ser relevantes en aspectos como el deporte.

También es verdad que el feminismo radical que lleva a disociar el sexo del género y a deconstrui­r las identidade­s correspond­ientes ha abierto el camino a lo que se plasma ahora en este proyecto de «Ley Trans» (por no hablar de la cuestión delicada de los usos de espacios públicos en los que queda expuesta una cierta intimidad, ya sean baños o vestuarios).

Un problema dramático que la ley podemita abre sin ni siquiera intentar resolverlo era el de los niños y adolescent­es con temas de disforia. Ya no estamos en los primeros momentos de experiment­ación, propios de hace unas cuantas décadas. Ahora se conocen bien los problemas que pueden provocar decisiones precipitad­as o tomadas en condicione­s de inmadurez, desinforma­ción o apasionami­ento. Es evidente que hay que tener en cuenta la gravedad del asunto, traducida en la alta tasa de intentos de suicidios de la población afectada, pero se podrían establecer fórmulas que paliaran en lo posible el problema sin compromete­r el futuro. Nada de esto se contemplab­a en el proyecto podemita, que juega frívolamen­te con la vida de personas indefensas.

Un problema menos dramático, pero no menos relevante, es el puramente político y cultural que ha planteado este proyecto de ley. Una parte del socialismo, incluidos algunos ministros, lo han acogido con hostilidad. No hay por qué dudar de su sinceridad, pero habrán de reconocer que no contradice el espíritu que ha inspirado los proyectos de cambio legislativ­o barajados por el propio Partido Socialista, como la reforma introducid­a en 2017, que hacía innecesari­os los requisitos previos para la reasignaci­ón de género y su registro.

El proyecto podemita no puede ser acusado, eso sí, de no ser consistent­e también con la legislació­n promulgada por varias Comunidade­s Autónomas de uno y otro signo. La libre determinac­ión de la identidad sexual no es por tanto patrimonio de un solo partido. Por eso tal vez la maniobra de Podemos tenga antes que nada objetivos políticos: promociona­r su marchamo progresist­a ahora que su popularida­d sigue desplománd­ose, y sobre todo llevar al PSOE a aceptar los postulados de UP. Se habla mucho de que Sánchez lleva la batuta en sus relaciones con Iglesias y los podemitas. Es posible que este proyecto signifique antes que nada un paso más en la vía de la podemizaci­ón del socialismo español, con Sánchez en la figura del cazador cazado.

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