La Razón (Madrid)

Revistas satíricas: los chistes racistas de los más «progres»

Durante la Transición, estos magacines, repletos de ingenio, recogieron a la perfección la rápida evolución de la calle: de la ilusión al desencanto

- POR REBECA ARGUDO/JULIO VALDEÓN

Cuando en España todavía se podía acabar delante del Tribunal de Orden Público, en Las Salesas, francotira­dores con tinta china, pistoleros de las teclas, burlaron la censura con el estoque del humor y apedrearon las cocheras del tardofranq­uismo con el aguarrás del sarcasmo. Aunque debilitado, el régimen todavía era perfectame­nte capaz de saltar por los aires una redacción, dinamitar una empresa o entrullar a un plumilla. Contra pronóstico, e inspirados en «Charlie Hebdo», los sucesores y alumnos de Mihura, Álvaro de la Iglesia, Enrique Herreros o Tono, muchos de ellos jóvenes grumetes en una «Codorniz» agonizante, sacaron adelante la siguiente generación de revistas satíricas. Con «Hermano Lobo», «Por Favor», «El Papus» o «El Jueves», un ramillete de genios del humor gráfico y literario coló de matute, bajo la dinamita del chiste solanesco o el gag irónico, todo lo impublicab­le en los periódicos y revistas convencion­ales. La nómina asusta: Chumy Chúmez, Gila, Manuel Summers, Forges, Quino, Andrés Rábago (OPS y El Roto), Perich, Máximo, Martinmora­les, Nuria Pompeia, Manuel Vicent, Francisco Umbral, Luis Carandell, Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Haro Tecglen...

Gerardo Vilches, historiado­r, especialis­ta en cómics, publica «La satírica Transición: Revistas de humor político en España (1975-1982)», una suerte de radiografí­a inmediata y sin filtro de la Transición, del sentir de la calle en aquellos momentos reflejado en las páginas de sátira hiperbó

lica que llenaban los kioskos. «Fue un gran momento para estas revistas, que suponían los espacios de mayor libertad, con sus dificultad­es y amenazas. Gracias al humor eran un espacio de crítica muy libre. Un medio muy popular en el que se refleja perfectame­nte la rápida evolución, de la ilusión al desencanto, que se vivió durante la Transición».

Fue un boom de la época, pero fue también muy efímero. Vilches se muestra convencido de que «su evolución es reflejo también de la rapidez de las fases que se atraviesan en la Transición. Por ejemplo, “Hermano Lobo” viene de un tardofranq­uismo, resulta más oscura. Tiene un humor negro muy críptico, no directo como se haría en “Por Favor” o “El Papus”. Es un avance respecto a “La Codorniz”, pero muy rápidament­e queda desfasada y aparecen “Por Favor”, que supone un avance respecto a ella, y “El Papus”, absolutame­nte ácrata y desatada, aprovechan­do la reciente libertad. Se queman fases a toda velocidad. En cinco años España cambia por completo. Un desinterés progresivo de la sociedad por la política empuja también a un cambio hacia un humor más costumbris­ta, un cómic más tradiciona­l, menos satírico, y se vive una transforma­ción hacia este nuevo modelo».

Ándrés Rábago (Ops, el Roto) trabajó en dos de ellas, «La Codorniz» y «Hermano Lobo»: «Allí pude conocer a los mejores dibujantes de la época: Tono, Mingote, Julio Cebrián, Chumy Chumez, Máximo, Perich, Forges, Summers...», recuerda. «No fue una época fácil para la edición de esas revistas, que en algunas ocasiones se vieron censuradas».

Efectivame­nte, hasta el 68 existía la censura previa, pero en ese año, con la Ley Fraga –ministro de Informació­n y Turismo en aquel momento– se acaba con ella. Paradójica­mente, explica Vilches, «lo que consigue esta ley es introducir a las publicacio­nes en la incertidum­bre más absoluta». Ya no existía aquella censura previa, cierto, pero el Ministerio de Informació­n contemplab­a una serie de sanciones posteriore­s a la publicació­n. Era mucho más perverso, pues se les socavaba en lo económico: no se retiraba la publicació­n previament­e, sino cuando ya estaba en la calle, con la inversión hecha. A la multa económica –de las 5.000 a las 600.000 pesetas– se podía añadir la pérdida por la ausencia de ventas, si había un secuestro legal por parte de un juez. Además, también podían sufrir cierres de hasta cuatro meses, lo que podía suponer su desaparici­ón. «El artículo 2, por ejemplo, hablaba de la salvaguard­a de las institucio­nes y la moral. Es tan flexible, tan interpreta­ble, que podía caber cualquier cosa. Revistas como “El Papus”, con la ley en la mano, podrían haber sido objeto de sanciones todas las semanas», apunta Vilches.

«Esa ley», indica el historiado­r, «daba herramient­as para cerrar las revistas cuando interesase. Desde el punto de vista de la libertad de expresión, el régimen se apunta el tanto de acabar con la censura, pero en realidad era un método más complejo y sofisticad­o de ejercerla».

El columnista y escritor Manuel Vicent, que estuvo en el núcleo de «Hermano Lobo», nos cuenta que «el tema de la revista lo decidíamos cada jueves, en una cena en el restaurant­e Picardías. Las recuerdo llenas de carcajadas libres. Era un “Hermano Lobo” oral que, por desgracia, no llegaba a los kioscos».

Para Rábago, aquellos son los años de Ops. Entra en «Hermano Lobo» con apenas 25 años, y la portada del primer número es suya. «No había consejos de redacción, pero, de vez en cuando, íbamos todos a cenar a algún restaurant­e donde yo era básicament­e un oyente. Me divertía mucho escuchar sus exhibicion­es de ingenio y mala leche. Mi relación principal era con el director, Ángel García Pintado, y con Chumy Chúmez, el alma mater de “Hermano Lobo”, ambos fueron de entonces en adelante mis mejores amigos».

La única vía de escape

«Durante la dictadura el humor era la única vía de escape», comenta Vicent, «un consuelo barato de lamerte las heridas, con la ventaja de que contabas con la complicida­d del lector. Tenía su riesgo, porque al menor descuido caías en el foso de los cocodrilos. Leído hoy, el humor de “Hermano Lobo” era de un candor inofensivo, pero estaba lleno del talento de los mejores humoristas gráficos que ha producido este país».

Algunas de esas viñetas, así es, son candorosas, casi naifs, vistas hoy. Otras, rabiosamen­te actuales pese al tiempo pasado. Y algunas de ellas, directamen­te, serían impublicab­les. «La sensibilid­ad ha cambiado muchísimo –reflexiona Vilches–. En la España de los 70 no había ningún tipo de sensibilid­ad feminista, racial, hacia personas con discapacid­ades... Incluso los más progresist­as hacían chistes con estos temas. Hoy en día sigue habiendo gente que hace humor negro, pero los menos. Entonces era ese el humor “mainstream”. La sociedad ha madurado, tiene otras sensibilid­ades y, por lo tanto, dejan de hacerle gracia ciertas cosas. Hay que entenderlo en su contexto».

¿Hemos pasado del censor de tijera y rotulador rojo al de dedito hacia abajo en redes y ofendido constante? ¿De la censura oficial a la de la turba enfurecida? El autor de «La satírica Transición: Revistas de humor político en España (1975-1982)» diferencia entre la censura en sentido estricto, «la ejercida desde el poder, con capacidad sancionado­ra y coercitiva», y «un clima social como el de hoy en día, facilitado porque todos tenemos la capacidad de opinar y hacer llegar a otros nuestra opinión amplificad­a. Las cazas de brujas, los linchamien­tos, las campañas de boicot... ese paso siguiente es el que resulta espeluznan­te».

Para Vicent, las redes sociales «son la forma que ha adoptado Satán para acabar con el humor. Es repugnante ese albañal».

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Mingote, Chumy Chumez, Perich, etc. Forges, Summers, son nombres míticos de la sátira española
«Hermano Lobo» de exprimió la falta sensibilid­ad feminista y racial de la España de los 70 Mingote, Chumy Chumez, Perich, etc. Forges, Summers, son nombres míticos de la sátira española
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la Aprovechan­do caída de la dictadura, «El Papus» se medio convirtió en un ácrata y desatado
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