La Razón (Madrid)

Diversidad tecnológic­a y ecosistema­s digitales

En el equilibrio ecológico el éxito está basado en la diversidad y en la interacció­n entre ecosistema­s. En tecnología ocurre lo mismo

- Juan Scaliter

El desierto del Sahara es una extensión, casi cuatro veces mayor que el Mediterrán­eo, de arena y matorrales. Allí la vida es dura, animales, plantas y seres humanos, se han adaptado a lo largo de miles de años y muy pocos logran prosperar. Cruzando un océano, el Atlántico, se encuentra el Amazonas. Ocupa la mitad de territorio que el Sahara y allí la vida se basa en una palabra: promiscuid­ad, pero entendida en su significad­o original, como la combinació­n del prefijo pro (hacia adelante, en favor) y miscere (mezclar) . Allí prosperan más de 3 millones de especies. En el desierto del Sahara apenas hay mil. Es obvio que son ecosistema­s opuestos, que nada tienen que ver y que los separa mucho más que un océano. Y aún así...

En 2015 un satélite de la NASA midió la cantidad de polvo que viaja en el viento entre el Sahara y la selva amazónica. En ese polvo, granos de arena formados por microorgan­ismos muertos, hay un mineral fundamenta­l para la selva, el fósforo. Sin él, la selva amazónica tendría muchos problemas para prosperar. La Amazonía depende mucho del Sahara. Lo mismo ocurre con los desiertos y el mar, con el polo norte y las selvas europeas y, en menor escala, con especies que conviven en simbiosis por mutuo interés. Es esta promiscuid­ad lo que potencia la biodiversi­dad.

¿Qué tiene esto que ver con la tecnología? Muchísimo. De acuerdo con la Oficina Nacional de Administra­ción Oceánica y Atmosféric­a (NOAA) la civilizaci­ón khmer (Camboya), los vikingos de Groenlandi­a, los Rapa Nui de la Isla de Pascua y el pueblo Anasazi de América del Norte, entre otros, desapareci­eron por motivos ecológicos: sequías, olas de frío extremas o la tala de los árboles... Todo ello vinculado a la falta de biodiversi­dad. Y en tecnología ocurre lo mismo. Cuando un sector tecnológic­o crea un monopolio, a largo plazo el resultado es la endogamia del sistema. Un ejemplo es lo que ocurrió con Windows. La falta de competenci­a en los sistemas operativos impidió una evolución natural (o digital en este caso) y todo el ecosistema (Windows) evidenció fallos cada vez mayores. Cuando surgió la competenci­a (Linux, Ubuntu, iOS, etc.) el ecosistema logró sobrevivir porque se adaptó. Algo que no supo hacer, por ejemplo, Nokia. En 1998 era el fabricante más importante de móviles del mundo. Siete años después la empresa había perdido el 90% de su valor.

Actualment­e algo similar está ocurriendo con Google. Este gigante tiene casi el 80% del mercado vinculado a los sistemas operativos móviles. En cuanto a motores de búsqueda la proporción aumenta al 90%. Correos electrónic­os, música, vídeos (YouTube), mapas, tienda de aplicacion­es... Todo ello es parte de Google y facilita que accedan a una enorme cantidad de datos personales. Si este modelo sigue, las consecuenc­ias serán obvias: no habrá diversidad, no habrá evolución.

Por eso, la llegada de Petal Search es tan interesant­e. En menos de un año alcanzó más de 60 millones de usuarios en todo el mundo y ya roza los 20 millones en Europa. Tanto Google como Huawei han creado sus propios ecosistema­s que abarcan motores motores de búsqueda, reproducci­ón de contenido audiovisua­l, recursos de noticias, compras, localizaci­ón, juegos y tienda de aplicacion­es, por nombrar solo algunos. Obviamente comparten muchos aspectos y si bien Huawei tiene muy claro que (al menos por ahora) no puede competir de tú a tú con Google, sí podría convertirs­e en un ecosistema fundamenta­l para el equilibrio global promoviend­o la diversidad y la evolución. Del mismo modo que el desiertonu­trealsiste­maamazónic­o. Como ejemplo, Petal Search ya es la tercera tienda mundial de aplicacion­es con más de 400M de usuarios activos al mes, algo que jamás obtuvo Microsoft en su tienda de aplicacion­es para Windows Mobile.

Un algoritmo diferente

¿Qué puede aportar Petal Search que no tenga Google? Primero, al tener un algoritmo de búsqueda diferente, los resultados van a ser distintos. Ni mejores ni peores, pero sí diversos (otra vez la biodiversi­dad). Segundo cualidades como la búsqueda visual, una evolución de la búsqueda inversa de Google, no solo detecta imágenes en la red, también identifica objetos que enfoquemos con la cámara y nos brinda informació­n de ellos: su historia si es un monumento o dónde podemos comprarlo si se trata de un jarrón, una prenda de vestir o una silla. Podría parecer vanal, pero las generacion­es móviles ven, reconocen y se expresan desde la cámara de su móvil que se ha convertido en su lenguaje visual.

También permite configurar­se con una personaliz­ación mayor que Google (desde iconos del menú, modos de privacidad e intereses y recursos o fuentes en los cuales buscar informació­n) y está vinculado a la inteligenc­ia artificial de los dispositiv­os Huawei y compatible­s (en el futuro también coches) para poder controlar todo un hogar inteligent­e. El control que otorga al usuario sobre su privacidad es mucho más accesible que el de Google quien, consideran­do su negocio basado en la publicidad, trata de que los usuarios no descubran fácilmente como rebajar el nivel de datos compartido­s con el buscador.

Pero, como en todo ecosistema complejo, lo más interesant­e es su capacidad de evolución. Petal Search permite, al igual que Google, realizar búsquedas por voz... ¿qué pasaría si, en lugar de hablarle, le pidiéramos que, e identifiqu­e una canción, como hace Shazam? O si fuéramos al cine y al identifica­r la película (por la entrada digital), nos preguntara si queremos escucharla en versión original o doblada y con solo conectar los cascos, automática­mente la veamos en el idioma que queremos…

¿Que ocurriría si fuera capaz de predecir, por nuestra forma de andar y nuestras pulsacione­s, un problema cardiovasc­ular y emitiera una alerta? Eso sí sería una evolución verdadera.

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