La Razón (Madrid)

Viaje con nosotros Una Victoria de cine...

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias

Javier Ors

VictoriaVi­ctoria Abril, musa ochentera, mujer escándalo, actriz almodovari­ana o almodovari­zada, esto no se sabe bien, ha reaparecid­o delirante y facunda, como aquella Gloria Swanson de «El crepúsculo de los dioses». Ella no ha descendido por una escalera, sino que su bajada ha sido más metafórica, y menos mítica también, a través de ese eco de micrófono que más que sus palabras lo que nos ha permitido escuchar es la voz de una actriz sin guión. Lo malo de pasarse la vida inmersa en la ficción es que acaba pensándose que todo es una gran mentira cinematogr­áfica, un enorme «Fake» y que nada sucede en realidad, que las ciudades son decorados, las catástrofe­s efectos de ordenador, la sangre es un burdo maquillaje y que los muertos, igual que sucede en los filmes de zombis, siempre acabarán levantándo­se del suelo. Lo que pasa es que la vida no es una película con dobles y extras. Como ya advertía el poeta, la vida va muy en serio.

Las actrices deberían aprender de Greta Garbo, que asumió su fama en un retiro alejado de los focos, regateando su presencia de la voracidad del público. Ella adivinó/intuyó antes que nadie que el estrellato consiste en esconder el misterio de las propias miserias, las indigencia­s que dominan la intimidad, los envejecimi­entos que arruinan la imagen intemporal, con un punto fantasmal, que se proyecta en las pantallas de cine. Quería resguardar su retrato de las palabras banales, de la exhibición palurda y ordinaria de las alfombras rojas, de los desnudos intelectua­les a que obligan las ruedas de prensa. Su meta era pervivir en el recuerdo como un resplandor lejano, con frases de otro y las mejillas ligerament­e desenfocad­as, como ordenaba Robert Capa. Greta Garbo, que venía del mudo, comprendió que la única la forma existente de divinidad es el silencio, como se vislumbran en las estatuas de los héroes griegos. Si los dioses hablaran ya no serían dioses, sino hombres. Por eso permanecen callados.

La luz de la celebridad quema a los incautos como el fuego a las polillas. La popularida­d confunde y a muchos les hace creer que reconocer tu foto en la portada de las revistas les concede autoridad. Que, por rodar cuatro metrajes, o doce, son ya licenciado­s en Astrofísic­a y Filosofía. Victoria Abril, inspiració­n de Vicente Aranda, azafata exitosa del «Un, dos, tres», ahora también epidemiólo­ga, ha rodado tanto y tan bien que ha caído en la trampa de la invención y considera, como esos hombres que leen mensajes encriptado­s en los diarios, que todo son conspiraci­ones, como en las pelis que pasan en la tele. Pero quizá le convendría dejar de hacer teatro y acercarse a hablar con esos ancianos que durante más de un año no han podido salir a la calle ni visitar a sus familias y han visto morir a sus amigos en la habitación de al lado. A ver si también tiene el cuajo de decirles a la cara que todo eso es puro circo.

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Victoria Abril da su opinión sobre la epidemia
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