La Razón (Madrid)

La familia de Irene Montero: «En el pueblo no nos gusta Iglesias»

- POR CARLOS ALCELAY

LosLos visitantes habituales del 10 de Downing Street, residencia del primer ministro británico, ya se han familiariz­ado con Dilyn, un Jack Russell que tiene por costumbre mearse sobre maletines o bolsos, dejar sus excremento­s en las alfombras persas que cubren las estancias oficiales y roer y arañar el mobiliario. Carrie Symonds (33 años), la señora de la casa, lo adora. El perro fue abandonado de cachorro y desde que ella lo adoptó, procura que supere el trauma dejándole que desahogue sus instintos como le venga en gana. Boris Johnson (56), su padre putativo, lo aborrece. «Que alguien le pegue un tiro a ese maldito perro», se cuenta en la prensa británica que gritó el premier cuando vio aparecer a la mascota de su pareja con una valiosa primera edición de un libro de Winston Churchill.

A los pocos días de airearse las desavenenc­ias a cuenta de Dilyn, Johnson se dejó fotografia­r corriendo por el parque en compañía del animal, lo que dio lugar a todo tipo de memes que podrían resumirse en una idea: si Carrie lo quiere, Boris lo hace.

La imagen de un primer ministro sometido a su pareja viene alimentánd­ose desde que él la nombró asesora especial del Gobierno, de manera que, en la práctica, le concedió voz y voto en decisiones relevantes. Prueba de ello es que fue su influencia la que consiguió que dimitieran primero Lee Cain, director de Comunicaci­ón, y después Dominic Cummings, mano derecha de Johnson hasta que midió fuerzas con Symonds. También se apunta que ella está detrás de los nuevos nombramien­tos, de la ley que prohibirá dentro de diez años la compra de coches de gasolina o diésel, o de la que obliga a las viviendas de nueva construcci­ón a no instalar calderas de gas.

En el Partido Conservado­r, al que pertenece el primer ministro, hay preocupaci­ón por ese creciente protagonis­mo, hasta el punto de que el Bow Group, un centro de análisis político formado por reputados conservado­res, han pedido que se realice una investigac­ión independie­nte sobre el verdadero poder de una mujer que, como exponen en un comunicado, «no ha sido elegida, no ha sido nombrada y no cuenta con atributos legales o constituci­onales» para intervenir en las tareas de gobierno.

El debate abierto sobre Carrie Symonds se ha trasladado, como era previsible, a un terreno personal en el que se imponen los extremos. Los que la definen como inteligent­e, sagaz, ingeniosa y competente contrastan con los que alertan sobre su crueldad, su ambición y un carácter explosivo y manipulado­r que habría hecho de Johnson poco menos que un sumiso pelele.

Pero ¿acaso no todos los grandes personajes se han dejado influir por sus parejas? ¿No es ese uno de los efectos secundario­s del amor? Al menos sobre Boris ha tenido consecuenc­ias saludables. Gracias a Carrie, la dieta del primer ministro es más limitada pero abundante en acelgas y brócoli, y ha abandonado su vida sedentaria para salir cada día a correr por el parque. Seguro que también terminará por querer al pequeño Dilyn.

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EFE El primer ministro británico junto a su mujer, Carrie Symonds, a la que nombró asesora especial del Gobierno

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