Malcolm Lowry, una tempestad etílica bajo el volcán
Su novela, publicada con seudónimo para burlar la censura, fue mal recibida entre los críticos por la sinceridad de las emociones expuestas
Hay tipos que convierten los vicios en una vocación profesional. Malcolm Lowry transformó la literatura en un oficio y el alcohol, en una manera de vida. Intentó que sus evasiones del fin de semana se revalorizaran como una labor honesta entre semana. Hay quien juega a la ruleta rusa con un revólver. El prefería hacerlo con chupitos de whisky y rondas de mezcal. Cada vez que entraba en un bar, abría una botella de «bourbon» o descorchaba un champán, y era como si posara en una de sus sienes el cañón de la pistola. El resultado fue una larga borrachera con breves intervalos de rehabilitación y sosiego.
Él fue quien escribió: «¿Qué era la vida sino un combate?». Y con ese planteamiento, como si fuera Jack Johnson o, mejor, Floyd Patterson, un peso pesado con un talento para la melancolía y otro para perder con elegancia, afrontó una existencia jalonada de excesos y matrimonios rotos. Lowry fue un niño criado en las faldas y los consentimientos de las familias bien asentadas económicamente y un estudiante educado en el espíritu de Cambridge de los años veinte que devino en un tipo con el alma astillada y hecho de fisuras más que de firmezas. Jugó a infundir perplejidad y al tiempo que se hundía en el abismo de los dipsómanos escribía frases calibradas con una precisión casi armamentística: «¿Qué es el hombre sino un alma que mantiene vivo un cadáver?», «No se puede vivir sin amar» o, quizá por cercanía profesional, «el periodismo equivale a la prostitución intelectual del verbo y la pluma».
Extraños accidentes
Con estos mimbres, Lowry, que tenía cierta predisposición a que sus manuscritos desaparecieran en extraños accidentes relacionados con el fuego, se piró a México, a Cuernavaca, para ser más exactos, y de allí, con hilos extraídos de su imaginación y otros procedentes de su propia biografía, enhebró una obrita que algunos consideran una de las mejores que ha dado el siglo XX.
«Bajo el volcán», que iba a formar parte de un trilogía que el fallecimiento del autor impidió, tiene fecha exacta. Discurre el día de los muertos del año 1938. En el argumento, claro, porque la historia del manuscrito es algo más extensa y azarosa. Lowry lo había empezado a escribir como diez años antes, según vienen asegurando algunos, y le venía dando vueltas a la idea desde entonces. El titulo, hoy de culto, leído en las bibliotecas por universitarios fascinados por el mal ditismo, tuvo sus más y sus menos con los editores, que, para variar, contemplaban todo ese marasmo de páginas como la ocurrencia de un fulano sin cimientos literarios. Apartede citar, faltaría, el mal gusto, ese sambenito con el que tantos autores han luchado al entregar una obra. Malcolm, porque ya tenemos confianza para llamarlo por el nombre, se negó a suprimir pasajes y hacer enmiendas para que el libro tuviera mejor venta. Se tomó en serio su libro. Si lo hubiera hecho con otras cosas, quizá hubiera vivido más.