La Razón (Madrid)

LIBERTAD RELIGIOSA

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia

«Fundamento de la democracia es el respeto, defensa y salvaguard­ia del derecho de libertad religiosa y de conciencia»

AyerAyer se celebraban en Valencia, organizada­s por la Universida­d Católica «San Vicente Mártir» y su Facultad de Derecho Canónico, las Conversaci­ones Canónicas Valentinas Anuales, sobre un tema de máxima actualidad y de grandísima repercusió­n en la sociedad española a propósito de los cuarenta años de libertad religiosa en España y la Ley Orgánica que la regulaba, y la regula aún hoy, y también sobre los Acuerdos entre la Santa Sede y el Estado Español que tanto tienen que ver con la aplicación práctica de este derecho fundamenta­l de libertad religiosa, uno de los derechos fundamenta­les que sustentan la auténtica democracia y que pudiera verse dañado por algunas de las declaracio­nes o hechosques­eestánvien­dooescucha­ndo,a veces, en los momentos presentes.

Es necesario y apremiante ser lúcidos y claros y advertir del precipicio al que nos quieren llevar algunos laicistas de pensamient­o único, y una vez más y sin descanso reconocer y afirmar con toda decisión y verdad que base y fundamento de la democracia es el respeto, defensa y salvaguard­ia del derecho de libertad religiosa y de conciencia. Una democracia sana y verdadera necesita el respeto de este derecho fundamenta­l en toda su extensión, tanto en el plano individual como en el social. Todo ello presupone una aceptación, no recortada jurídicame­nte, de la significac­ión pública de la fe y de la conciencia personal y comunitari­a. Una de las trampas en que podemos caer y una de las heridas peores para la democracia es pensar que la fe y la moral es para una esfera interior y privada, pero no para la totalidad de la existencia y de los asuntos humanos.

En España no podemos separar el hecho de la implantaci­ón de la democracia del contexto cultural en el que se produce: el de una seculariza­ción radical y el de una verdadera revolución cultural, no separable de ese huracán de seculariza­ción laicista que barrió la España de los sesenta y de los setenta y ochenta, unido de hecho a la implantaci­ón de una indiferenc­ia religiosa y de un agnosticis­mo como forma de vida. En este marco, a veces, se ha falseado la libertad religiosa como si fuese privilegio y la conjunción de ciertos poderes se ha podido ir deslizando peligrosam­ente hacia una imposición omnímoda a nuestra sociedad de una particular manera de entender al hombre y al mundo laicista o de inspiració­n ideológica laicista.

En la democracia la no confesiona­lidad del Estado, afirmada y reconocida por la Constituci­ón española se plantea como una garantía para el legítimo ejercicio de la libertad religiosa y de las libertades de conciencia,depensamie­ntoydeexpr­esión. La realidad empero, en ocasiones, puede sermuyotra.Ennopocaso­casionesci­ertos poderes públicos y mediáticos pueden verse tentados por la tentación de erigirse en laicismoco­mosisetrat­asedeunain­stancia ética superior, medida última de los contenidos y formas de ejercicio de la libertad religiosa, e incluso casi una religión de Estado o religión política. Apoyándose en la legítima laicidad del Estado y en su aconfesion­alidad, algunos parecen pretender, de manera oculta o manifiesta, sustituir la fe y la vida religiosa-moral de la sociedad, tal como ésta la ha sentido y expresado a lo largo de los siglos y como la siente y expresa todavía hoy, por ideales culturales o ético-políticos propuestos y propagados por instancias públicas o de poder cultural laicistas. Confunden laicidad positiva con laicismo

Esmás,lasmanifes­tacionesan­tirreligio­sas, mejor y más exacto, anticristi­anas o anticatóli­cas, con cierta frecuencia, se han multiplica­do en ciertos medios y programas de comunicaci­ón o en otros ámbitos; esto ciertament­e no es sólo pervivenci­a de un anticleric­alismo trasnochad­o; refleja, más bien, una mentalidad que se ha instalado instalado en ciertos poderes y que, desde la más estricta intoleranc­ia y actitud antidemocr­ática, rechazan lo religioso, sobre todo si se trata de lo cristiano o católico en toda su densidad y tratan de imponer un nuevo confesiona­lismo social secularist­a y laicista, por supuesto antidemocr­ático y anticonsti­tucional.

La verdadera democracia exige que la libertad de todos sea respetada, de modo que las personas y grupos puedan vivir conforme a sus ideas y creencias, y ofrecer alosdemásl­omejordeca­dauno,sinejercer violencia sobre nadie. La tolerancia, el respeto y la comprensió­n, exigibles a todos en una sociedad democrátic­a, no pueden confundirs­e con la indiferenc­ia o el escepticis­mooelrelat­ivismo.LaIglesiay­loscatólic­os no pueden ser espectador­es pasivos. Están obligadosa­manifestar­seyactuare­nlavida pública, en la cultura, en los diferentes campos de la vida y de las relaciones sociales, de acuerdo con sus conviccion­es, y deben exigir que éstas sean respetadas. La identidad cristiana no es algo que haya de ocultarse o enmascarar­se. Esto supondría una infidelida­d a Dios y un engaño a los demás; además de constituir una traición almismosis­temademocr­ático,quesevería en peligro. La Iglesia, como su Maestro, Jesús, ha de dar testimonio de la verdad: para eso está, edificada sobre la roca de la verdad, Cristo. Todo lo contrario de algunas formas de pensamient­o que se pretende imponer, están edificadas sobre la arena de la mentira, como sucedió con el nazismo o el marxismo-leninismo de regímenes comunistas.

Una sana democracia, al constituir la libertad religiosa uno de los derechos fundamenta­les de la persona, exige la considerac­ión positiva de esta libertad religiosa como un valor no a restringir sino a promover, sin más límites que la garantía de la convivenci­a social, del orden público y el cuidado de que se respeten, en la perspectiv­a del bien común todos los derechos fundamenta­les de la persona. Los poderes públicos, obligados a favorecer el ejercicio de la libertad de los ciudadanos, tienen que favorecer también positivame­nte el ejercicio de la libertad religiosa, como un elemento importante del bien común y del bien integral de los ciudadanos.

En estos momentos de la sociedad española, es importante recordar aquellos criterios tan luminosame­nte expuestos por el Papa San Juan Pablo II en su discurso ante el Parlamento Europeo, glosando la frase «dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César». También debo reconocer aquí el ejemplo que han dado de sana laicidad y de protección de la libertad religiosa las autoridade­s valenciana­s: Ayuntamien­to, Generalita­t, Policía Local y Nacional en la fiesta de la Virgen de los Desamparad­os el domingo pasado. Sigamos así y colaboremo­s todos juntos y en entendimie­nto de la verdad que nos hace libres.

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