Dutton Peabody es mujer y se apellida Buzbee
Washington Post nombra a la primera directora de su historia
Aterriza en una redacción de 1.000 empleados, con 65 Pulitzers, el segundo periódico más laureado después del Times
A Sally Buzbee la han nombrado directora del Washington Post. Será la primera mujer en el puente de mando de un periódico que, junto al New York Times, Los Angeles Times y el Wall Street Journal, conforma la santísima constelación del oficio. Veterana de la agencia AP, que dirigía desde su sede en Nueva York, ha recibido los parabienes del editor, Fred Ryan. En un comunicado de consumo interno, para los empleados, explica que buscaban a alguien «impregnado del espíritu de periodismo valiente que es el sello distintivo del Post, alguien que nos permita llegar y ampliar nuestro público tanto en los Estados Unidos como en el extranjero». «Buscamos», añadió, «una líder audaz». A continuación cita la retahíla de lugares comunes, ya saben, «diversidad» y «inclusión» y blablablá; o sea, los recurrentes talismanes del lenguaje corporativo, publicitario y político de unos Estados Unidos patrullados por los porteros de las esencias woke.
Pero el Washington Post es mucho más que una plataforma de lenguaje alopécico. Buzbee, 55 años, afronta retos más cruciales que la consolidación de un ideario estrecho, memo y pacato, enemistado con las mejores promesas del oficio. Según informa el periódico Buzbee empezó en 1988 como reportera en Topeka, Kansas. Llegó a la jefatura de AP después de dirigir la cobertura de la Guerra del Golfo, trabajar como editora para la agencia en El Cairo, dirigir la oficina de Washington y supervisar las elecciones de 2012 y 2016. En las segundas, como cualquiera que siguiera la batalla, recibió su bautizo de ruido y furia. Imposible escribir y no mancharse en aquellos comicios, cuando la competencia por la Casa Blanca fue parque de atracciones populista, infamante destape diario y combate rabioso para calentón de unas audiencias enganchadas el más difícil todavía.
Ahora aterriza en una redacción de 1.000 empleados, con 65 Pulitzers, el segundo más laureado después del Times. Un trasatlántico que presume de mística, condensada en ciento cuarenta y tres años como ciento cuarenta y tres picos del Himalaya. A orillas del Potomac todos recuerdan la reacción de John Mitchell, fiscal general con Richard Nixon, cuando supo del empeño de la editora de Post, Kathrine Graham, de sacar adelante la exclusiva dinamita. Advirtió que se «iba a pillar una teta en un rodillo bien grande». Graham, metro ochenta de dignidad patricia, ignoró sus bravuconadas. Los papeles del Pentágono primero y el Watergate cambiaron la psique de América. A la editora le regalaron un pin de plata, que reproducía una plancha de periódico, para colgarse en la pechera. Como su fuera la medalla al honor o el corazón púrpura. De Dutton Peabody a Graham hay todo un linaje de periodistas valientes, que no doblaron la rodilla, ni humillados ni ofendidos.
En su carta de ayer el editor explica que la nueva directora tiene toda la admiración de sus colegas, que es respetada por su «absoluta integridad, energía ilimitada ilimitada y dedicación al papel esencial que desempeña el periodismo en la salvaguarda de nuestra democracia». Dirigirá la lanzadera de papel en un mundo global. Llega para pelear en las trincheras, en la línea de fuego, con los diarios amenazados por la desplome de ingresos de la publicidad y la competencia desleal de las redes, que saquean contenidos de forma inmisericorde. También recibe como herencia un Fort Apache enfrentado a los que, como Donald Trump, lo odiaron por no ceñirse a sus delirios de ególatras. Cuenta con el visto bueno del dueño del chiringuito, y de medio mundo, el multimillonario Jeff Bezos, acosado por los fontaneros del enemigo, que le sacaron lo de su amante en las páginas del tabloide National Enquirer, propiedad de David Peker, amigo personal de Trump. Todavía más traumático fue la muerte brutal de Jamal Khashoggi, columnista del diario, al que dieron feroz matarile los verdugos enviados por un príncipe saudí. Más que por su condición de mujer, que finalmente sólo impresiona a los machistas, los adictos al tópico y los cansinos conforta y reconforta que Buzbee venga del periodismo de sujeto, verbo y predicado. Que crea en el reportaje y la investigación y que distinga los hechos de lo puramente especulativo. Contra el chapapote subjetivista protegerá el afán de verdad, viga maestra de una democracia que, por decirlo con el lema del Post, muere en las tinieblas.