EL LÁSER SE DOCTORA EN LA GUERRILLA URBANA
LaLa imagen, tomada en Bogotá, muestra a unos manifestantes que combinan las piedras de toda la vida con potentes punteros láser. Con las primeras se trata de descalabrar a los antidisturbios, a la antigua, y con los segundos se pretende dificultar la identificación de los alborotadores, ya sea con cámaras en tierra o desde helicópteros y drones. Los vimos en Hong Kong y en la Plaza Italia de Santiago de Chile –donde centenares de haces luminosos consiguieron cegar y derribar un avión no tripulado– y han reaparecido en las protestas colombianas, que se desataron contra una reforma fiscal, ya retirada, del Gobierno, que no tiene un duro para hacer frente a los gastos derivados de la pandemia, pero que ha actuado a modo de caja de Pandora en las calles: estudiantes, transportistas, parados, indígenas, inmigrantes, pensionistas, desplazados de guerra, comerciantes de lo informal, ex guerrilleros, guerrilleros, guerrilleros, narcos y paramilitares, en un memorial de agravios que se antoja infinito. La epidemia del covid ha dado la puntilla a un país, probablemente, el más bonito de América, que ha visto a más de tres millones de compatriotas ingresar en las filas, ya nutridas, de los pobres. Un país con muchos problemas sociales acumulados y demasiada gente armada por las calles. Una combinación letal en sí misma, que los viejos movimientos marxistas, los de dentro y los de fuera, no han dudado en explotar. Ahora se habla de un gran acuerdo nacional y el gobierno del presidente Iván Duque propone mesas y foros de negociación, mientras los bloqueos de las carreteras estrangulan la maltrecha economía.