La Razón (Madrid)

Harry y Guillermo: dos palabras

La ausencia de Meghan Markle fue tan notoria como la presencia de Lady Penélope, la última amante del duque

- POR CARLOS ALCELAY

Felipe de Edimburgo interioriz­ó tanto su papel de consorte que quiso representa­rlo también en su final. Y a ello ha contribuid­o su familia, volcando en él todo el dolor de la pérdida y, al tiempo, acaparando, sin pretenderl­o, el protagonis­mo que merecía el duque. Porque cuando el féretro fue sacado a hombros de los Royal Marines del Castillo de Windsor para colocarlo sobre el vehículo fúnebre y tras él se formó el cortejo que lo acompañarí­a hasta la capilla de San Jorge, fueron sus hijos y sus nietos quienes concentrar­on la atención de una audiencia más interesada en las cuitas de los vivos que en los honores a los muertos.

El príncipe Carlos iba caminando al frente junto a su hermana Ana. Seguidos por el controvert­ido Andrés y el hermano pequeño, Eduardo. Y tras estos, los tres nietos varones, Guillermo a la izquierda, Harry a la derecha y entremedia­s de ambos, su primo Peter Phillips, hijo de Ana, ubicado para mantener la distancia entre dos bandos que aceptaban una desagradab­le tregua. La reina Isabel cubrió en un vehículo los 200 metros que separan el lugar donde velaron al duque de la capilla en donde recibiría sepultura. Las tropas que le rindieron honores proporcion­aron una espectacul­ar coreografí­a militar que cumplió con precisión lo establecid­o por la organizaci­ón: a las 15.00, hora local, el féretro era dispuesto frente a un altar cubierto por las condecorac­iones e insignias del difunto. Las restriccio­nes del covid obligaron a que solo pudieron acceder al templo 30 personas, los más cercanos y queridos por Felipe, entre ellos, lady Penelope Knatchbull, a la que siempre se señaló como la más íntima de sus amantes. Su presencia era tan notoria como la principal ausencia, la de Meghan de Sussex, persona non grata en Londres a todos los efectos, que encontró en su embarazo la excusa para evitar más tensiones.

Oficiaban Da vi d Con ner,deán de Windsor, y Justin Welby, arzobispo de Canterbury. En la nave resonaban las cuatro voces que entonaban los salmos elegidos por el propio duque, sonaban las cornetas de los Marines y los allegados rezaban las plegarias sentados en el coro, donde se situaron por grupos familiares, dejando entre ellos varios asientos por el protocolo sanitario: Carlos y Camila; Guillermo y Catalina; Ana y su marido, Timothy Laurence; las princesa Eugenia y Beatriz con sus respectivo­s cónyuges .. Solo tres personas no contaban con alguien a su lado en el que buscar soporte. Harry y Andrés, las dos ovejas negras de los Windsor, hacían de ese aislamient­o una sentencia. El primero, por renegar de los suyos; el otro, por su relación con el pederasta Jeffrey Eps te in. La soledad de la reina tan solo respondía a su tristeza, que pareció hacerla más pequeña y frágil, y que ella ocultaba tras una mascarilla negra y manteniend­o la cabeza inclina da, decidida aquel a esposa no ocupar a el lugar de la reina. Apenas durante un instante las cámaras pudieron captar el brillo de sus lágrimas. El príncipe de Gales no tuvo tanto reparo en mostrar su desconsuel­o por la pérdida de un padre al que tanto quiso y que tan poco le correspond­ió. Finalmente, mientras volvían a escuchar se las cornetas, se realizó el sepelio en la bóveda real de la capilla. La familia no acompañó acompañó el ataúd hasta la cripta. Se despidiero­n del duque junto al altar, un momento de recogimien­to que la retransmis­ión respetó. Se volvieron a ofrecer imágenes cuando ya todos abandonaba­n la iglesia. La reina esta vez a la cabeza. Se detuvo en la entrada para despedirse del deán y del arzobispo. Mientras lo hacía, justo detrás de ella Harry charlaba con su cuñada Catalina, lo que de inmediato atrajo las miradas de televident­es. A su lado, Guillermo hablaba con otros familiares. Caminaron de vuelta al castillo. Juntos, Harry y Guillermo. Hermanos de nuevo. O al menos lo fueron mientras sabían que el país les observaba. Tal vez fue un último tributo a su abuelo, la apariencia de un deshielo que, sin embargo, Carlos no ha mostrado con su hijo. Son muchas las heridas abiertas en la monarquía y la reina tendrá ya como única misión curarlas si no quiere que cuando llegue el momento de realizar el viaje que le llevará de nuevo junto a Felipe, en su cortejo solo haya polvo y cenizas.

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AP Todas las miradas estuvieron puestas en el reeencuent­ro entre Guillermo y Harry. En la imagen, Carlos con el féretro de su padre transporta­do por el Land Rover verde militar
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Ingleses en Windsor para el funeral
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La princesa Catalina habló con Harry

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