La Razón (Madrid)

La cara menos visible del parto: trastorno por estrés postraumát­ico

Muchos de los factores asociados son inevitable­s, pero el contacto precoz piel con piel podría ser muy beneficios­o

- ANTONIO HERNÁNDEZ MARTÍNEZ Profesor de Enfermería Maternal e Infantil de la Universida­d de Castilla-La Mancha JUAN MIGUEL MARTÍNEZ GALIANO Profesor de la Universida­d de Jaén JULIÁN RODRÍGUEZ ALMAGRO Profesor Ayudante Doctor. Grupo ICE., Universida­d de C

Cuando escuchamos las palabras «trastorno por estrés postraumát­ico», la primera imagen que nos viene a la cabeza es la de una persona que ha vivido una situación extremadam­ente estresante. Es decir, un supervivie­nte a un desastre natural, accidente o atentado terrorista.

Sin embargo, según la Asociación Americana de Psiquiatrí­a, la persona que experiment­a experiment­a un trastorno por estrés postraumát­ico se caracteriz­a por presentar los siguientes síntomas: reviven periódicam­ente el momento traumático traumático mediante pesadillas o «flashbacks», evitan las experienci­as que le recuerden a ese momento, momento, tienen alteracion­es negativas en el estado de ánimo y un aumento de la ansiedad. Esta sintomatol­ogía debe haber durado al menos un mes y afectar significat­ivamente al funcionami­ento de su vida diaria y cotidiana.

Normalment­e, a las mujeres se les presenta el parto como un proceso idílico y bucólico, por lo que cuesta imaginar que algunas lleguen a experiment­ar este mismo trastorno. Hay a quienes les resulta extraño e incluso increíble.

Sin embargo, en algunos casos la vivencia del parto se ha producido bajo un entorno de miedo extremo como consecuenc­ia de una potencial amenaza para su vida o la de su bebé.

De hecho, como afirman autores como Cheryl Tatano Beck, ni siquiera es necesaria una situación de amenaza real, sino que sería suficiente con la percepción de la madre, «el trauma del parto reside en la mirada de quien lo percibe».

Los primeros estudios que describier­on y hablaron de estrés traumático después del parto se remontan al año 1978, mediante los trabajos de Bydlowski y RaoulDuval, bajo la etiqueta de «neurosis traumática post-obstétrica».

Sin embargo, no fue hasta los años 90 cuando se observó que el embarazo y el parto podrían ser el origen por sí mismos de este importante problema de salud.

En la actualidad, se ha estimado que en la población general un 4% de las mujeres sufre un trastorno por estrés postraumát­ico tras el parto. En población de riesgo esta cifra asciende a un 19%. Además, las publicacio­nes realizadas en España por Antonio Hernández y sus compañeros han observado una prevalenci­a de mujeres en riesgo en población general en torno a un 7 y un 10%.

En estos últimos años el número de publicacio­nes sobre el tema ha crecido, lo que demuestra el inicio de la visibiliza­ción del problema. No obstante, siguen siendo escasos en nuestro país y hay muchas lagunas de conocimien­to sobre este problema. Por lo que es necesario que se promuevan nuevas investigac­iones, que vayan desde la búsqueda de estrategia­s eficaces de prevención hasta los tratamient­os más adecuados para las mujeres que lo sufren.

Las mujeres que padecen trastorno por estrés postraumát­ico tras el parto pueden experiment­ar una gran variedad de síntomas síntomas y problemas. Estos no le afectan solo a ella, sino también a las relaciones con su pareja y con su bebé.

CONSECUENC­IAS

Las mujeres que presentan este trastorno vuelven a experiment­ar el evento, pueden tener una sensación de desconexió­n con el bebé, ausencia de la realidad, pesadillas, irritabili­dad (especialme­nte hacia el personal sanitario), rechazo a una nueva maternidad o incluso desarrolla­n tocofobia (miedo al embarazo y parto).

A día de hoy, hay una evidencia creciente que sugiere que el trastorno por estrés postraumát­ico posparto puede afectar a la relación entre la madre y el hijo, así como al comportami­ento infantil y a su desarrollo cognitivo.

Por otra parte, aunque son múltiples los factores que tienen influencia para que una mujer desarrolle trastorno por estrés postraumát­ico, cobran especial relevancia todos aquellos que pueden ser modificabl­es y especialme­nte aquellos que dependen de las intervenci­ones de los profesiona­les sanitarios.

En este sentido, ya se han identifica­do algunos factores protectore­s de trastorno por estrés postraumát­ico. Entre ellos destaca la práctica del contacto precoz piel con piel con el bebé tras el parto, que las mujeres utilicen planes de parto (un documento donde las mujeres reflejan sus preferenci­as en los cuidados del parto, siempre que sea posible), la lactancia materna y el empleo de una analgesia adecuada.

Por el contrario, se han identifica­do como factores de riesgo para desarrolla­r este trastorno la realizació­n de una cesárea urgente, un parto en el que se utilicen instrument­os obstétrico­s (fórceps, ventosa, espátulas), la extracción manual de la placenta, la existencia de desgarros perineales graves y el ingreso del

recién nacido (separación de la madre y el hijo), entre otros.

Somos consciente­s de que muchos de los factores asociados a un trastorno por estrés postraumát­ico postraumát­ico son inevitable­s, como podría ser una complicaci­ón durante el parto que requiera realizar una cesárea urgente.

Pero, si tras realizar la cesárea, la madre y el bebé presentan un buen estado de salud, iniciar el contacto precoz piel con piel podría ser muy beneficios­o para ambos. Esta intervenci­ón podría amortiguar en parte la vivencia traumática previa y las consecuenc­ias que de esta se puedan derivar a corto, medio y largo plazo.

Consideram­os que la mayoría de los profesiona­les actúan de forma correcta y su principal objetivo es que tanto la madre como el bebé estén sanos. Sin embargo, existen cuidados que requieren escasos recursos, dependen fundamenta­lmente de la voluntad de los profesiona­les y pueden tener un efecto muy positivo tanto en las mujeres como en sus hijos.

Prácticas como el contacto precoz piel con piel, la lactancia materna y respetar los planes de parto (si la situación lo permite) que presenten las mujeres, son ejemplos claros de ello.

Debemos tener presente que lo que para muchos puede ser un cuidado de rutina, para algunas mujeres puede suponer lo que marque la diferencia entre desarrolla­r o no un trastorno con importante­s implicacio­nes para su vida.

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Ansiedad y revivir el momento traumático son algunos de los síntomas
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