El hiperpresidente
Biden cumple tres meses en la Casa Blanca con un relanzamiento de su agenda social y una celebración de la vacunación récord en un esperado discurso del Estado de la Unión
Joe Biden cumple 100 días desde su toma de posesión como presidente electo. Llegó al poder después de la campaña más tempestuosa de las últimas décadas y de unas semanas posteriores igualmente turbulentas. Ahora toca hacer balance delante del Capitolio. El mismo que un 6 de enero fue asaltado por la turba. El presidente hizo un discurso con un fuerte acento social en el que propuso un plan de 1,8 billones de dólares para mejorar la protección social.
No en vano entre sus logros más evidentes destaca sobremanera la campaña de vacunación contra la covid-19. De menos de 100.000 de dosis inoculadas al día EE UU ha pasado a sumar 2,7 millones diarias la última semana.
Pero no basta con recapitular. Horas antes del discurso, el equipo del presidente filtraba las líneas maestras de un plan de 1,8 billones de dólares para invertir en educación y cuidados a la infancia. El Plan de las Familias Estadounidenses, adelantado por las principales cadenas de noticias, tiene una doble dimensión, económica pero también simbólica, pues añade a la agenda de medidas diseñadas para estimular la economía un aroma inconfundiblemente rooseveltiano. Biden quiere tomar el relevo de los demócratas clásicos y, de paso, revertir algunos mantras reaganitas sin por ello acercarse a las tesis radicaales de Bernie Sanders o Elizabeth Warren. Según una fuente cercana a la Casa Blanca, el paquete de medidas estará dividido en cerca de 800.000 millones de dólares para créditos a las familias y más de un billón en inversiones públicas.
Biden sigue intentando honrar el lema de que «nuestros días más oscuros están por delante de nosotros, no detrás de nosotros». A tal fin ha recuperado a colaboradores de Obama, ha peleado para lograr acuerdos en las Cámaras que no acaban de producirse y ha sacado adelante un descomunal paquete de estímulos.
Como explican muchos analistas, el clásico paréntesis de los cien días no se corresponde con un oasis real. La situación económica, las urgencias provocadas por la pandemia y la brutal polarización política impiden que este u otro presidente disfruten ya de ningún período de gracia. Desde el primer minuto estuvo obligado a demostrar logros. No solo frente a la concurrida parroquia de los opositores, huérfanos del corrosivocarismadeDonaldTrump y agrupados detrás de figuras mucho más convencionales, como Mitch McConnell.
Más allá de las vacunas, los grandes caballos de batalla presidenciales han sido, en política exterior, la apuesta por el multilateralismo y el pulso con las dos grandes potencias iliberales a nivel mundial, Rusia y China. Con Moscú las relaciones están en punto muerto, aunque pendientes de conversaciones esenciales para cuestiones como las armas nucleares, Ucrania o Siria. Por no hablar de los casos de injerencias en las elecciones. Con
China, acusada por Washington de crímenes de lesa humanidad, supuestamente cometidos contra las minorías étnicas y religiosas, crecen también los desencuentros. La situación en Taiwán, crecientemente amenazada por las disposiciones y apetencias belicistas del gigante continental, así como todo lo sucedido en Hong Kong, donde la democracia sigue crecientemente amenazada, tampoco ayudan. EE UU ha intentado recuperar el diálogo para que Irán regrese al pacto nuclear.
En política nacional, destaca el problema de la violencia, manifestada tanto en los casos que salpican a la Policía como en los numerosos incidentes con tiradores armados que acaban provocando una carnicería. Pero ninguno más decisivo como el gran plan de estímulo económico, que supera con mucho todos los paquetes previos, incluido el de 2008. Las familias con ingresos menores de 160.000 dólares anuales y los individuos con ingresos por debajo de los 80.000 al año recibirán cheques de 1.400 dólares. Para decepción del ala izquierda del partido, no hay subida del salario mínimo federal. Aunque sí estímulos de diversa índole para mejorar la atención sanitaria pública, ayudas a las escuelas y una flexibilización de los requisitos para lograr subsidios con el seguro médico. No se beneficiarán los inmigrantes indocumentados, y ésta es otra de las grandes críticas que Biden ha recibido de sus aliados más izquierdistas.
Los mismos que deploran las imágenes, dantescas, que periódicamente llegan de la frontera, acusan a la Casa Blanca de mantener en lo sustancial las políticas de deportación puestas en práctica por la Casa Blanca de Trump. La promesa de una reforma migratoria, presentada a principios de abril por la congresista por California, Linda Sánchez, y el senador por Nueva Jersey, Bob Menéndez, sigue siendo eso una hipótesis de trabajo.
En el capítulo de los reproches pesan, las armas de fuego, que no pueden regularse sin meterse en las procelosas aguas de la Segunda Enmienda y sin contar con unos consensos inimaginables en este Capitolio. Por cada regreso a la OMS hubo un caso de brutalidad policial y por cada promesa de medio ambiente y cada discurso para una agenda verde, por cada plan para recortar las emisiones de carbono y para ayudar a los países más desfavorecidos, hubo también medidas como la discutida retirada de Afganistán, que ha generado malestar no solo entre los republicanos más globalistas, también entre muchos demócratas concernidos por lo que entienden que es una amenaza no resuelta. En la economía, el paro sigue bajando. Pero no está nada claro que la Casa Blanca logre aflorar todos esos millones del fraude con los que pretende compensar la expansión de los gastos. Sea como sea no es fácil gobernar. Mucho menos en un EE UU polarizado.
El presidente ha tendido la mano a Irán, pero ha endurecido su discurso contra los autoritarismos de Rusia y China