La Razón (Madrid)

Estampa marina a falta de grises

- TEATRO REAL Arturo REVERTER

Britten: Peter Grimes: Allan Clayton, Maria Bengtsson, Christophe­r Purves, Catherine Wyn-Rogers, John Graham Hall, Clyve Bayley, James Gilchrist, Jacques Inbrailo, Rocío Pérez, Natalia Labourdett­e, Saúl Esgueva. Orquesta y Coro del Teatro. Dirección musical: Ivor Bolton. Dirección de escena: Deborah Warner. Producción: Teatro Real. Cprodsucci­ón con la Royal Opera House, Opéra National Patris y Opera de Roma.

El Teatro Real recibió por primera vez esta ópera en 1997, a poco de reabrirse como sala lírica, en un ejemplar montaje de Willy Decker. Hay que aplaudir una nueva presencia en nuestros escenarios de esta gran obra maestra, escrita en un estilo, por decirlo así, antiwagner­iano, que aparece constituid­a por números aislados, independie­ntes, con especial atención al manejo de la voz. Obra coral, de recia tradición inglesa, con un admirable retrato de personajes. La rica orquesta subraya puntualmen­te el desarrollo de la acción y pone en ambiente al auditor, crea atmósfera. La naturaleza, protagoniz­ada por un mar ora amenazador, ora tranquilo y bienhechor, está presente de principio a fin y brilla en todo su esplendor en los seis famosos «Interludio­s». Lo más señalado de la representa­ción de ayer noche ha sido la prestación del foso, en donde Ivor Bolton, especialis­ta en este repertorio, se mueve como pez en el agua (nunca mejor dicho). Los «Interludio­s marinos» han tenido elocuencia, han estado bien planificad­os y acentuados, con la respuesta de una orquesta (algo más de 70 instrument­istas bien separados entre sí), rica en timbres, brillante en los «tutti», con solistas de talla y un fraseo que el director ha sabido ahormar. En todo momento la rectoría –sin batuta, como es habitual- ha controlado y ha respirado con las voces establecie­ndo compás a compás los matices y los reveladore­s claroscuro­s. Buen manejo asimismo de las cambiantes dinámicas.

Todo ello ha dado como consecuenc­ia una notable noche de ópera en la que los inspirados y eclécticos pentagrama­s (resonancia­s pucciniana­s, stravinski­anas, mahleriana­s), en los que hay mucho de original, han tenido también una respuesta vocal más que digna. Allan Clayton ha mostrado sensibilid­ad, cuidado en el matiz haciendo crecer una voz de por sí no especialme­nte relevante. Es un tenor lírico, a falta de un mayor mordiente y de un mayor desahogo en la zona superior. Pero ha cumplido con creces. Lo mismo que Maria Begnston, una Ellen Orford emotiva, sensible, refinada. Su voz de soprano lírica tiene un aceptable vibrato, aunque no es potente y flaquea en la zona grave. Estupendo el

Balstrode de Christophe­r Purves, expresivo, severo, que suple con buen arte y dicción soberana, una cierta falta de brillo y un peligroso engolamien­to.

El resto del reparto, incluido el temblón y apuradillo Bob Boles de John Graham-Hall y el opaco Swallow de Clive Bayley, funcionó a satisfacci­ón. Mención especial para las dos jóvenes «sobrinas»: Rocío Pérez y Natalia Labourdett­e, saladas y en si sitio, también como actrices. Algo esto último que hay que poner, claro es, en el haber de la directora de escena, Deborah Warner, a la que ya se aplaudió, y mucho, en su «Billy Budd» del propio Britten hace tres temporadas. Ha movido muy bien a los vecinos de Grimes, con orden –a veces excesivo-, con intención y con excelentes resultados dramáticos.

Hemos echado en falta, en una puesta en escena que sitúa la obra en nuestra época, un mayor reflejo de la sordidez, de la grisura, de la desolación del paisaje y de las almas. Todo es muy colorista. Pero hay momento logrados. El Prólogo, por ejemplo, con un juicio simbólico, ofreció una magnífica plástica y una ágil disposició­n. Cada escena tiene su tempo y cada personaje su pauta, aunque no se pierde la noción de que, después de todo, estamos ante una obra coral.

Mal resuelta la incidencia de la segunda escena del segundo acto, en el que se emplea el decorado de fondo de la escena primera del acto inicial. No se hace comprensib­le la muerte del segundo aprendiz. No es tampoco muy convincent­e la partida de Grimes hacia su fin. Bien está que el mar, un fondo luminoso e irisado, aparezca ante nosotros en varios de los cuadros. Y estupendam­ente realizada la escena de la taberna El Jabalí, con todas las estrechece­s y la ominosa acusación contra el desgraciad­o y falto de amor, el aherrojado e inadaptado Peter. Con todo una representa­ción disfrutabl­e y muy aplaudida bien que sin llegar a las excelencia­s de Billy Budd.

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JAVIER DEL REAL El Teatro Real estrenó anoche «Peter Grimes», de Benjamin Britten

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