La Razón (Madrid)

CATALUÑA, LEGADO DE DESOLACIÓN DE PEDRO SÁNCHEZ

- Teresa Giménez Barbat Teresa Giménez Barbat es escritora

ElEl resultado de las elecciones catalanas refuerza el independen­tismo en Cataluña. Pedro Sánchez, cuando subió a los cielos, se encontró con un independen­tismo desconcert­ado, aún perplejo de que su mundo de «helados cada día» y de reconocimi­ento mundial no se hubiera cumplido. Un independen­tismo al que esa mitad de Cataluña que para ellos ni siquiera existía dijo basta y se revolvió ante sus narices. Un independen­tismo a cuyos cabecillas la Justicia llamaba delincuent­es y les encerraba en una vulgar prisión. Podría haberles apretado las tuercas, pero no lo hizo. Su prioridad pasaba por su promoción a las más altas esferas del poder y no tuvo reparos en aliarse con lo peor imaginable.

Incluso con lo peor imaginable para él. Y los catalanes no nacionalis­tas vieron que sus esfuerzosi­bandiluyén­dose cada día. Que los partidos que habían promovido el golpe de estado los días 6 y 7 de septiembre del 2017 seguían contando con el poder de los medios, del sistema educativo, de la administra­ción en general. Y no sólo eso: eran aliados preferente­s del presidente de uno de los dos partidos más importante­s de España. Limitados durante meses por una pandemia que se ceba preferente­mente en ellos (una gran parte del «españolism­o» catalán pertenece a las clases trabajador­as más castigadas por el Covid), este fin de semana les exhortaron a participar en unas elecciones insensatas. En las del 2017 fue a votar el 81, 94% de los ciudadanos, ahora un mero 53,6% del censo. Una parte de Cataluña ha perdido la esperanza.

En la televisión pública, arrasada por el PSOE y Podemos, vimos el domingo como vocinglero­s fanáticos como Pilar Rahola, que ha apoyado la sedición desde hace años, eran invitados a una tertulia de seguimient­o de los resultados como si fuera lo más normal del mundo. Reinona absoluta frente a un Xavier Sardá, epítome del socialista acomplejad­o, del que temimos un infarto en directo cuando la gran bacallaner­a (acuñación de Salvador Sostres) le lanzó un «viva España» cual bala de plata, y de un Juan López-Alegre, perfectame­nte capaz de neutraliza­rla con argumentos obvios pero que prefirió un perfil incomprens­iblemente bajo. Desolador. Desolador que durante décadas la derecha no haya sido capaz de impulsar medios de comunicaci­ón no mediatizad­os por el «progreísmo». Ni siquiera lo hizo cuando tuvo el gobierno en sus manos. Ayer vi en la 1 a Enric Juliana asegurando sin sonrojo que el resultado de estas elecciones demuestra que existe un conflicto conflicto «de Cataluña con España», pero que se trata de un nacionalis­mo «que no quiere pegarse con el vecino». Un Juliana que, si no me equivoco, ha diseminado su visión sectaria en tribuna preferente incluso con gobiernos del PP. Siempre, siempre están los mismos propagandi­stas. Gente que, como él, miente cuando habla de un conflicto que lo es entre catalanes que, si no quieren «pegarse con su vecino», es porque delegan la agresión a sus representa­ntes. Si no, no andarían sembrando Cataluña de lazos amarillos.

Pedro Sánchez aseguró que Illa iba a ser un detente bala para el separatism­o. Se burlaba de Rajoy diciéndole que, con cada paso que daba, se le multiplica­ban los independen­tistas. A ver cómo explica ahora esto. Y corre prisa porque una de las quinielas es que se forme un gobierno con mayoría independen­tista en la cámara catalana. Ya andan hablando de referéndum otra vez. ¿El miedo a la Justicia ante las barbas remojadas de Junqueras y Puigdemont será suficiente barrera? Cuidado porque el independen­tismo nunca lo ha tenido mejor, pues un gobierno en Madrid formado por lo menos «español» de las fuerzas políticas del país no parece el que pueda inspirar más miedo a un nuevo 155 o a cualquier otra medida que pueda defender del rodillo secesionis­ta a la mitad más ignorada de Cataluña.

Muchos votantes constituci­onalistas que abominan de la ceguera egoísta del PSC, siempre dispuesto a venderlos, han buscado propuestas más asertivas que las del PP y Ciudadanos para hacer frente a la agresión separatist­a. El mejor político del Parlamento catalán es sin duda Alejandro Fernández. Pero no hay confianza en el PP. Y Ciudadanos, partido al que yo sigo votando, está lastrado por una inane cúpula aún «riverista» y por la ofensiva victoria pírrica del 2017, con una Inés Arrimadas que no cogió el toro por los cuernos quizá porque ya pensaba en irse a Madrid. Y han votado a Vox, que ha visto sus expectativ­as multiplica­das por diez.

Lo que no aceptaron los independen­tistas de la tertulia del domingo, como la señora Rahola, fue que se les atribuyera responsabi­lidad alguna en el crecimient­o de la derecha nacionalis­ta española (no llamo «extrema derecha» a Vox cuando se es «extremo» en relación a otros, y el extremismo más violento en Cataluña es el del separatism­o golpista). Pero la culpa es totalmente de ellos. Vox es la reacción al separatism­o periférico, apoyado por la izquierda, tanto en Cataluña como en el resto de España.

«El actual Gobierno de Madrid no parece el que pueda inspirar más miedo ante un nuevo 155»

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