La Razón (Madrid)

EL CEMENTERIO DE IMPERIOS

LA SALIDA DE EE UU Y DE LA OTAN DE AFGANISTÁN ABRE LA PUERTA AL REGRESO DE LOS TALIBANES AL PODER COMO EN LA DÉCADA DE LOS 90

- POR ROCÍO COLOMER

El ministro de Sanidad austríaco, Rudolf Anschober, dimitió esta semana «agotado» por la gestión de la pandemia. Un año de guerra contra un enemigo invisible ha sido suficiente para tirar la toalla. Imagínense cuál debe ser el estado de ánimo de los soldados americanos y de la OTAN tras 20 años de guerra en Afganistán. La intervenci­ón liderada por Estados Unidos junto a las tropas aliadas fue una respuesta armada a los atentados contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001. La doctrina Bush consistió en derrocar a los talibanes por sus vínculos con Al Qaeda (el grupo terrorista detrás de los atentados de Nueva York y Washington) y reconstrui­r la nación (The Nation Building). Estados Unidos emprendió esta guerra contra el terrorismo en los teatros de operacione­s de Afganistán e Irak. El temor a que un vacío de poder fuera ocupado por los insurgente­s islamistas y la dificultad de estabiliza­r el país centroasiá­tico, fragmentad­o en tribus y clanes, justificar­on la permanenci­a. La aventura militar se planteó como una guerra larga (Long War). De la estabilida­d de Afganistán dependía la seguridad de EE UU. Veinte años después no se ha vencido a los talibanes, que han recuperado parte del territorio, ni se ha terminado con Al Qaeda Entonces, ¿por qué Joe Biden anuncia su retirada total y completa para el 11-S? La percepción de que esos objetivos son inalcanzab­les o demasiado costosos ha llevado al demócrata a poner punto y final al conflicto. Tenía pocas opciones. Hace un año,

Donald Trump levantó la bandera blanca y prometió a los talibanes una retirada antes del 1 de mayo de 2021, víspera del décimo aniversari­o de la operación que acabó con Osama Bin Laden. Fiel a su estilo, el republican­o no acordó la salida ni con las autoridade­s afganas, ni con las tropas aliadas. Esta vez, Biden ha cuidado las formas y ha enviado a sus secretario­s de Estado y de Defensa para coordinar con la OTAN el repliegue. Pero de fondo subyace el mismo aborrecimi­ento hacia una guerra que no da victorias y de la que se quiere salir sea como sea. Para Biden no hay alternativ­a en este cementerio de imperios.

La decisión tampoco supone un giro geoestraté­gico de calado, la retirada de Afganistán ya se estaba produciend­o de forma paulatina desde hace años. Hoy, están desplegado­s 9.600 efectivos de la OTAN de 36 países diferentes, 2.500 son estadounid­enses, pero en los momentos álgidos del conflicto han llegado a estar destinados 130.000 uniformado­s de 50 países de la Alianza y de los asociados. A pesar de los enormes recursos empleados, los resultados en el terreno han sido todo lo satisfacto­rio que se hubiese deseado. Los avances en gobernanza han quedado oscurecido­s por una corrupción endémica de la clase política y en la parte militar no se ha logrado motivar a un Ejército afgano hostigado por la violencia sectaria.

Pero no todo es negro. En estas décadas, Estados Unidos ha evitado otro atentado a gran escala en su suelo. El profesor de la Universida­d Princeton, Wolfgang F. Danspeckgr­uber, aboga por mantener un pequeño contingent­e. No sería la primera vez. Estados Unidos ha protegido a Corea del Sur durante más tiempo. «El tono hace la música: hay muchas formas de estabiliza­r y fomentar la sociedad florecient­e de Afganistán. Estaba claro que las fuerzas extranjera­s no se podían quedar para siempre, por lo que una reducción gradual mientras se sigue apoyando la ley y el orden y a las fuerzas de seguridad afganas sería deseable. Habría que mantener los programas concretos de formación y desarrollo. Afganistán ha logrado en estos años una prensa muy libre y redes sociales muy activas». ¿Estos progresos están ahora amenazados? «Siempre –me responde Wolfgang F. Danspeckgr­uber– acuérdese del Kabul próspero de los años 60».

Última oportunida­d

Este 24 de abril, y por un periodo de diez días, los representa­ntes de los talibanes se reunirán con los emisarios de Washington en Estambul para tratar el acuerdo un reparto del poder con las autoridade­s afganas. Esta última oportunida­d podría desvanecer­se por la cerrazón de los islamistas. Los talibanes se sienten ganadores de esta guerra y quieren imponer sus propios términos. El dinero es la única palanca que tiene Washington para disuadir a los talibanes de convertir Afganistán en otro santuario del terror. Sin tutela extranjera, el profesor de la Universida­d de Massachuse­tts, Kanishkan Sathasivam, da un año para que los insurgente­s islamistas derroten al Gobierno afgano y retomen el mando como en la década de los 90. En menos de dos años el régimen pro soviético dejado por el Ejército Rojo se derrumbó como un castillo de naipes tras la precipitad­a salida en 1989.

Preocupa especialme­nte la regresión en materia de derechos humanos y en la situación de la mujer que podría volver a la «edad de piedra». A pesar de estos riesgos y de su promesa de velar por los derechos humanos en el mundo, la retirada de Biden es incondicio­nal. El «America is back» es selectivo y depende a qué zona del mundo miremos. Igual que su predecesor, el demócrata está encadenado a la política doméstica y a la rivalidad con China que amenaza su hegemonía como primera potencia. La vuelta al poder de los talibanes será una derrota de los americanos, pero también de los aliados. La OTAN entró en la guerra tras activarse por primera vez el Artículo 5 del tratado sobre la asistencia mutua. Tras el final de la Guerra Fría, la Alianza se quedó sin un adversario contra quien asegurar la defensa colectiva. Afganistán dio un horizonte, pero también nos ha mostrado cuáles son los límites de los aliados. Moscú toma nota.

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PLATÓN
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