La Razón (Madrid)

DE SENECTUTE

- Fernando Sánchez-Dragó

ElEl filósofo y poeta egipcio Ptah-Hotep escribió 2.500 años antes de Cristo lo que sigue: «¡Qué penosos y difíciles son los últimos días del anciano! Día tras día se vuelve más débil, sus ojos se empañan, sus oídos se ensordecen, su fuerza se desvanece, su corazón ya no conoce la paz, su boca permanece silenciosa y ya no dice palabra alguna. El poder de su mente disminuye y ya no puede recordar cómo fue el ayer. Le duelen todos los huesos. Aquello que no hace mucho tiempo se realizaba con placer, ya es doloroso ahora. El gusto desaparece. La vejez es la peor de las desgracias que pueden afligir al hombre».

Tal cual. Así es. Hipócrates o Galeno no lo habrían dicho mejor. El diagnóstic­o es de una exactitud aterradora y de una lucidez digna del mejor informe clínico. El novelista estadounid­ense Philip Roth escribió un libro implacable en el que daba cuenta, entre otras cosas, de los últimos días –quizá semanas, quizá meses– de la vida de su progenitor: Patrimonio. En él, con pluma maestra, descendien­do de lo abstracto a lo concreto, sin ahorrar detalles, por escabrosos que fueran, describió cómo fue cayendo en picado el autor de sus días a partir del momento en que le detectaron un tumor cerebral y cómo se vio dramáticam­ente alterado el minutaje de la existencia de quien hasta una edad provecta, a decir poco, había sabido gobernar su vida, tanto en lo concernien­te a la fisiología como a la psicología, la cognición y las emociones, dentro de los parámetros de la dignidad. Roth también dedicó a la muerte, en general, y a la suya propia otra gran novela: Elegía. Ambas ponían en evidencia una frase lapidaria, casi un epitafio, salida de la misma pluma y de idéntica convicción: «La vejez no es una batalla. Es una masacre».

A eso se refería también Gil de Biedma cuando escribió en uno de sus poemas que envejecer es el único argumento de la obra. O sea: de la vida. Y eso, así mismo, otras hipótesis más noveleras aparte, es lo que condujo a Hemingway a descerraja­rse un tiro en el cielo del paladar cuando le faltaban 19 días para cumplir 72 años. No eran muchos.

Trece llevo yo hilvanando aquí columna tras columna sobre cómo mantener la juventud. Quizá sea ya hora de dedicar las venideras a la senectud. Disculpen tan lóbrego augurio, escrito con una sonrisa. Cosas de la edad.

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