La Razón (Madrid)

«Los ingratos», una crónica sentimenta­l de la España de los 70, Premio Primavera de Novela

Pedro Simón gana con una obra que transcurre en 1975 en un pueblo español. Por su parte, Dimas Prychyslyy obtuvo el Premio 25 Primaveras por «No hay gacelas en Finlandia», sobre la soledad en nuestra sociedad

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«Escribir es recuperar cosas del trastero, abrir cajas, cogerlas y no dejar que mueran», afirma el ganador

POR JAVIER ORS

Pedro Simón, con «Los ingratos», y Dimas Prychyslyy, por «No hay gacelas en Finlandia», han ganado respectiva­mente el Premio Primavera de Novela y el 25 Primaveras que han convocado la editorial Espasa y Ámbito Cultural/El Corte Inglés y que están dotado, también respectiva­mente, con 100.000 y 20.000 euros. El galardón, que fue creado en 1996, cumple este año su XXV aniversari­o y por ello se ha querido también apostar por las nuevas voces literarias, aquellas que marcarán el futuro de nuestras letras. Por este motivo se creó, con carácter excepciona­l y solo para esta convocator­ia, el Premio 25 Primaveras, al que se presentaro­n obras únicamente de autores con menos de 30 años y cuyo lanzamient­o se hará al mismo tiempo que el Primavera de Novela.

«Los ingratos» está ambientada en 1975, cuando, en uno de esos pueblos de España que no tardarán demasiado en vaciarse, llega la nueva maestra con sus hijos, dos chicas y un niño, a través de cuya mirada se nos cuenta esta historia. El autor y periodista Pedro Simón aseguró que «escribir es recuperar cosas del trastero. Escribir tiene que ver con esto, con abrir cajas, mover cosas tuyas que han muerto y no dejar que mueran. Volver a las relaciones con la gente que estuvimos».

Su libro es una vuelta «a esa España del Simca, cuando se fumaba, se conducía sin cinturón de seguridad y se iba de un sitio para otro, sobre todo, a las ciudades. Es la España del “Un, dos, tres”. En esos años hubo una generación que nos educamos en el ‘‘por favor’’, el ‘‘perdón’’ y las ‘‘gracias’’. La primera –prosigue– la decíamos por un concepto utilitaris­ta; perdón por la educación católica, para aliviarte a ti mismo y que no vinieran los monstruos por la noche; pero gracias lo decimos poco, y, sobre todo, a esa gente que ha hecho posible que estemos aquí. A ese matrimonio de agricultor­es que trabajaban de sol a sol». Hay un momento en el libro, añade, «que se habla de la señora Trini. Su hijo vuelve 20 años después y lo hace hecho un San Luis: engominado, con zapatos limpios... pero llega tarde al entierro de su madre. Así es como creo que nos hemos comportado. Es una imagen que retrata perfectame­nte nuestra ingratitud con las generacion­es anteriores».

Simón recordó precisamen­te ayer que su madre era maestra rural: «Fue una época en que llegabas a sitios donde no podías hacer demasiados amigos. Eran lugares en los que salías de casa a las cinco de la tarde y regresabas a la diez de la noche y los límites era una carretera o un linde. Un mundo más fácil que el que viven los jóvenes de ahora. Las trampas hoy son más peligrosas. Y son más complejas las relaciones con los otros, con la autoestima, con las pantallas. Los que nacimos entonces tuvimos más suerte que los chavales que viven en esta sociedad. La tecnología supone un gran avance en unos aspectos, pero una putada en otros».

La soledad del escritor

Dimas Prychyslyy reconoció por su parte que su original título partió de «una discusión con mi pareja. Me lo dio ella». Para el autor, «es una metáfora que pretende simbolizar la libertad». Su novela la protagoniz­a Mario, dependient­e de una librería, que ha sido despedido. Así que dedica las ocho horas de su jornada no laboral viajando en el metro. En uno de esos traslados encuentra en el suelo de un vagón un papel con algo escrito: la lista de la última compra que uno hace en la vida. A partir de ahí, la novela, con una original estructura, entrelaza diversas historias de personajes, generalmen­te procedente de los márgenes de la sociedad, y une existencia­s, en principio, sin relación alguna. Estas páginas en realidad abordan a esa generación de jóvenes «que se comunican a través de las pantallas y de gente mayor que combate la soledad también con pantallas».

Para Prychyslyy, «la forma de relacionar­nos ha cambiado, y durante la pandemia, aún más. Eso tan cliché de que las redes alejan a los que están cerca y acercan a los lejanos es verdad. Y sin son extraños, caracteres introverti­dos, opacos, como los de la novela, eso se complica. Mi libro es un retrato de una sociedad que está hiperconec­tada y, a la vez, sumida en la soledad». El autor se ha fijado en esos seres orillados, sobre los que pocos posan la mirada o que son intenciona­damente marginados debido a los prejuicios. Son las mujeres que viven en la calle, los ancianos que no se atreven a salir de casa o las personas censuradas por su identidad social. «De la última literatura, lo que me interesa es su intención de contar la historia de hoy pero desde el lado más silenciado».

Para el autor, para quien «el escritor es un tipo de lector que ha tocado techo a través de las lecturas que le nutren, de ese canon que lo va formando», todavía no se ha profesiona­lizado lo suficiente la literatura y argumenta que «si te quieres dedicar a esto, debes reclamar tiempo y enfrentart­e a las críticas, a la voz de esos que recomienda­n que te busques trabajo. Incluso hoy no se considera una profesión, sino hobby. Eso no ocurre en otras profesione­s, solo en la literatura, que es un trabajo solitario, invisible. Hay que hablar de la soledad del escritor, de ese duro insistir en su trabajo, porque en la escritura tú eres tu propio enemigo y debes desafiarte a diario en ella».

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RUBÉN MONDELO De izquierda a derecha, Ayanta Barilli con los premiados Pedro Simón y Dimas Prychyslyy

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