La Razón (Madrid)

HABLA LA FAMILIA DE LA MINISTRA DE IGUALDAD, IRENE MONTERO: «EN EL PUEBLO NO NOS GUSTA PABLO IGLESIAS».

El tío de la ministra ensalza a su sobrina. Pero no se fía de un político «que ha dejado tirado a todos para irse a una casa que vale millones»

- POR MARIAN BENITO

A Irene Montero se le está frunciendo el ceño y alguien lo achacará a sus neuronas espejo para imitar el gesto más significat­ivo de Pablo Iglesias. A fuerza de repetir la expresión, tiene el enfado claramente definido en su entrecejo. Quienes mejor la conocen la ven preocupada, tal vez abrumada. Su tío paterno Plácido Montero nos pone en la pista: «Nunca había dado señales de que le gustase la política o quisiera dedicarse a esto». Este pariente atiende a LA RAZÓN desde su casa de Tormellas, una pequeña localidad abulense con 41 habitantes. Es el pueblo natal del padre de la ministra y allí disfrutó ella los veranos. «Hasta que se juntó con la camarilla de Iglesias, Errejón y Monedero. Entonces, casi sin querer, la llevaron a esto», nos cuenta. Plácido pide que le corroborem­os que habla para LA RAZÓN y se expresa sin temor a una posible reprimenda. Entre frase y frase, ensalza la inteligenc­ia y la simpatía de su sobrina, a la que dedica palabras de admiración y cariño. Su relato es esclareced­or. «En el pueblo preferimos no comentar nada. La queremos como persona, persona, pero este no era el camino que ella había elegido. Irene siempre fue una joven muy brillante y una excelente universita­ria. Estudió la carrera de Psicología con su prima y las dos estaban encantadas. Pero conoció a este hombre en Vallecas, se enamoró y ahí la cosa cambió», añade.

A la familia le sorprendie­ron sus andanzas políticas cuando la vieron en televisión. Se despertó en ellos el miedo a lo desconocid­o y a las bravatas de un político con el que «difícilmen­te podríamos convenir en algo en un pueblo que vota mayoritari­aal mayoritari­aal Partido Popular. Sus ideas no son las nuestras. Aunque coincidí con Iglesias cuando vino con Irene a traer las cenizas de su padre, no tuvimos ocasión de charlar. Como político me disgusta y mis ideas son otras. En el pueblo no nos gusta. Somos gente humilde, preocupada por sacar adelante la ganadería y la tierra. Los obreros y trabajador­es no pueden sentirse identifica­dos con un político que ha dejado tirados a todos para irse a una casa que vale millones. Ha hecho lo contrario de lo que decía».

Plácido sigue las noticias y está al tanto de la actualidad, pero prefiere guardar silencio cuando se toca el asunto de la niñera, uno de los últimos episodios que ha puesto contra las cuerdas a su sobrina. Niega, casi como si le ofendiese la pregunta, que haya colocado a ninguno de sus paisanos, ni en política ni en su casa, aunque avanza que, en toda la comarca de El Barco de Ávila, a la que pertenece este municipio, encontrarí­a una estupenda cantera de «gente honesta y bien preparada para cuidar a sus chiquillos y ayudar en el hogar».

Altas esferas

Admira a su sobrina e insiste en su humanidad. No se le escapa que la ministra pueda empezar a estar tocada, que no hundida, y no le extraña que la coincidenc­ia de una pareja en tan altas esferas cause expectació­n e incluso intromisió­n en la vida privada. Este argumento es el que ha usado Podemos para solicitar al juez que no se investigue el caso de la niñera por ser una cuestión de índole personal. Plácido solo pide una cosa: honradez. «Quien administra bien su casa, administra bien un Gobierno», sentencia. Los disgustos se le amontonan a Montero y las palabras del tío ayudan a entender que el momento es abrumador. Hace ahora un año, el feminismo echaba la casa por la ventana y tomaba las calles. Este 8-M los diferentes colectivos han preferido sacar a orear las alfombras y la polvareda es dramática. Al menos las restriccio­nes por la pandemia le evitarán a la ministra la desolada estampa de un feminismo hecho añicos. Se vio venir cuando en noviembre rompió a llorar en un acto institucio­nal sobre violencia de género quebrantan­do su promesa de llegar al trabajo «llorada de casa». Sus lágrimas no eran por las víctimas, sino por la falta de unidad en el feminismo. Pura expresión de ira de una mujer que se define a sí misma «vehemente y controlado­ra en todo». Quienes la siguen certifican que está «sobremente

pasada». Su cacareado proyecto de ley trans ha puesto en pie de guerra al movimiento feminista. Más de 50 organizaci­ones feministas se han agrupado bajo el nombre Confluenci­a Movimiento Feminista para protestar por esa ley y han enviado una carta a Sánchez en la que exigen «un cambio de rumbo en materia de Igualdad y el cese de Montero y de la cúpula». Son, en su mayoría, feministas históricas que defienden que el sujeto político del feminismo es la mujer y creen que la ministra no debería desviar su atención hacia otras luchas que no sean la de la igualdad plena.

También la Alianza Contra el Borrado de las Mujeres, cercana al Partido Socialista, rechaza la ley e insiste en eliminar todas las formas de discrimina­ción que resultan de la sustitució­n de la categoría sexo por la identidad de género. Las críticas hacia Montero arrecian a medida que se aproxicuer­po ma el 8-M y se ha ganado la fama de negar a quien no comparte la misma opinión o le disputa su posición. Esa es la sensación que nos transmiten desde la Asociación Clara Campoamor de Orihuela: «Su gestión es negativa. Ha perdido la diana de la agenda feminista con leyes que, lejos de beneficiar, suponen un claro retroceso. No hay avance en la abolición de la prostituci­ón o de los vientres de alquiler y se ha perdido más empleo femenino que nunca. Denota una absoluta incapacida­d para empatizar con las mujeres. Le estamos pidiendo audiencia desde diferentes plataforma­s y su respuesta es siempre desprecio e ignorancia». Desde Forum de Política Feminista de Madrid nos habla una de sus portavoces que observa perpleja sus modos: «Montero simboliza la nueva misoginia que, disfrazada de feminismo, defiende a ultranza políticas que apelan al capital erótico del femenino y relegan a la mujer a su rol de servidora. Trabajar con ella es como arañar un muro de hierro. No atiende a razones. En la ley trans ha encontrado un nicho de votantes y tiene la habilidad de presentarl­o con un discurso atractivo. Si sigue adelante, tendremos barra libre de hormonas y las consecuenc­ias serán terribles. Pero ella va desbocada con la baza del pacto de Gobierno como espada».

En pocos meses ha ido sumando enemigas. Sus desencuent­ros con Carmen Calvo son sonoros. También con Teresa Rodríguez, exlíder de la formación morada en Andalucía, destituida durante su baja maternidad, aunque ahora está ocupada en celebrar la absolución de las tres feministas de la procesión del Coño Insumiso. Es la sinrazón de un partido que administra la libertad de expresión con mano de seda o puño de hierro según el color.

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«La queremos como persona, pero este no era el camino que ella había elegido»
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En la polémica manifestac­ión del Día de la Mujer el 8 de marzo del año pasado
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Sobrepasad­a Teresa Arévalo, alto cargo del Ministerio de Igualdad que ha ejercido como niñera de la pareja
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EFE

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