El árbitro que se «autoexpulsó» tras ser amenazado de muerte
El inglés Mike Dean decidió no dirigir la jornada de la Premier tras una brutal campaña por dos tarjetas rojas
YaYa saben aquello que se dice del fútbol, que es la cosa más importante de las menos importantes. Para muchísimos aficionados es así, y lo que ocurre en el rectángulo de juego es, además de una pasión y un entretenimiento, una vía de distracción, un espacio y un tiempo donde los problemas quedan en suspenso y esa desconexión se convierte en una válvula de escape. Pero ese fervor es para un determinado colectivo una espoleta de violencia y fanatismo. La masa de seguidores al fútbol envuelve a toda clase de sujetos y desde el anonimato «disparan» su cólera contra todo aquel por quien se sienten damnificados en un instante determinado determinado de la peripecia futbolera. Desde hace décadas el fútbol ha sido un ámbito zarandeado por el extremismo, que, aunque minoritario, ha provocado demasiadas tragedias en el contexto de lo que en esencia es un juego. La historia está salpicada de fechas para el luto. En estos tiempos excepcionales sobrevive una agresividad latente que ni siquiera la pandemia y el confinamiento han erradicado. El árbitro inglés Mike Dean lo sabe demasiado bien, como otros de sus compañeros del planeta fútbol. Dean es colegiado en la Premier, la mejor liga del mundo, y es por tanto miembro de un colectivo de élite en un fenómeno abrumador por su dimensión y repercusión. La pasada semana se enfrentó a dos de esos encuentros borrascosos en los que se toman decisiones que deciden la suerte de los mismos. El pasado domingo expulsó a Tomas Soucek, del West Ham, y unos días antes, había hecho lo propio con el defensa del Southampton Jan Bednarek, ante el Manchester United, justo antes de que su equipo recibiera un vendaval de nueve tantos en contra. Esas dos acciones, excepestúpido, cionales, pero no inhabituales, le han costado una serie de amenazas de muerte y mensajes violentos contra su familia y él. Las redes sociales, convertidas en albañal por tanto desquiciado y se han erigido en una suerte de patíbulo público contra uno de esos actores imprescindibles en una disciplina apasionante. Las coacciones han sido de tal calibre que Mike Dean ha solicitado a la liga no dirigir partidos esta jornada. Tal vez lo peor sea toparse con que no hablamos de una episodio aislado, sino de una anomalía sociopática tan recurrente que en algunos ámbitos se ha normalizado. «Como árbitro, el abuso se convierte en rutina». Mark Clattenburg, el gran colegiado inglés, arrancó así un artículo a propósito de lo sucedido. «Es hiriente. Da miedo. Lo peor de todo es que las empresas de las redes sociales están permitiendo que ocurra». Esa historia de complicidad y permisividad con las amenazas es otra derivada deplorable sobre la que se debería reflexionar. Afortunadamente, la víctima ha sentido la solidaridad de la Premier, de referentes mundiales como Guardiola o Mourinho. También del propio Soucek, uno de los expulsados, que quiso manifestarse en defensa del aquel con quien definitiva comparte el espectáculo que engancha a millones de hinchas semana a semana: «Sean cuales sean las decisiones tomadas sobre el campo se tienen que quedar sobre el campo. No me gusta oír que esto pueda interferir en la vida personal de nadie y mando a Mike Dean y a su familia todo mi apoyo». Nuestro protagonista ha sentido las dos caras de un deporte extraordinario: la grandeza y la dignidad de los futbolistas y la vileza y la cobardía de quienes se ocultan para amargar la existencia y provocar el pánico de una familia. El bien y el mal; la condición humana por lamentable que resulte.