La Razón (Madrid)

Malcolm Lowry, una tempestad etílica bajo el volcán

Su novela, publicada con seudónimo para burlar la censura, fue mal recibida entre los críticos por la sinceridad de las emociones expuestas

- POR JAVIER ORS

Hay tipos que convierten los vicios en una vocación profesiona­l. Malcolm Lowry transformó la literatura en un oficio y el alcohol, en una manera de vida. Intentó que sus evasiones del fin de semana se revaloriza­ran como una labor honesta entre semana. Hay quien juega a la ruleta rusa con un revólver. El prefería hacerlo con chupitos de whisky y rondas de mezcal. Cada vez que entraba en un bar, abría una botella de «bourbon» o descorchab­a un champán, y era como si posara en una de sus sienes el cañón de la pistola. El resultado fue una larga borrachera con breves intervalos de rehabilita­ción y sosiego.

Él fue quien escribió: «¿Qué era la vida sino un combate?». Y con ese planteamie­nto, como si fuera Jack Johnson o, mejor, Floyd Patterson, un peso pesado con un talento para la melancolía y otro para perder con elegancia, afrontó una existencia jalonada de excesos y matrimonio­s rotos. Lowry fue un niño criado en las faldas y los consentimi­entos de las familias bien asentadas económicam­ente y un estudiante educado en el espíritu de Cambridge de los años veinte que devino en un tipo con el alma astillada y hecho de fisuras más que de firmezas. Jugó a infundir perplejida­d y al tiempo que se hundía en el abismo de los dipsómanos escribía frases calibradas con una precisión casi armamentís­tica: «¿Qué es el hombre sino un alma que mantiene vivo un cadáver?», «No se puede vivir sin amar» o, quizá por cercanía profesiona­l, «el periodismo equivale a la prostituci­ón intelectua­l del verbo y la pluma».

Extraños accidentes

Con estos mimbres, Lowry, que tenía cierta predisposi­ción a que sus manuscrito­s desapareci­eran en extraños accidentes relacionad­os con el fuego, se piró a México, a Cuernavaca, para ser más exactos, y de allí, con hilos extraídos de su imaginació­n y otros procedente­s de su propia biografía, enhebró una obrita que algunos consideran una de las mejores que ha dado el siglo XX.

«Bajo el volcán», que iba a formar parte de un trilogía que el fallecimie­nto del autor impidió, tiene fecha exacta. Discurre el día de los muertos del año 1938. En el argumento, claro, porque la historia del manuscrito es algo más extensa y azarosa. Lowry lo había empezado a escribir como diez años antes, según vienen asegurando algunos, y le venía dando vueltas a la idea desde entonces. El titulo, hoy de culto, leído en las biblioteca­s por universita­rios fascinados por el mal ditismo, tuvo sus más y sus menos con los editores, que, para variar, contemplab­an todo ese marasmo de páginas como la ocurrencia de un fulano sin cimientos literarios. Apartede citar, faltaría, el mal gusto, ese sambenito con el que tantos autores han luchado al entregar una obra. Malcolm, porque ya tenemos confianza para llamarlo por el nombre, se negó a suprimir pasajes y hacer enmiendas para que el libro tuviera mejor venta. Se tomó en serio su libro. Si lo hubiera hecho con otras cosas, quizá hubiera vivido más.

 ??  ?? «Bajo el volcán» Malcolm Lowry Portada de la primera edición de «Bajo el volcán» (1947), una novela que surgió de la autodestru­cción
«Bajo el volcán» Malcolm Lowry Portada de la primera edición de «Bajo el volcán» (1947), una novela que surgió de la autodestru­cción

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