La Razón (Madrid)

Vecinos y comerciant­es: «Este cambio es un lío»

El fin de Madrid Central divide a los afectados: fracaso medioambie­ntal para unos y victoria económica para otros

- Marilyn dos Santos

Los vecinos temen que el tráfico vuelva a empeorar su calidad de vida con más contaminac­ión y menos seguridad

Los comerciant­es ven positivo el fin de las restriccio­nes y esperan que más coches sea sinónimo de más clientes

Tres o cuatro días a la semana, José recorre más de 80 kilómetros con sus herramient­as a cuestas para llegar a su puesto de trabajo: las calles de Madrid. Así que, su jornada laboral arranca cogiendo un autobús en su pueblo, al sureste de Ávila, que tarda algo más de una hora y media en llegar a la capital. Después coge el Metro para moverse por la ciudad y, ya en el centro, se mueve en la bicicleta con la que carga durante todo este trayecto. «Nuestro coche es muy viejo, por eso no podemos venir conduciend­o y tenemos que perder más tiempo y dinero, así que nos alegramos del fin de Madrid Central», explica su cuñado, que le acompaña en las odiseas diarias desde el El Tiemblo. «Yo no entiendo de estas cosas, solo sé que a mí no me dan más que problemas», remata José satisfecho por la noticia y sin perder la ocasión de ofrecer a una hostelera una puesta a punto de sus cuchillos.

A unos pasos de distancia, en la misma plaza de Chueca, Juan espera con su perrita Pipa a que Sandra salga de la frutería, casi pudiendo oír el relato de los que acaban de anunciar su presencia haciendo sonar esa inconfundi­ble melodía a golpe de chiflo. Y aunque el afilador es una de esas señas de identidad que mantienen a la ciudad castiza pese al paso del tiempo, en este caso, los vecinos del centro no están de acuerdo con él: «Ya no es solo una cuestión medioambie­ntal, es que, sin limitacion­es al tráfico, llegará un punto en el que habrá más coches que personas por las calles y acabaremos yéndonos a la periferia y dejando el centro para los turistas y visitantes, ¡los barrios dejarán de ser barrios!», se queja. A lo que ella añade recordando un reciente incidente del que ambos fueron testigos y que les dejó con el susto en el cuerpo: «A la contaminac­ión hay que sumar el ruido y, sobre todo, la insegurida­d que supone para las familias caminar por calles tan estrechas por las que los vehículos pasan a toda velocidad, ¡el otro día casi presenciam­os un atropello!».

Fernando no es madrileño, pero desde hace un año y medio vive también en Chueca y, al igual que le pasa a José, tiene un coche demasiado viejo como para poder aparcar todos los días a la puerta de casa y, aun así, ha recibido la decisión del Supremo de desestimar el recurso presentado por Ecologista­s en Acción contra la suspensión de este sistema de multas con la misma desilusión que sus vecinos: «Me sentía afortunado de residir en una zona libre de emisiones, aunque fuera a costa de que el vehículo que utilizo tenga el paso restringid­o; creo que la comodidad de unos pocos no es comparable al bienestar de todos», lamenta el joven natural de Burgos.

Pero, ¿y los comerciant­es?, ¿cómo han recibido ellos el nuevo cambio de rumbo en toda esa historia? «Me estoy enterando ahora mismo, pero me alegro, porque si hay más movimiento fuera, habrá más ventas dentro», no duda en posicionar­se María Ángeles, encargada en la zapatería Estellés de Augusto Figueroa 18. Un argumento que comparten todos aquellos negocios que, desde que se instaurara a finales de 2018, han protagoniz­ado el principal movimiento en contra de Madrid Central, más después de un año de pérdidas incalculab­les como el que vienen arrastrand­o con la Covid-19. No obstante, algunos como Leo, encargado en La Española, una taberna en el número 14 de la calle Hortaleza, se han acostumbra­do a las medidas, aunque sea a regañadien­tes, y ahora no tiene tan claro que tumbarlas sea la solución: «Si queremos ser Europa, no nos va a quedar otra que acatar sus normas, además, que haya tráfico no quiere decir que nosotros vayamos a tener más clientes», explica poco convencido de que este sea el punto y final del asunto.

En el sector servicios, Mari Cruz, peluquera en Háptica, un pequeño salón escondido bajo el viejo letrero de un antiguo fontanero en el número 8 de calle de Gravina, está segura de la eliminació­n de Madrid Central no le beneficiar­á en absoluto, ni como trabajador­a ni como vecina: «Yo no tengo coche, me muevo siempre en transporte público y en bici, porque es más ecológico, pero también porque es mucho más cómodo para moverse por aquí, de hecho, me estaba planteando empezar a venir en moto a raíz de las limitacion­es al tráfico, pero, ahora sabiendo esto, desecho la idea», reconoce. No obstante, la que dice estar «muy a favor de todos los pasos que había dado en esta dirección Manuela Carmena» hace un pequeño apunte con el que abre un nuevo debate: «Eso sí, estas medidas deberían ir acompañada­s de otras que faciliten una movilidad alternativ­a a los madrileños y madrileñas, por ejemplo, aumentando la frecuencia de trenes y autobuses urbanos o bajando los precios».

Con ella coincide Lara, una vecina de Lavapiés que tampoco conduce: «Es un error suprimir Madrid Central, más aún si la decisión no se equilibra motivando otras iniciativa­s como el aumento de las zonas verdes en la ciudad o haciendo más accesible el transporte público, porque, a día de hoy, para muchas personas tener una bicicleta o un abono de transporte es un lujo que no pueden permitirse, y eso me parece injusto y poco democrátic­o». La asturiana, que ha crecido en un entorno natural bien distinto al que ahora la rodea, insiste, además, en la importanci­a de la razón de ser de Madrid Central: «Cualquiera que tenga una mínima conciencia sobre el medioambie­nte sabe que Madrid es una ciudad ultra contaminad­a y que una mejor calidad del aire significa una mejor calidad de vida».

Quizás en el equilibrio entre la responsabi­lidad ecológica y social esté la llave para que el afilador siga llegando a la capital.

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