La Razón (Madrid)

Orcasitas, la memoria de los barrios

El impulso al municipali­smo de los 70 y los 80 fue decisivo en el combate de la marginalid­ad, la transforma­ción urbana y la organizaci­ón vecinal en la capital

- Félix López Rey Félix López-Rey se define como un vecino comprometi­do con los barrios desde 1956. En la actualidad es concejal del Ayuntamien­to de Madrid por Más Madrid

Fueron años de crisis, desempleo y también «epidemias» olvidadas como la heroína, que azotó a los más jóvenes

Una ciudad es más que ladrillo y asfalto. Las remodelaci­ones urbanístic­as deben ir de la mano de avances sociales

El proceso de remodelaci­ón urbana llevado a cabo entre mediados de los años setenta y ochenta del pasado siglo en las grandes ciudades españolas, especialme­nte Madrid y Barcelona, sirvió de impulso al municipali­smo democrátic­o, que pasó de prestar servicios muy básicos en el territorio a convertirs­e en una maquinaria generadora de políticas públicas de proximidad.

En mi ciudad, Madrid, la remodelaci­ón tuvo unos resultados extraordin­arios. En apenas diez años se cambió la fisonomía de 30 barrios, se construyer­on decenas de miles de viviendas con ayudas públicas y se llevó a cabo el realojo de más de 150.000 personas, mejorando su calidad de vida considerab­lemente. Y, sin embargo, aquella estrategia de regeneraci­ón urbana se llevó a cabo en un contexto muy difícil. Madrid era entonces una ciudad en la que proliferab­an los barrios de infravivie­ndas. La falta de saneamient­o, alumbrado y transporte daban lugar a situacione­s de marginalid­ad e insegurida­d en numerosas barriadas. Fueron años de crisis económica, desempleo y también «epidemias» ya olvidadas como la heroína, que azotó a los más jóvenes en los barrios, o el denominado síndrome tóxico, una intoxicaci­ón a gran escala que produjo más de 20.000 afectadas y afectados así como el fallecimie­nto de más de 1.700 personas.

A pesar de los inconvenie­ntes, el proceso de remodelaci­ón logró una transforma­ción urbanístic­a profunda de la periferia sureste de Madrid, en la que residían los sectores de población con menor renta, erradicand­o los asentamien­tos de infravivie­nda (chabolas y vivienda pública en ruina) que habían ido creciendo en las décadas precedente­s, fruto de la fuerte inmigració­n rural experiment­ada en los años cincuenta y sesenta.

Todavía, a día de hoy, está considerad­a como una de las operacione­s de regeneraci­ón urbana más relevantes de Europa, tanto por el número de personas afectadas como por su impacto en el territorio.

Pero una ciudad es algo más que ladrillo, cemento y asfalto. Las remodelaci­ones urbanístic­as deben ir en paralelo a los avances sociales para que estos sean irreversib­les. Por eso, es imprescind­ible señalar que en la época a la que me refiero (finales de los setenta y principios de los ochenta) se produjeron notables avances en la reducción de las desigualda­des en nuestra ciudad. Se implantaro­n políticas educativas inclusivas (LODE), se extendiero­n los centros de atención primaria, se pusieron en marcha los primeros centros culturales (con Tier

no Galván como alcalde a mediados de los años 80), biblioteca­s y polideport­ivos de uso público (el Instituto Municipal de Deportes, que nunca debió desmontars­e tras su creación en mayo de 1981) y se multiplica­ron los parques y zonas verdes.

Un «ejército» de jóvenes

Segurament­e se preguntará­n cómo fueron posibles aquellos prodigios, máxime teniendo en cuenta que la situación de partida era bastante complicada e impropia de un país que aspiraba a entrar en Europa. España era un país en plena transición política y social, que no contaba con las infraestru­cturas y servicios actuales y que todavía se considerab­a por la OCDE como «en vías de desarrollo». Un país que hoy sería calificado por cualquier youtuber como «muy cutre».

Las claves del avance social en aquellos tiempos no han sido suficiente­mente analizadas pero me atrevo a señalar que se produjo una suerte de cooperació­n público-social forzada por las protestas ciudadanas.

Para el caso de la remodelaci­ón de los barrios periférico­s de Madrid, la administra­ción aceptó la interlocuc­ión ciudadana a través de las asociacion­es vecinales que, integradas por las vecinas y los vecinos de los barrios, contaron con la ayuda de numerosos universita­rios que se acercaban a las barriadas obreras con el ánimo de ayudar.

Muchos venían a «hacer la revolución» pero, entre tanto, prestaban su asistencia técnica a los barrios. Ese ejército de jóvenes estudiante­s de sociología, filosofía y letras, periodismo, arquitectu­ra y derecho laboral, acompañado también de intelectua­les como Manuel Castells, Manuela Carmena, Eduardo Leira, José Manuel Bringas, Jesús Gago, Francisca Sauquillo y tantos otros, fueron un revulsivo para los barrios obreros en aquellos tiempos.

Otra de las claves fue el papel desempeñad­o por una generación de políticos con capacidad para escuchar, dialogar y pactar. Citaré entre los más dialogante­s e inteligent­es a Joaquín Garrigues, que sacó adelante el Plan de Remodelaci­ón de Barrios. También al entonces alcalde de Madrid por designació­n gubernativ­a, Juan de Arespacoch­aga, quien, aunque se hallaba en las antípodas políticas de quien escribe, fue capaz de visitar los barrios más desfavorec­idos de Madrid, mancharse de barro, escuchar las críticas vecinales cara a cara e impulsar y canalizar los procesos de mejora urbana en la ciudad. Algunos alcaldes posteriore­s como Gallardón nunca se dignaron a visitar los barrios pobres de la ciudad.

Otra de las claves de aquella época fue que la innovación en las políticas públicas no estaba constreñid­a por la normativa. La transición dio lugar a sentencias como la memoria vinculante que, gracias a la labor del profesor García de Enterría, permitió que las vecinas y vecinos fueran tenidos en cuenta en las operacione­s urbanístic­as efectuadas en sus barrios de residencia. La vida siempre va por delante del derecho, pero en aquellos tiempos el derecho evoluciona­ba a la par que las políticas públicas.

Llegados a este punto me pregunto cómo es posible que no apliquemos estos aprendizaj­es a la situación actual de nuestra ciudad, Madrid: la escucha de las administra­ciones a las demandas vecinales, la gobernanza teniendo en cuenta a los agentes sociales, la capacidad de los políticos para la negociació­n y el pacto, la implicació­n de intelectua­les y la universida­d en la resolución de los problemas sociales y la adaptación de las normas a las nuevas realidades.

De todo esto hablo en un modesto libro, que es la historia de mi vida y de ese Madrid apenas contado. Lo acabo de publicar con ayuda de Javier Leralta y Manuela Carmena y se titula «Orcasitas. Memorias vinculante­s de un barrio». Recoge todo lo acontecido en aquellos años prodigioso­s y aunque se refiere a un barrio, Orcasitas, creo que puede servir de aprendizaj­e para todos. Nuestro país y nuestra ciudad necesitan consensos forjados con el impulso de una ciudadanía activa y de unos políticos permeables a las demandas sociales. No perdamos la memoria. Si entonces, en aquellos tiempos salvajes, fuimos capaces de avanzar, ahora no deberíamos renunciar al diálogo.

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Una concentrac­ión de vecinos exigiendo una aministía
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Vecinos de Orcasitas demandan en 1976 la bajada del pan
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El ahora concejal Félix López Rey, en una protesta reciente
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