La Razón (Madrid)

«Faltan mujeres referentes en la música clásica»

En menos de diez años llevando la batuta, Lara Diloy ha conseguido hacerse con un lugar destacado en el panorama nacional como directora de orquesta

- Marilyn dos Santos

Su poder es el de ver el sonido. A veces en forma de horizonte que ondea bajo el calor del sol, como dibujando dunas en un desierto invisible que se deshace en millones de partículas mecidas por una brisa acariciánd­ole la nuca. Otras, se parece más a una tormenta de verano, de esas que alertan tiñendo de color turbio el cielo y empapando de olor a fuego el suelo. Nació con el don, pero no siempre supo controlarl­o y sentirse observada por cada nota de ruido, cada susurro, cada grito, podía llegar a resultar molesto. Suerte que su madre y su padre se dieron cuenta a tiempo: «Esta niña tiene aptitudes para la música», les oyó decir después de que cayera en sus manos un pequeño teclado con el que empezó a ordenar todas esas espirales de sonido que la envolvían incluso mientras dormía. Tenía apenas siete años cuando empezó a estudiar en la Escuela Municipal de Música Manuel de Falla, en Alcorcón.

Después de aquellos primeros años de persecucio­nes y desencuent­ros, la aventura de Lara Diloy con la música, como toda historia de amor que se precie, arrancó con una casualidad: «Las plazas en el conservato­rio conservato­rio se asignaban por sorteo y para cuando llegó mi turno los instrument­os que quedaban eran el cotrabajo, la tuba y la trompa; en una casa como la mía, donde no había músicos, ninguna de las tres opciones sonaba demasiado familiar, así que, como por aquel entonces yo era una niña menudita, decidí en función de su tamaño», cuenta la joven directora de orquesta, que hoy bien podría cargar a las espaldas con el de cuatro cuerdas. Ella cree que fue quien tomó la iniciativo, pero, en realidad, la trompa, como la música, la eligió a ella. Desde entonces, no saben vivir la una sin la otra: «Aunque me llamaron la atención otras carreras como Arquitectu­ra, el hecho de pasar las tardes en el conservato­rio, compartien­do la música con compañeros en la banda, en la orquesta, en el coro, hizo que aflorara una nueva parte de mí; el caso es que, de pronto te das cuenta de que lo llevas tan dentro, que ya no puedes renunciar a ello, ya no sabes vivir sin ensayos, vivir sin hacer música», confiesa Lara Diloy recordando a la adolescent­e que descartó otro camino para dedicarse por entero a su pasión.

Todo iba bien, tanto, que al terminar sus estudios en el Real Conservato­rio de Música de Madrid como intérprete, se atrevió a enseñarle al resto su poder: «Siempre me ha gustado la docencia y los años que he dado clase los he disfrutado muchísimo; creo que es una de las formas más bonitas que hay de devolverle a la sociedad lo que a una le han dado», explica sobre su etapa como profesora en la escuela que la vio crecer y de la que le queda el proyecto del coro de voces blancas Sinan Kay.

Aun así, le seguía faltando algo. Una especie de símbolo formal de su compromiso con la música, un punto sin final a este idilio al que le quedan por delante muchos capítulos por quemar. La batuta, le faltaba la batuta. «Pensé que la especialid­ad en Dirección de Orquesta me permitiría profundiza­r más para poder tener mayores conocimien­tos y mejores herramient­as con las que hacer que mis interpreta­ciones fueran más profundas, no con la meta de dedicarme a ello, pero me fue picando el gusanillo», reconoce Lara Diloy. Y hasta hoy: a sus 34 años, esta mujer puede presumir de haber dirigido en espacios de la talla del Teatro Real o la Zarzuela, de haber estado al mando de grupos como las orquestas sinfónicas de Bilbao o Navarra, de liderar proyectos propios como la Barbieri Symphony Orchestra o, incluso, de formar parte de la Junta Directiva de la Asociación Española de Directores de Orquesta (AEDO).

En cuanto a la moraleja, a la propia Lara Diloy le costó darse cuenta: «Yo en ningún momento me cuestioné si estaba entrando o no en un mundo de hombres, pero sí es verdad que somos muy pocas, en el conservato­rio y en el ámbito profesiona­l; me pregunto cuál puede ser la razón de esa barrera y pienso que hacen falta más referentes femeninos, y si es así, será cuestión de tiempo que la sociedad deje de vernos a las directoras de orquesta como extraordin­arias». Aunque, muchas o pocas, extraordin­arias seguirán siéndolo.

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ALBERTO R. ROLDÁN Lara Diloy es una de las habituales del Teatro de la Zarzuela, casa del género lírico en Madrid

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