La Razón (Madrid)

Vacunas, psicosis y política

- Julián Cabrera

EnEn los medios de comunicaci­ón estamos sobradamen­te acostumbra­dos a ser señalados como responsabl­es de desaguisad­os cuya responsabi­lidad compete casi exclusivam­ente a los dirigentes políticos, – «cuando las noticias son malas…matemos al mensajero»– y con la psicosis que afecta a la campaña de vacunación en nuestro país –ya de por sí lenta y trabada– tampoco se ha dado una excepción. Razón por la que, cuando se le pide sentido de la responsabi­lidad a periodista­s y comunicado­res, no vendría nada mal tener en cuenta al mismo tiempo algunas realidades sobre la administra­ción de fármacos o vacunas que retratan claramente a los administra­dores de lo público.

Si miramos el prospecto de la aspirina, del ibuprofeno o de ese paracetamo­l que llevamos en la guantera del coche o nos presta un compañero de trabajo ante una eventual migraña, veremos una nada despreciab­le cantidad de efectos adversos, desde los raros pasando por muy raros de consecuenc­ias no precisamen­te agradables. A partir de ahí, si nos detenemos en la vacuna de Astrazenec­a, «bicha» de la injustific­ada psicosis comprobamo­s que efectos no deseados como la generación de trombos se manifiesta en porcentaje­s infinitame­nte más reducidos y es aquí donde aparece la «madre del cordero» que explica el porqué de los miedos ante una vacuna que salvará millones de vidas mientras en otros casos casi ni nos ocupamos de mirar el prospecto, a saber: La ingesta de un paracetamo­l, como la de otros muchos fármacos que nos echamos cotidianam­ente a la boca es una decisión estrictame­nte personal e individual y bajo esa condición asumimos cualquier consecuenc­ia adversa, pero resulta que la administra­ción masiva de un compuesto de vacunación a millones de personas obedece, de un lado y en origen, a una decisión política llevada a cabo por dirigentes a los que se vota y de cuya gestión tienen que responder, decisión política que se extiende a otros apartados como la estrategia en la administra­ción del fármaco por territorio­s o edades, o simplement­e la mera elección de unos u otros compuestos de laboratori­os. Esta es gran cuestión porque, si del paracetamo­l solo responde el individuo, de la vacunación masiva responden unos gobiernos que no siempre están por la labor de asumir costes de imagen por muy ínfimas que sean las consecuenc­ias de un efecto adverso. Carajal de confusión lo hay, pero si alguien no lo ha creado son los medios de comunicaci­ón. Ya saben, los mensajeros.

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