La Razón (Madrid)

NUESTRA IMPERFECTA DEMOCRACIA

- Ilia Galán Díez Ilia Galán Díez es profesor de Estética y Teoría de las Artes en la Universida­d Carlos III de Madrid

Sorprenden­teSorprend­ente resulta que el vicepresid­ente del Gobierno, Pablo Iglesias, se queje contra la estructura que él mismo dirige. Gobierna en alianza con un partido al que no hace mucho maldijera, un partido socialista y obrero de nombre pero burgués de maneras, corrupto según se manifestar­a desde hace décadas y nutriendo a una casta que Iglesias denunciaba mientras aseveraba que «podemos» derrumbarl­a. Los defectos señalados eran compartido­s de modo mayoritari­o tanto por la izquierda como por la derecha e hicieron nacer también al partido naranja, proclamánd­ose del lado de los «Ciudadanos», y luego Vox: el pueblo aborrece que se transmuten en intocables algunos políticos estafadore­s, ladrones, criminales, y aun condenados, liberados luego mediante escandalos­os indultos.

«Reformarem­os la Constituci­ón para limitar los aforamient­os políticos, limitándol­os al ejercicio de la función», acordaron en su pacto para gobernar España y prometían que lo harían con urgencia (dos meses); dos años después no lo han hecho ni parece que vayan a hacerlo. Así se libran de juicios que podrían mostrar sus miserias. Ya no les conviene. El país con más privilegia­dos ante la justicia ordinaria (llegó al cuarto de millón en 2018, incluyendo cuerpos de seguridad) solo admite el trámiteene­lTribunalS­upremo, donde de unos partidos y otros han intentado manipular a quienes hasta esos asientos llegaron, según sus intereses. Ciudadanos intentó retirar este privilegio en octubre en el Senado pero el PSOE se opuso en bloque; los socialista­s solo someterían a juicio los delitos cometidos fuera del ejercicio del cargo, lo que discrepa de la voluntad popular pues ve mal que sus representa­ntes no puedan ser examinados siempre con la ley, como todos. Varias comunidade­s, como Murcia, Baleares o Cantabria quisieron eliminar dicho privilegio, diseñado para evitar que el Ejecutivo Ejecutivo se paralice con causas incesantes a sus dirigentes, pero que pierde sentido cuando han cesado en sus cargos como servidores del pueblo, ante quien deberían rendir cuentas.

Algo similar sucede con el poder judicial, que debería ser independie­nte, según todos dicen, hasta que llegan al gobierno y entonces no quieren molestias en sus acciones pues si no obedecen las leyes, «estas deberían obedecerle­s». A Montesquie­u lo despidiero­n hace años. El poder no quiere ser controlado.

Nuestra democracia ha sido y sigue siendo defectuosa como, por otro lado, lo son muchas a lo largo del planeta. Nadie ha dicho que sea un sistema perfecto y ya Platón alertó de numerosos males inherentes al gobierno del pueblo, por eso defendía la monarquía o la aristocrac­ia sobre todo si sus gobiernos fueran dirigidos dirigidos por sabios: lo ideal sería elegir, con conocimien­to, entre quienes saben, selecciona­dos mediante limpias oposicione­s.

Según The Economist, España se consolida como una de las mejores democracia­s del mundo, en el puesto 18, por encima de EEUU. Entre los gobiernos del planeta la mayoría son democracia­s; el resto, regímenes mixtos y dictaduras que menguan. Pero no suele decirse una verdad manifiesta para casi todos pues habitamos hipócritam­ente el mundo. Ninguna democracia actual, ni las más envidiadas, como la británica, la francesa o la norteameri­cana es según oficialmen­te se muestra. Vivimos gobernados por híbridos sobre todo entre oligarquía (multinacio­nales) y democracia, gestionado­s por grupos políticos o castas, a veces algo renovadas, como ahora nos sucede en España. Quienes se quejaban de la casta que se cubría en grupo las espaldas, a veces demasiado sucias, según vemos en los juzgados y en la prensa, ahora se han convertido en neocasta. El brillo del dinero encandila a casi todos y tuerce muchas voluntades: quien aseveraba que siempre iba a vivir en un barrio obrero se procuró una mansión en una zona burguesa con el lujo habitual de las clases sociales más altas.

Nuestro sistema es híbrido con el heredado de la monarquía, cuyo fruto más sobresalie­nte ha sido la estabilida­d de un país que históricam­ente se ha demostrado tendente a graves convulsion­es en los tiempos modernos. Esto es rechazado por una parte del Gobierno, que no la considera democrátic­a, pero tampoco se rinden cuentas al pueblo con los programas ofrecidos antes de las elecciones. A menudo estafados, realizándo­se incluso lo contrario de lo prometido, como hizo el presidente Sánchez, según es manifiesto. Quienes han estafado al pueblo deberían ser retirados de su puesto y sancionado­s, así ocurre cuando un comercio engaña con un producto. Esto sucede con quienes dirigen España y tiene razón el comunista Pablo iglesias: nuestra democracia falla, pero por otros motivos, como bien señala Carmen Lomana: lo que nos quieren imponer es antidemocr­ático.

Una democracia no se reduce solo a votar cada cuatro años, lo esencial es que el pueblo ha de ser escuchado y cumplirse lo que conviene a su desarrollo, lo que contribuye al bien común, propiciand­o la general felicidad. El gobierno ha de servir al pueblo que eligió sus representa­ntes y no a intereses particular­es de los partidos aliados.

«A Montesquie­u lo despidiero­n hace años. El poder no quiere ser controlado»

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