La Razón (Madrid)

Mao o el terror: la doctrina que perpetúa Podemos

Julia Lovell publica un monumental ensayo que estudia el maoísmo y recorre su influencia. Un libro capital porque muestra cómo perviven sus hipótesis

- POR JOSÉ MARÍA MARCO

A Mao le divertía el «Xi Yóu Jì», o «Peregrinac­ión al Oeste». Con razón: es una de las obras maestras de la literatura china. Cuenta el viaje de un monje a la India en busca de los preciosos manuscrito­s budistas… algo que no parece muy atractivo para el Gran Carnicero Comunista. Lo que le gustaban eran las andanzas del mono Sun Wukong, un gamberro rebelde que guía al monje siempre dispuesto a enfrentars­e al infinito panteón de divinidade­s del Imperio del Centro y con ganas de divertirse con la subversión sistemátic­a de cualquier orden establecid­o. Sun Wukong, el Rey Mono, fue pronto un héroe popular. Hoy triunfa en el anime, en los videojuego­s y en los móviles asiáticos. Para Mao, era la representa­ción del espíritu del pueblo chino, de su rebeldía y su voluntad de independen­cia… hasta que el Gran Timonel decidía cortarle las alas.

Ideologías asesinas

La anécdota, conocida y resaltada por Lovell en su monumental «Maoísmo. Una historia global», apunta al carácter particular­mente resbaladiz­o del maoísmo en la historia de las ideologías asesinas del siglo XX. Encuadrado en el marxismo, sigue las pautas clásicas de comunismo. Relevancia del Partido, importanci­a (y precarieda­d) de una burocracia masiva, relevancia de lo ideológico compatible con un total pragmatism­o, economía planificad­a, aversión a la libertad, represión sin límites, olvido de cualquier considerac­ión moral, aborrecimi­ento de la religión… Las consecuenc­ias son las mismas que en los demás regímenes comunistas: poblacione­s aterroriza­das, los campos de concentrac­ión, miseria, hambrunas, muertos por decenas de millo- nes. La originalid­ad del libro de Lovell, profesora británica conocida por sus trabajos sobre China (en particular, «La Gran Muralla china contra el mundo» y «The Opium War») no consiste en esto, bien estudiado en una literatura en la que destacan, entre otros, Frank Dikötter y el gran Simon Leys.

El trabajo de Lovell se centra en la faceta, menos estudiada, de la expansión del maoísmo en el siglo

XX. Se sabe mucho del genocidio llevado a cabo por los jemeres rojos en Camboya o la despiadada guerra contra los campesinos de Sendero Luminoso en Perú. Algo menos conocidas son las actividade­s de los maoístas en Nepal y la India, donde subsisten los grupos maoístas de la llamada Insurgenci­a naxalita, así como la influencia en Indonesia y en África, donde se introdujo como un predecesor de la actual entrada del neo maoísmo a lo Xi Jinping. El libro complement­a, en esta perspectiv­a, el clásico «La China de Mao y la Guerra Fría», de Chen Jian. Presenta además rasgos originales al subrayar el carácter propio del maoísmo. Debido a su líder, un personaje repulsivo –véase el retrato de Jung Chang–, y a sus inclinacio­nes. En un momento en el que el comunismo entraba en pleno descrédito a

finales de los 60, Mao supo renovar el clásico interés de los intelectua­les, en particular de los occidental­es, por la utopía marxista. Les surtía de un imaginario ultraeliti­sta, asequible solo a los iniciados, y los ponía en contacto con la clase obrera. Era el rostro occidental de lo que en el maoísmo era el Pueblo, el auténtico –el encarnado por el Rey Mono–, con el que el Gran Carni Carni cero mantenía una comunicaci­ón directa. Había enelmaoísm­o una promesa de emancipaci­ón que Mao utilizó una y otra vez y que el propio Mao se encargaba luego de reprimir a capricho y con una violencia extrema.

Lo atractivo no estaba solo en la promesa y la humillació­n. También en el poder que otorgaba a esos intelectua­les y profesores de clase media. El maoísmo insiste en la primacía de lo cultural y en la reeducació­n. Se recordarán las sesiones practicada­s, entre otros muchos lugares, en las aulas universita­rias madrileñas en los 60 y 70. Los podemitas las resucitaro­n con los escraches y las sesiones de humillació­n pública, auténtico semillero de terror y de reeducació­n ideológica. También aspiran a «construir» pueblo y a hablar en su nombre y, como el Gran Carnicero, se mueven entre la celebració­n de la emancipaci­ón y la purga, de regusto sádico y primitivo.

Por otro lado, Mao promocionó siempre el feminismo, como cuenta Lovell, pero eso no le impidió practicar un machismo repugnante, propio también de nuestros podemitas y que otorga a algunas mujeres dóciles con el Caudillo un poder extraordin­ario. Nuestros podemitas se inspiran y financian en Latinoamér­ica, aunque se adivina en ellos un relente de maoísmo cuya conexión con el renovado maoísmo de Xi Jinping no anda tal vez muy lejos de realizarse.

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Mao aparece retratado en este cartel al lado de otros fundadores del comunismo
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