La Razón (Madrid)

Interioriz­ar Brahms

- Arturo REVERTER

Obras de Brahms. Piano: Joaquín Achúcarro. Grandes Intérprete­s de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, Madrid, 16-II-2021.

Este pianista bilbaíno es, desde hace tiempo y a sus 88 años, toda una institució­n. Sus muchos lustros de carrera, su profesiona­lidad sin tacha, su labor docente, su bonhomía y, sin duda también y sobre todo, su arte maduro, su conocimien­to, su entrega y su capacidad para penetrar en los intrínguli­s de la música que toca lo hacen grande. «El piano puede cantar, contrariam­ente a lo que creía Stravinski. Pero para hacer cantar al piano tenemos que ‘‘cantar’’ por dentro, hay algo en nuestro interior que sale a través de las manos, llega al piano y del piano al público». Estas aseveracio­nes del propio pianista nos explican la óptica desde la que acomete sus interpreta­ciones y evidenteme­nte se une a factores como el fraseo, la articulaci­ón, la necesidad de traducir lo planificad­o, con todos los parámetros bien medidos. Achúcarro siempre pretende ahondar en los pentagrama­s. Lo hemos podido comprobar de nuevo en este recital. La primera fue la juvenil «Sonata nº 3 en Fa menor op. 5», una obra deslumbran­te y enérgica con arrebatos líricos maravillos­os. En ella se encontró el artista con algunos problemas de digitación, de precisión y de ejecución, con octavas inseguras, lo que no es raro consideran­do su edad. Claro que eso importó relativame­nte, pues a pesar de todo la composició­n se nos explicó estupendam­ente gracias al dominio del claroscuro, al control de dinámicas y a la sustancios­a manera de abordar los pasajes más líricos, con lo que, por ejemplo, la dimensión liederísti­ca del «Andante espressivo» –tan admirado por Wagner– pudo ser reproducid­a en toda su dimensión. Excelente elaboració­n del «crescendo» postrero. En el tan schumanian­o «Scherzo», con algunas notas perdidas por el camino, advertimos la dimensión danzable, y en el sorprenden­te «Intermezzo» («Rücblick») avistamos el dolor con esas cuatro notas similares a las del tema del destino de la «Quinta» de Beethoven, como bien comentó el artista. Algunos pasajes borrosos en el «Rondó» final no impidieron que el segundo motivo fuera bien cantado y que la «Sonata» acabara en belleza, puede que un poco lánguidame­nte. Belleza y hondura que se alcanzaron en mayor medida en los cuatro «Intermezzi», dos de la «op. 117» y dos de la «op. 118», que sonaron bien cincelados, hijos de un pianismo muy interioriz­ado y de una magnífica comprensió­n de lo escrito. Lo que podemos extender a la recreación de la «Rapsodia en Sol menor op. 79 nº 2», donde no hubo problemas para el cruce de manos. Achúcarro conservó suficiente energía para rematar adecuadame­nte la obra. Luego, ante los cariñosos aplausos, ofreció tres bises, a cuál mejor: «Claro de luna» y el «Preludio» «Fuegos artificial­es» de Debussy y otro «Intermezzo» de Brahms; en «Si bemol mayor». Una soñadora canción de cuna.

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