La Razón (Madrid)

OTRA COGOBERNAN­ZA

VOLVEMOS A TOPARNOS CON QUE LA GESTIÓN DE LA PANDEMIA SE VE LASTRADA POR LA FALTA DE CLARIDAD EN EL NECESARIO REPARTO DE COMPETENCI­AS DEL ESTADO

- POR ALEJANDRA CLEMENTS

En este gran experiment­o científico, social, económico y político en el que estamos inmersos, tratamos de buscar respuestas. Con más dudas que certezas y como en una versión distópica del socrático «solo sé que no se nada», los gobernante­s (los de todos los países) intentan gestionar lo que hasta hace poco era inimaginab­le y dar cierta seguridad a unos ciudadanos que aspiran a conducir sus vidas con una mínima claridad. Aunque resulta complicado hacer un balance de los daños mientras se está inmerso en el centro del tornado, son muchos los politólogo­s y analistas que tratan de arrojar algo de luz al caos pandémico de este año acelerado. El periodista estadounid­ense, Fareed Zakaria, augura cómo será el mundo hacia el que caminamos (o quizá en el que ya lo hacemos) en sus Diez lecciones para el mundo de la postpandem­ia y propone una interesant­e reflexión sobre el papel de los gobernante­s en la crisis vírica. Lejos de cualquier anclaje o dogmatismo ideológico, se pregunta qué tienen en común los países que están administra­ndo el reto sanitario con más eficacia. Entre los estados con mejor respuesta sitúa a ejecutivos de centroizqu­ierda, como Corea del Sur, Nueva Zelanda y Taiwán o a otras coalicione­s de centro-derecha, como Alemania, Austria y Australia, mientras Brasil, México o Suecia, con gobiernos de muy distinta orientació­n, están entre las naciones con peor gestión. El éxito al enfrentars­e al virus no radicaría en el color político, por lo que Zakaria concluye que las viejas ideologías, ese orden a través del que se tiende a explicar y clasificar a las sociedades, han quedado obsoletas.

Calidad de gobierno

Así que, en este nuevo orden mundial, ¿qué determina que una gestión frente al coronaviru­s funcione o no? Para el periodista estadounid­ense la cuestión se aleja de la organizaci­ón administra­tiva entre lo público o lo privado, y se acerca a que lo determinan­te es la calidad de la acción de gobierno que ha realizado cada Estado. Y aunque resulta revelador que no dedique en su libro ni una sola línea a España (¡ay, nuestra política exterior!), sí nos permite hacer el ejercicio de trasladar ese análisis a la gestión de nuestros gobernante­s. Comprobamo­s que, con independen­cia del color político de las administra­ciones (local, autonómica o nacional), en efecto, son la calidad de gobierno y la agilidad en las resolucion­es, las claves que condiciona­n que la balanza se incline hacia una respuesta satisfacto­ria o hacia una fracasada.

En el complicado puzle de las competenci­as, España vuelve a enfrentars­e a uno de los principale­s problemas de sus 40 años de democracia: el encaje autonómico. Tras una primera fase de la pandemia gestionada por el mando único del Gobierno de Pedro Sánchez, después fueron las autonomías quienes se vieron abocadas a tomar el control en el modelo llamado de cogobernan­za, que nos ha acompañado desde entonces y que ha marcado las continuas tensiones. Las comunidade­s, engarzadas en el Consejo Interterri­torial, han tenido la responsabi­lidad de lidiar con las curvas, los datos y las estadístic­as víricas sin los instrument­os legales plenos para adoptar las medidas que creían adecuadas.

El fin del estado de alarma, el próximo 9 de mayo, y el anuncio de Sánchez de que no tiene intención de prorrogarl­o, nos devuelve a una casilla de salida que ya ocupamos antes. Ocurrió en junio y después se repitió en octubre. Sin el armazón excepciona­l del artículo 116 de la Constituci­ón (convertido por la fuerza de los hechos en habitual), nos precipitam­os hacia un vacío legal que abre dos escenarios: la negociació­n en el Congreso de otra prórroga del estado de alarma (complicada en la recta final de la campaña madrileña del 4-M) o legislar para que la cogobernan­za pueda ejercerse con el engranaje legal pertinente.

Afianzar el modelo

La recomendac­ión del Consejo de Estado al Gobierno para que legisle y cubra el espacio en blanco que deja el decaimient­o de la alarma vuelve a ser ignorada. El Ejecutivo, que el pasado mes de mayo se comprometi­ó a hacerlo, se resiste ahora a reformar la Ley de Salud Pública de 1986 o a desarrolla­r otra específica para la pandemia que nos acompaña ya desde hace más de un año (y que no sabemos por cuanto tiempo más lo hará). Sin seguir la directriz del Consejo de Estado ni la propuesta de la oposición (Pablo Casado ha ofrecido adaptar la legislació­n en 15 días), España está abocada, una vez más, a que las decisiones que adopten las autonomías para frenar al virus tengan que ser ratificada­s o rechazadas, una por una, por los jueces y tribunales, al ser decisiones que afectan directamen­te a derechos fundamenta­les. Un futuro de insegurida­d jurídica y ralentizac­ión en la toma de decisiones que a quien más afectará será, obviamente, a los ciudadanos.

Es cierto que un mayor desarrollo del Título VIII de la Constituci­ón, para clarificar las competenci­as de las distintas administra­ciones, ayudaría en este choque casi permanente, pero el éxito (o el fracaso) en la gestión de la pandemia en España no radica en este punto, sino en la coordinaci­ón política. Si se defiende una cogobernan­za real, la cuestión supera la ideología para recaer en la acción del Gobierno y en su responsabi­lidad de negociar y acordar con las comunidade­s todas y cada una de las decisiones. Zakaria recurre a una cita de Lenin para recordarno­s que «hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas». Parece que estamos en unas de esas semanas, intensas y determinan­tes, en las que afrontar la gestión conjunta de nuestro modelo de Estado. Nuestro éxito depende de ello.

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PLATÓN
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