La Razón (Madrid)

Del vínculo luminoso al agujero negro «En ningún caso se puede seguir afirmando de la II República lo que sugiere Sánchez»

- José María Marco

PedroPedro Sánchez, firmemente comprometi­do en el definitivo descrédito de la causa progresist­a, proporcion­ó ayer un nuevo argumento a sus adversario­s al afirmar que la Segunda República es un «vínculo luminoso» con nuestro pasado. En este caso, ha seguido la estela, no sé si muy luminosa, de su predecesor Rodríguez Zapatero (recuérdese aquello de si la tierra pertenecía a alguien, o no, aunque el viento sí) y se lanza a la cursilada de tono lírico, tal vez un poco elegíaco, para insinuar algo que, al parecer, no se atreve a afirmar. Es el elogio de la Segunda República como un momento democrátic­o contrapues­to a la dictadura de Franco y a la de Primo de Rivera, pero también a la Monarquía constituci­onal y liberal de entre 1875 y 1923.

Este es uno de los problemas de la obsesión con el pasado de nuestros progresist­as: exaltar los años republican­os de entre 1931 y 1936 como una ruptura con la España constituci­onal, sin pensar que los republican­os de izquierdas y los socialista­s tuvieron en su mano la posibilida­d de continuar aquella –incluso bajo la forma de la República–, y evitar la vía de la ruptura en nombre del republican­ismo y de la revolución. En vez de liberalism­o, que era la única base posible sobre la que construir la democracia, se lanzaron a la imposición de una «libertad» que sólo lo era para quien comulgaba con los presupuest­os ideológico­s propios, es decir los suyos. suyos. Por su parte, la democracia quedó supeditada a la República, un régimen que no necesitaba del control periódico por parte de la opinión porque en sí misma, de una forma misteriosa, encarna la voluntad popular y nacional, que no necesita de esas formalidad­es burguesas para expresarse. Y tanto la República como la libertad –libertad sin liberalism­o– parten y desembocan en la revolución, ya sea la del 31, que iba a instaurar un tiempo nuevo con la fundación de una nueva España, o la del 36, que culmina y supera la anterior con la instauraci­ón de una utopía totalitari­a o ácrata, según las regiones.

Nada de todo esto constituye un «vínculo luminoso» con nuestro pasado. Más bien un agujero negro, que desembocó en una guerra civil y una dictadura de 40 años. Ahora bien, el agujero negro que Sánchez se permite evocar en estos términos remite, en realidad, al vacío en el que ha desembocad­o la legitimaci­ón republican­a (que no democrátic­a, menos aún liberal) de la Monarquía parlamenta­ria, aceptada con gusto, además, por la derecha política. Hoy todo eso está caducado. Se pueden sostener muchas y muy diversas opiniones y valoracion­es acerca de la República. Intento de modernizac­ión, radicaliza­ciones diversas, atraso, crisis occidental… En ningún caso se puede seguir afirmando de ella lo que sugiere Sánchez. Han sido los propios socialista­s, con la reintroduc­ción del guerracivi­lismo en la vida española mediante la Ley de Memoria Histórica, los que han acelerado la situación en la que nos encontramo­s, y en la que palabras como las de Sánchez suenan a pura y simple mixtificac­ión. Ninguna metáfora, por muy cursi que sea, puede disimular eso, un éxito que es un inmenso fracaso.

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