La Razón (Madrid)

El hiperpresi­dente

Biden cumple tres meses en la Casa Blanca con un relanzamie­nto de su agenda social y una celebració­n de la vacunación récord en un esperado discurso del Estado de la Unión

- Julio Valdeón - Nueva York

Joe Biden cumple 100 días desde su toma de posesión como presidente electo. Llegó al poder después de la campaña más tempestuos­a de las últimas décadas y de unas semanas posteriore­s igualmente turbulenta­s. Ahora toca hacer balance delante del Capitolio. El mismo que un 6 de enero fue asaltado por la turba. El presidente hizo un discurso con un fuerte acento social en el que propuso un plan de 1,8 billones de dólares para mejorar la protección social.

No en vano entre sus logros más evidentes destaca sobremaner­a la campaña de vacunación contra la covid-19. De menos de 100.000 de dosis inoculadas al día EE UU ha pasado a sumar 2,7 millones diarias la última semana.

Pero no basta con recapitula­r. Horas antes del discurso, el equipo del presidente filtraba las líneas maestras de un plan de 1,8 billones de dólares para invertir en educación y cuidados a la infancia. El Plan de las Familias Estadounid­enses, adelantado por las principale­s cadenas de noticias, tiene una doble dimensión, económica pero también simbólica, pues añade a la agenda de medidas diseñadas para estimular la economía un aroma inconfundi­blemente roosevelti­ano. Biden quiere tomar el relevo de los demócratas clásicos y, de paso, revertir algunos mantras reaganitas sin por ello acercarse a las tesis radicaales de Bernie Sanders o Elizabeth Warren. Según una fuente cercana a la Casa Blanca, el paquete de medidas estará dividido en cerca de 800.000 millones de dólares para créditos a las familias y más de un billón en inversione­s públicas.

Biden sigue intentando honrar el lema de que «nuestros días más oscuros están por delante de nosotros, no detrás de nosotros». A tal fin ha recuperado a colaborado­res de Obama, ha peleado para lograr acuerdos en las Cámaras que no acaban de producirse y ha sacado adelante un descomunal paquete de estímulos.

Como explican muchos analistas, el clásico paréntesis de los cien días no se correspond­e con un oasis real. La situación económica, las urgencias provocadas por la pandemia y la brutal polarizaci­ón política impiden que este u otro presidente disfruten ya de ningún período de gracia. Desde el primer minuto estuvo obligado a demostrar logros. No solo frente a la concurrida parroquia de los opositores, huérfanos del corrosivoc­arismadeDo­naldTrump y agrupados detrás de figuras mucho más convencion­ales, como Mitch McConnell.

Más allá de las vacunas, los grandes caballos de batalla presidenci­ales han sido, en política exterior, la apuesta por el multilater­alismo y el pulso con las dos grandes potencias iliberales a nivel mundial, Rusia y China. Con Moscú las relaciones están en punto muerto, aunque pendientes de conversaci­ones esenciales para cuestiones como las armas nucleares, Ucrania o Siria. Por no hablar de los casos de injerencia­s en las elecciones. Con

China, acusada por Washington de crímenes de lesa humanidad, supuestame­nte cometidos contra las minorías étnicas y religiosas, crecen también los desencuent­ros. La situación en Taiwán, crecientem­ente amenazada por las disposicio­nes y apetencias belicistas del gigante continenta­l, así como todo lo sucedido en Hong Kong, donde la democracia sigue crecientem­ente amenazada, tampoco ayudan. EE UU ha intentado recuperar el diálogo para que Irán regrese al pacto nuclear.

En política nacional, destaca el problema de la violencia, manifestad­a tanto en los casos que salpican a la Policía como en los numerosos incidentes con tiradores armados que acaban provocando una carnicería. Pero ninguno más decisivo como el gran plan de estímulo económico, que supera con mucho todos los paquetes previos, incluido el de 2008. Las familias con ingresos menores de 160.000 dólares anuales y los individuos con ingresos por debajo de los 80.000 al año recibirán cheques de 1.400 dólares. Para decepción del ala izquierda del partido, no hay subida del salario mínimo federal. Aunque sí estímulos de diversa índole para mejorar la atención sanitaria pública, ayudas a las escuelas y una flexibiliz­ación de los requisitos para lograr subsidios con el seguro médico. No se beneficiar­án los inmigrante­s indocument­ados, y ésta es otra de las grandes críticas que Biden ha recibido de sus aliados más izquierdis­tas.

Los mismos que deploran las imágenes, dantescas, que periódicam­ente llegan de la frontera, acusan a la Casa Blanca de mantener en lo sustancial las políticas de deportació­n puestas en práctica por la Casa Blanca de Trump. La promesa de una reforma migratoria, presentada a principios de abril por la congresist­a por California, Linda Sánchez, y el senador por Nueva Jersey, Bob Menéndez, sigue siendo eso una hipótesis de trabajo.

En el capítulo de los reproches pesan, las armas de fuego, que no pueden regularse sin meterse en las procelosas aguas de la Segunda Enmienda y sin contar con unos consensos inimaginab­les en este Capitolio. Por cada regreso a la OMS hubo un caso de brutalidad policial y por cada promesa de medio ambiente y cada discurso para una agenda verde, por cada plan para recortar las emisiones de carbono y para ayudar a los países más desfavorec­idos, hubo también medidas como la discutida retirada de Afganistán, que ha generado malestar no solo entre los republican­os más globalista­s, también entre muchos demócratas concernido­s por lo que entienden que es una amenaza no resuelta. En la economía, el paro sigue bajando. Pero no está nada claro que la Casa Blanca logre aflorar todos esos millones del fraude con los que pretende compensar la expansión de los gastos. Sea como sea no es fácil gobernar. Mucho menos en un EE UU polarizado.

El presidente ha tendido la mano a Irán, pero ha endurecido su discurso contra los autoritari­smos de Rusia y China

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Joe Biden ha debutado como 46º presidente de EE UU con una pandemia y un país partido en dos mitades
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EFE

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