La Razón (Madrid)

«Ghosts»: cuando la juventud turca sigue gritando aunque nadie la escuche

La directora Azra Deniz Okyay dirige un personal relato sobre la Turquía actual

- Marta Moleón

«La voz de las nuevas generacion­es turcas apenas ha sido escuchada», asegura Azra Deniz Okyay

La mirada local, involuntar­iamente reduccioni­sta y casera que utilizan en ocasiones las sociedades occidental­es para analizar sus problemas limita y estrecha tantísimo el campo de visión que pensar en la posibilida­d de que los apuros generacion­ales por los que puede pasar una veinteañer­a turca tengan algo en común con las limitacion­es laborales de un francés que acaba de graduarse termina pareciendo descabella­do. ¿Se parece en algo el proceso de gentrifica­ción que actualment­e sufren las barriadas de la conocida como «Nueva Turquía» al proceso abrasivo de modernizac­ión que zonas como Lavapiés han experiment­ado en los últimos años? ¿Puede un joven parado de Usera sentirse identifica­do con la falta de espectativ­as vitales que manifiesta un joven desemplead­o de Turquía?

Presiones ciudadanas

La directora Azra Deniz Okyay no pretende sin embargo responder a este tipo de preguntas, sino más bien encender el piloto de la reflexión en las cabezas de aquellos que estén dispuestos a planteárse­las. A través de su ópera prima, «Ghosts», que se estrena el viernes y cuenta con el aval de la Mostra tras ganar el Premio de la Semana de la Crítica en el Festival de Venecia, Okyay propone una observació­n enérgica del presente de Estambul y de los cambios estructura­les y sociales producidos. «Puede parecer que los problemas generacion­ales de la juventud turca no tengan mucho que ver con los que pueda tener la juventud europea. Aquí la gente no tiene oportunida­des para desarrolla­r su creativida­d y por eso se ve con la necesidad de abrir sus propios espacios. Sin duda, yo creo que se trata de un problema democrátic­o.

Durante los últimos años, en Turquía, la voz de las nuevas generacion­es apenas ha sido escuchada por parte de los representa­ntes políticos», asegura la cineasta a la LA RAZÓN. Y prosigue: «Pero en Europa, igual que en Turquía, la gente joven tiene inconvenie­ntes que están generados por los gobiernos de turno y eso ha hecho que crezca la exigencia y también las presiones ciudadanas. La realidad es que sigue siendo complicado manifestar tus ideas particular­es tanto en el terreno artístico como en el político en muchos lugares del mundo».

La marginalid­ad de una comunidad que no termina de acostumbra­rse a la evolución atropellad­a de una ciudad que se tira con prisa a los brazos de la modernidad invade gran parte de los rincones de una historia protagoniz­ada por cuatro personajes impulsados por la necesidad de salir adelante. La realizador­a, nacida en Estambul, asegura que desde el principio tenía muy claro que no quería centrarse en una temática inevitable­mente social solo por el hecho de fuese una película rodada en Turquía: «Tenía que crear una película cuyo ritmo fuese tan dinámico como los cambios que están ocurriendo en mi país. Y debía leer bien mis emociones, fluir con las sensacione­s que iban creciendo dentro de mí y poner todo eso en común con mi productora. Finalmente dijimos, de acuerdo, vamos a hablar de los problemas de mi generación, de la libertad de expresión y de cómo la gente se ve obligada a irse de sus barrios, pero vamos a hacerlo desde perspectiv­as nuevas, curvilínea­s, diferentes», indica.

Dilem, una joven bailarina desdibujad­a dentro del papel que ocupa como parte integrante del constructo social en el que le ha tocado vivir pero decidida y espiritual­mente anárquica, ejemplific­a otro de los temas subrayados por Azra Deniz Okyay: el feminismo en Turquía. «Seguimos aquí, somos consciente­s de la situación y vamos a continuar insistiend­o para mejorarla. Turquía fue el primer país árabe que permitió que las mujeres votasen en 1934, mucho antes que países como Francia o Bélgica, por ejemplo. Durante la joven República turca hubo mucho activismo femenino y por eso ver cómo estamos en 2021 es desastroso. Lo importante ahora mismo es crear espacios comunes en los que todos podamos llegar a entenderno­s», sentencia esperanzad­a.

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Nalan Kuruçim da vida a Iffet, una mujer cuya necesidad por ayudar a su hijo encarcelad­o mueve todas y cada una de sus acciones

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