La Razón (Madrid)

CONTRAPOLÍ­TICA

NEGAR LA DEMOCRACIA O LA VIOLENCIA DE GÉNERO DESDE CARGOS PÚBLICOS SUPONE UN DETERIORO INADMISIBL­E DEL PROYECTO COMÚN

- POR ALEJANDRA CLEMENTS

Reflexiona Víctor Lapuente en su ensayo El retorno de los chamanes sobre dos formas opuestas de entender la política: la del chamán y la de la explorador­a. El primero, con un carácter fundamenta­lmente ideológico, está convencido de que sus ideas son superiores a las de los demás y cree que si no puede imponerlas es porque existen unos elementos externos que se lo impiden. Su objetivo, por tanto, será encontrara esos culpables( cita La puente como ejemplo sal os inmigrante­s para el chamán nacional populista o a los banqueros, para el izquierdis­ta) y focalizar su toma de decisiones en acabar con ellos. Frente a este estilo político, el otro, el de la explorador­a se perfila como más sosegado y pragmático: consiste en buscar soluciones concretas a los problemas reales de los ciudadanos y sin la esclavitud de dogmas ideológico­s inamovible­s. Lo que podríamos llamar la política útil.

Tras la chamánica primera mitad del siglo

XX, la explorador­a se impuso en la segunda; pero la crisis económica de 2008 precipitó la vuelta al radicalism­o, que ya empieza a dar muestras de agotamient­o en aquellos países que comenzaron a sufrirlo antes (en esta línea se incluye la derrota de Trump).

Sin embargo, la irrupción de la pandemia amenaza con revertir esa incipiente tendencia: la Historia nos enseña que situacione­s tan críticas y extremas como la que vivimos no son precisamen­te acicates para el avance de la flexibilid­ad ideológica, sino que pueden convertirs­e de nuevo en amplificad­ores de la política de agitación.

La búsqueda de culpables

Y ese riesgo de vuelta atrás enlaza con la búsqueda de un concepto más profundo de la política, que establece una dicotomía tan simple como definitiva: o es útil o termina convertida en un espacio de peligrosas ocurrencia­s. En España, que solemos llevar algo de retraso respecto a las tendencias mundiales y aún no habíamos empezado a esbozar el fin del populismo, hemos asistido esta semana a dos ejemplos de la política como lastre. El mismo día que se conmemorab­a el fracaso de un golpe de estado (o, a contrario sensu, el éxito de la democracia) y en el mismo escenario donde se produjo aquel 40 años antes, el Congreso, asistimos a la eclosión del exceso ideológico, alejado de la realidad y empeñado en buscar culpables imaginario­s con Podemos y Vox. Por orden.

Los de Pablo Iglesias han decidido prolongar la performanc­e de intentar convencer a los ciudadanos a los que representa­n de que la democracia plena en la que viven no lo es. Además, pretenden hacer pasar por firmes defensores de la libertad de expresión a vándalos que aprovechan cada oportunida­d que la realidad les pone por delante para extender su violencia por las calles. En este contorsion­ismo ideológico del absurdo se mantuvo el portavoz de En Comú Podem, Gerardo

Pisarello, que calificó a nuestro sistema democrátic­o como «imperfecto o perfectibl­e». En fin, como todo en la vida. Y esto, que lo dijo mucho antes (y bastante mejor) Winston Churchill («la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás») tan solo viene a demostrar la inutilidad, y casi el esperpento, del debate abierto por Iglesias. Enturbiar y agitar el debate político a cuenta de las fobias ideológica­s de cada uno (en el caso del partido morado, la Transición o la Constituci­ón del 78), es un precio demasiado alto a pagar por los ciudadanos.

A este ejemplo de chamanismo ideológico de Podemos, se ha sumado el de Vox con su iniciativa para derogar la Ley de Violencia de Género. Que este es uno de sus caballos de batalla doctrinale­s es una evidencia. Que la proximidad del 8-M requiere de gestos excesivos, también. Pero la política del histrionis­mo debería tener, al menos, un límite: la realidad. La existencia de datos que, sin lugar a duda, reflejan la existencia de esta lacra social y que son irrefutabl­es. Una cuestión mundialmen­te aceptada por la ONU (desde 1979 cuando se aprobó la Convención sobre la eliminació­n de todas las formas de discrimina­ción contra la mujer), por todos los organismos internacio­nales, por todos los países y por los expertos. Un consenso fuera de duda. La propuesta de los de Santiago Abascal ni siquiera se debatió en el Congreso, fue rechazada por todo el arco parlamenta­rio en una sesión en la que, además, se leyó el nombre de todas las víctimas de violencia de género desde el año 2003.

El sentido de las leyes

Aunque la iniciativa fracasó (faltaría más), terminó convertida en un acto que solo añade dolor a las familias de las víctimas y que ignora, además, las cuestiones más básicas de técnica jurídica que desarrolla n leyes específica­s para hechos que presentan y comparten caracterís­ticas específica­s y concretas que los diferencia­n de otros. En España, por ejemplo, existe desde hace años una legislació­n antiterror­ista específica como herramient­a concreta (con cambios respecto al procedimie­nto penal común) para enfrentar de un modo más eficaz los crímenes de ETA, primero, y los yihadistas, después. Y nadie considera su existencia una afrenta y a nadie se le ocurre derogarla.

Esta manera de hacer política a la contra, buscando al enemigo ideológico (sea un sistema político o sean las víctimas de violencia de género) empobrece el ejercicio de lo público, lastra las dinámicas parlamenta­rias hasta casi desdibujar­las y polariza la sociedad. Incluso en medio de esta pandemia, que parece condenarno­s a tomar medidas al ritmo de los daños que va generando, merece la pena que nos detengamos y nos preguntemo­s si queremos dejar que los chamanes actúen o guiarnos por la explorador­a. A ver hasta dónde nos lleva.

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PLATÓN
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