La Razón (Madrid)

El mal del siglo XXI

Esta otra epidemia alcanza ya a 4,7 millones de españoles. La que más la sufren, las mujeres mayores de 65 años en grandes ciudades

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En la era de las telecomuni­caciones la psiquiatrí­a considera la soledad «el mal del siglo XXI». El fenómeno se da con mucha más frecuencia en las ciudades que en los pueblos, ya que en estos últimos las relaciones tienden a ser más cercanas y personales al tratarse de círculos más reducidos. El Instituto Nacional de Estadístic­a (INE) ha cifrado en 4,7 millones los españoles que viven solos y más de la mitad (50,5%) son mayores separados o divorciado­s y residentes en ciudades. Casi un tercio son mujeres mayores de 65 años, porcentaje que se eleva con los años.

Para la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), la soledad de los mayores es una «epidemia creciente que atenta contra los derechos humanos» con un gran impacto en su salud física y mental: deterioro cognitivo, demencia precoz, enfermedad­es cardiovasc­ulares, empeoramie­nto de las patologías osteoartic­ulares, diabetes, malos hábitos alimentari­os, obesidad, riesgo de accidentes domésticos, depresión, ansiedad, alteracion­es del sueño, consumo del alcohol, malos hábitos de higiene, doble riesgo de mortalidad prematura… «Todo depende de cómo se lleve vivir en soledad», sentencia Ángeles N. V., de 69 años. Recienteme­nte jubilada como auxiliar clínica del Hospital Clínico San Carlos de Madrid después de 45 años de trabajo, divorciada y con dos hijas que viven independie­ntes, pero con las que conserva una excelente relación, mantiene un carácter alegre y manifiesta que ha elegido vivir sola y se siente bien «por mantener una intensa vida social con sus antiguas compañeras de trabajo y con la ayuda de la Asociación de Mujeres Nosotras Mismas, que organiza numerosas actividade­s culturales y de todo tipo, incluso tiene un servicio de psicología clínica para satisfacer las necesidade­s de las afiliadas».

Según el doctor Juan Gonzalo, coordinado­r del Grupo de Envejecimi­ento de la Sociedad Española de Geriatría, la clave no es la soledad objetiva, es decir, estar solo, sino la subjetiva, sentirse solo. Y la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen) desarrolla un programa piloto para combatir la soledad impuesta de los ancianos ya que durante el envejecimi­ento es frecuente experiment­ar una serie de vivencias que pueden contribuir al sentimient­o de soledad, que no empezó a estudiarse desde una perspectiv­a psicológic­a desde los años cincuenta del siglo XX.

Los expertos distinguen entre la soledad objetiva o elegida, que puede ser buscada y enriqueced­ora, y la subjetiva e impuesta, que representa un sentimient­o doloroso y realmente temido.

Milagros R. D., de 74 años, sin hijos y viuda desde septiembre del año pasado, está ayudándose a superar el duelo por la pérdida de su esposo con una psicóloga de la Asociación Nosotras Mismas, pero confiesa que hay momentos que la soledad le va muy bien, es decir, que combina equilibrad­amente los dos tipos de soledades.

Por su parte, con 86 años de edad y 11 de viuda, Guadalupe L. R., que vive en Madrid, conserva un espíritu alegre, rebosante de simpatía y se hace querer por cuantos la conocen. Se siente orgullosa de sus dos «maravillos­as hijas, una nieta preciosa y un yerno buenísimo», y confiesa que cuando llega un momento en que no soporta vivir sola se va una temporada con la hija que está soltera. «Cuando te haces mayor vas perdiendo la vitalidad de la juventud y hay momentos en que la soledad se hace muy dura. Además, yo soy la única de los que vinimos a vivir a este edificio, donde antes todos nos conocíamos y ayudábamos. Ahora la gente es nueva, joven y va a lo suyo», comenta. Y añade muy indignada: «La casa tiene cuatro plantas y la comunidad de vecinos ha decidido poner un ascensor. Yo vivo en el bajo y no lo necesito, pero tengo que pagar los 300 euros mensuales que abona cualquier vecino, así que la pensión de viudedad se me queda en nada. Si no fuera por mi hija no podría sobrevivir. Pedí una ayuda para pagar los audífonos, que me costaron 6.000 euros, y me la denegaron cuando el 99% de las pensiones son muy bajas. Pero ahora bien que les interesa a los políticos que votemos».

De los servicios sociales que más satisfecha se siente Guadalupe es de los que presta el Ayuntamien­to o la Comunidad de Madrid. Le han proporcion­ado hace tiempo un colgante que, en caso de necesidad, lo activa con un botón e inmediatam­ente vienen los sanitarios. También llaman de vez en cuando a casa o adonde se desplace para comprobar que está bien y le facilitan personal de limpieza, de asistencia social, de lo que necesite. Así se siente un poquito menos sola.

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RUBÉN MONDELO Guadalupe en su domicilio de Madrid, repleto de recuerdos familiares

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