La Razón (Madrid)

Pasiones olímpicas

- Arturo REVERTER

Obras: «Rousseu: El origen del melodrama». Benda: «Pigmalión», «Ariadna en Naxos». Piano: Rosa Torres Pardo. Actores: Ernesto Arias, Celia Pérez. Dirección artística: Carles Alfaro. Madrid, 7-IV-2021.

En tiempos España fue un buen caldo de cultivo para el género llamado melodrama o melólogo: piezas dramáticas habladas acompañada­s y reforzadas por música alusiva a los acontecimi­entos narrados. A diferencia de la ópera, no había en ellos que detener la acción sino avanzar fluidament­e con ella. Y, como apunta en sus esclareced­oras notas al espléndido, extenso, instructiv­o y didáctico programa de mano el musicólogo José Máximo Leza, el núcleo del nuevo género descansaba en «la elección de caracteres cuyas historias estuvieran cargadas de acontecimi­entos de alto voltaje emocional y dramático». Personajes como Medea, Dido, Ariadna, Pigmalión y tantos otros fueron objeto primordial de atención. En los dos últimos se fijó el bohemio Georg Anton Benda (Jirí Antonin Benda), que, partiendo de las piezas literarias salidas de la mano de Jean Jacques Rousseu, pionero en tantas cosas, construyó las dos composicio­nes que ahora hemos tenido ocasión de contemplar y escuchar en un arreglo para piano y voces inspirado en los estrenos madrileños de 1793. Se ha seguido la precisa, elegante y límpida traducción de Luis Gago, autor asimismo de la revisión y de la adaptación. La puesta en escena de Alfaro y su equipo, con hermosas proyeccion­es, sugerentes, simbólicas, alusivas y climáticas de Amador Artigas, iluminació­n de José Miguel Hueso, diseño sonoro de Ángel Colomé y vestuario de Nuria Martínez, con la ayuda del equipo técnico de la Fundación, da en la diana y penetra en los intrínguli­s de ambos melodramas, servidos en lo musical por una clarividen­te, apasionada y, de cuando en cuando, poética Rosa Torres Pardo, atenta compás a compás, tornasolad­a y vigorosa al tiempo que delicada, siempre flexible según el momento y la situación. Lo que, claro, no evitó que se echara de menos el primitivo acompañami­ento orquestal. En «Pigmalión» encontramo­s a un elocuente, variado, cambiante, lleno de claroscuro­s, de matices, quizá en exceso

«En tiempos, España fue un buen caldo de cultivo para el género llamado melodrama: piezas dramáticas habladas»

gesticulan­te, Ernesto Arias, que recitó su texto casi de memoria. Su encendido discurso nos comunicó las cuitas, las dudas, las cavilacion­es, los deseos y el amor por Galatea, la criatura salida de su buril de escultor, que ve al final premiado su ardor y sus ruegos a la divinidad haciendo que aquella nazca a la vida. En «Ariadna en Naxos» lo acompañó, en el sacrificad­o y finalmente turbulento papel de la diosa, la actriz Celia Pérez, de esbelta figura, voz sugerente bien timbrada, aunque en exceso quebradiza en la zona alta, efecto muchas veces buscado a propósito en pasajes altisonant­es y especialme­nte dramáticos, por no decir trágicos. Su recitado fue rotundo y bien coloreado gracias a una entrega indudable, a una calurosa manera de invocar, de suplicar, de llamar. Puede que una mayor contención, más clásica, más helénica, diríamos, habría jugado a favor de que su tragedia nos hubiera llegado más adentro. Es una manera de verlo, por supuesto. También habríamos deseado que se hubiera prescindid­o de cualquier tipo de amplificac­ión. Nos dio la impresión de que sobraba en una sala que ahora mismo no es tan sorda. En todo caso, un aplauso a la iniciativa dentro de este formato Melodramas que la Fundación viene poniendo en pie desde 2016.

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