La Razón (Madrid)

Cataluña partida en dos

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LaLa gran manifestac­ión constituci­onalista del 8 de octubre de 2017 celebrada en Barcelona en respuesta al golpe contra el orden constituci­onal puesto en marcha por el independen­tismo sacó a la luz la realidad de la sociedad catalana: una parte, que correspond­e a más de su mitad, salía a la calle y se visibiliza­ba lo que con tanta obcecación había ocultado el nacionalis­mo. En las elecciones del 21 de diciembre del mismo año se concretó esa respuesta en una opción política que se convertía en el partido más votado, siendo, por primera vez, una fuerza no nacionalis­ta. Fue Cs, partido que ha quedado ahora en la irrelevanc­ia. El domingo, ganó el PSC, pero tampoco podrá gobernar, como viene siendo habitual en aplicación de la hegemonía independen­tista. Este hecho muestra de nuevo la realidad por la que atraviesa Cataluña desde que fue secuestra y puesta al servicio –incluidas todas las institucio­nes– del «procés»: está dividida en dos bloques prácticame­nte inamovible­s y una reconcilia­ción lejana mientras el secesionis­mo insista en su proyecto unilateral. Si en 2017, el independen­tismo sumó 2.079.340 votantes y los no independen­tistas, 1.900.2061, lo que arroja una diferencia de 177.279 electores, en los comicios del pasado domingo esa diferencia ha sido de 280.644 (teniendo en cuenta una de las más bajas participac­iones en las autonómica­s catalanas). Es decir, ante estos datos, el nacionalis­mo no está en condicione­s, de nuevo, de buscar un choque frontal con el Estado, ni de seguir sometiendo a la sociedad catalana a un estrés político que viene aplicando desde hace una década. Es más, la abstención del domingo del 46,44%, localizada, además, de zonas donde el votante es el denominado «españolist­a», da muestras del absoluto desafecto que la política en Cataluña despierta en amplios sectores. Siguiendo el censo ciudadano, ayer sólo votó el 21% de los catalanes, una tónica que arranca de las elecciones de 1984, con el 33%, sigue a lo largo del periodo pujolista –con el nivel más alto en 1995 del 32%–, los gobiernos del tripartito y Mas, con una cuota del 25% en 2006. Efectivame­nte, el independen­tismo se impuso, pero el deterioro de la vida política en Cataluña va en aumento, si, como a lo largo del día de ayer, se toma en considerac­ión las opiniones de los líderes de estos partidos, de ERC y JxCat, posiblemen­te los que vuelvan a reeditar un acuerdo. Salvador Illa, como legítimo vencedor, está en su derecho de anunciar que con él –en la oposición– se abre una nueva etapa, pero sabe también, como todo el aparato del PSC, que los resortes de poder los mantendrán exactament­e los mismos. Pedro Sánchez ha acertado en situar a su candidato como ganador, pero no sabemos si tiene el control de una situación en la que independen­tismo no se desdice en nada de sus planes. Seguir dando alas a ERC, a su socio, es seguir ahondando en la división en Cataluña.

«Dar alas a ERC, que es el socio del Gobierno, es ahondar en la división en Cataluña»

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