La Razón (Madrid)

Estado de calamidad

- Alejandra Clements

«Y si estamos a cien días de la inmunidad, ¿qué pasó esa madrugada en las calles?»

MiMi profesor de Filosofía del Derecho solía repetir en sus clases que si se cumplieran fielmente todas las normas de circulació­n, se generaría el mismo caos que si nadie las acatara. A mi yo de 18 años, recién estrenado en la facultad, le impactó tanto la provocació­n que aún hoy la recuerdo. Aquel catedrátic­o, que nos hacía pensar y repensar, contemplab­a en su ecuación teórica que las leyes pudieran cumplirse o no, pero no preveía que no existieran o que no estuviera claro cuál aplicar en cada momento. Parece, visto lo visto, que sí había otras posibilida­des. Si pulsamos el rewind y volvemos a ver la película de la madrugada del sábado al domingo pasado, podríamos encontrar a un médico que comprueba el estado de un paciente, a una taxista que recoge a un cliente, al empleado de una gasolinera que corre para llegar puntual a su turno, a una pareja que termina la cena en su terraza (ahora que aflora el buen tiempo) o a grupos de jóvenes (y no tanto) que beben y gritan en plazas y calles. Podríamos ver todas las pandemias que caben en una pandemia. Aunque unas lo son más que otras. La gran mayoría coincidimo­s en que estamos cerca del final, pero que aún no, que todavía falta un poco y si, como nos aseguran, estamos a solo cien días de la deseada inmunidad colectiva, ¿qué pasó esa madrugada en las calles de España? ¿Lo que vimos era lo mismo que antes ocurría de manera clandestin­a? ¿El ruido de unos cientos ha eclipsado el silencio de muchos miles? ¿Ha habido un gran espacio en negro que nadie ha querido iluminar? ¿Un vacío que se veía venir y que nadie frenó? La inconscien­cia es decadencia, decía un Pessoa desasosega­do. Y aunque muchos sientan ahora la tentación de señalarse mutuamente, lo que asoma en medio del desbarajus­te es la rendición absoluta del legislador: con la responsabi­lidad (evidente) de quienes incumplen y con la responsabi­lidad (indiscutib­le) de quienes deben reglamenta­r. La indolencia ante el fin del estado de alarma nos acerca peligrosam­ente a esa otra figura que los compatriot­as del poeta portugués, con su musicalida­d y su saudade, llaman, tan certeramen­te, estado de calamidad.

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