Un discurso «kitsch»
Dirección y guión: Emerald Fennell. Intérpretes: Carey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Jennifer Coolidge. Gran Bretaña-USA, 2020. Duración: 113 min. Comedia dramática.
He aquí una película que lo sacrifica todo a una carta, a una agenda que defender a capa y espada. Bienvenida sea la falta de verosimilitud, el cinismo sin filtros, la política de hechos consumados. No puede decirse que Emerald Fennell, creadora de la serie «Killing Eve», engañe a nadie: en cuanto vemos a Cassey (Carey Mulligan) borracha, con los brazos en jarras en un sofá de terciopelo, bajo la mirada de tres machos depredadores, sabemos que la película está siendo oportuna y oportunista. Sabe, por supuessido to, lo que quiere. Cassie solo finge estar borracha, noche tras noche, club tras club, para asustar a todos los hombres que quieren aprovecharse de ella; que son, claro, todos. Esa es la punta del iceberg de su triste doble vida, que Fennell retrata con una disparidad tonal más incoherente que desconcertante. ¿Qué son esos colores pastel, esa casa suburbial, esos padres que parecen haber salido de una «sitcom» momificada, frente al empoderamiento de una mujer prometedora, que podría haber doctora pero es camarera, y que habla con la autoridad de un ángel vengador que ha leído con más fruición los artículos de dominical sobre el #metoo que los ensayos feministas de Braidotti o Judith Butler? En las películas de «rape and revenge» del cine de explotación de los setenta, que coincidieron con la segunda ola del feminismo y que Fennell pasa por el filtro aséptico de la estética post-millenial, las mujeres se tomaban la justicia por su mano desde las vísceras. Para la Zoe Lund de «Ángel de
venganza» antes estaba la furia que cualquier agenda, y eso es lo que la convertía en un personaje tan problemático como estimulante. Pero, ¿qué ocurre con Cassie? Carey Mulligan aporta inteligencia al personaje, pero a la vez parece algo desubicada en su faceta justiciera. El guion está diseñado para que todos paguen por su responsabilidad en una violación universitaria, y con ese objetivo hace trampas para demostrar que ningún hombre es de fiar. En un momento extraño, hipnótico, donde suena la nana de «La noche del cazador», «Una joven prometedora» está a punto de lograr algo parecido a una poética, pero es solamente un espejismo. Y mientras tanto, la película se desliza hacia el abismo del moralismo edificante, contando, no la historia de una ejecutora implacable, sino la de una mártir para la causa. Y si hay algo que no necesita el feminismo para asesinar al patriarcado son mártires.