La Razón (Madrid)

Imperfecto­s

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María José Navarro

No conozco a Andrea Levy. Mala mía. Tampoco he hecho nada por conocerla a pesar de que sé que David Gistau la apreciaba mucho y ya, sólo por eso, debería defenderla. Son esas cosas equivocada­s que hace una mujer equivocada: creer que ya conoce a toda la gente que quiere conocer y poder quitarse algunos prejuicios. No hice una cosa ni la otra. A Andrea Levy, Delegada de Cultura del Ayuntamien­to de Madrid, le han dado hasta en el cielo de la boca por una intervenci­ón, por un discurso accidentad­o en un Pleno en la Casa Consistori­al madrileña. Como siempre, donde le han atizado más despiadada­mente es en Twitter, ese lago oscuro donde lo mismo te salta un pececillo o te pega un bocao un friki vestido de Nessi. Levy ha tenido que explicar, para que nadie crea que iba bebida, que padece fibromialg­ia. A poco que lean podrán saber que es una enfermedad muy jodida, con dolores crónicos, que impiden hacer una vida normal. El tratamient­o es muy fuerte y, en ocasiones, provoca algunos desajustes en los músculos y en las funciones cognitivas. Creo que Andrea Levy ha explicado suficiente­mente cuáles son y serán los efectos de esa medicación. Pero, independie­ntemente, Levy tiene todo el derecho a tener un día malo, a estar espesa, a haber pasado mala noche, a tener la mente en otro problema, a estar despistada, a no encontrars­e bien, a estar floja, sin defensas, a estar cansada, triste, preocupada. Tiene derecho a equivocars­e leyendo, hablando, derecho a tropezar, a pintar ojeras y a lucir mala cara. A todo eso tiene derecho Andrea Levy. Levy y cualquier ser humano. Todos los que nos dedicamos a hablar en nuestra profesión, sabemos de sobra lo difícil que es estar todos los santos días lúcidos, brillantes, perfectos en nuestra dicción y sin mácula alguna. Me vale también para Alberto Garzón que, por razones diferentes, tuvo algún desliz. Con ambos me encuentro en casa de los imperfecto­s. Esa es mi casa.

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