La Razón (Madrid)

DÍGAME, SEÑOR IGLESIAS

- POR JUAN RAMÓN LUCAS

Estimado señor Iglesias:

Sirvan de entrada estas líneas para reconocer mi admiración por la coherencia con la que ha oficiado la liturgia de su salida de la política, aunque en el fondo subyace una duda que luego le plantearé.

Pero, insisto, convertirs­e en una suerte de modelo de Edward Hopper –¿«Hombre liberado con libro» podríamos titular el cuadro?– con perfiles mediterrán­eos y matices de luminosida­d que recuerdan a Sorolla, está en ajustadísi­ma sintonía con la forma en que ha ejercido su política: brillante en lo formal, cuidada en lo estético, clara en el mensaje, levemente agitadora en el propósito y casi absolutame­nte carente de profundida­d, distancia y recorrido. Las fotografía­s de Dani Gago son de intensa plasticida­d y tienen una fuerza admirable. También en eso mantiene, Iglesias, su línea de actuación y pública presencia. Todo era estético, todo era fuerza en el gesto y la palabra y escasa acción en la política, bien por las lamentable­s limitacion­es que el sistema democrátic­o impone al ejercicio del poder, bien por la complicaci­ón inesperada de que ejercer una responsabi­lidad de gobierno obliga a duros trabajos y anchas renuncias.

Valoro y aplaudo, señor Iglesias, su honesta precisión envuelta en el arte de Gago.

Luego está la pose.

A fuer de ser sincero, he de reconocerl­e que me ha resultado muy grato que el libro escogido para la representa­ción sea el irreverent­e «Me cago en Godard» de Pedro Vallín. Tengo ganas de echármelo a la cara por el buen pálpito que me llega de la gente que lo conoce, pero, sobre todo, me malicio que me va a servir de enorme consuelo intelectua­l y hasta anímico, en tanto yo soy uno de esos renegados que se tragó todo el cine europeo de los setenta –cuántas cabezadas en los Alphaville–, jurando que había vibrado de emoción con «El séptimo sello», cuando en realidad lo que me gusta es el cine yanki de acción. De modo, que no puedo sino guardar gratitud por lo sugerente de su propuesta intelectua­l.

Tengo entendido, porque se lo ha contado Vallín a Carmen Juan en Onda Cero, que las fotos de Gago le llegaron por iniciativa de usted, como una suerte de reconocimi­ento al autor y su obra. Y que ante la evidencia del impresiona­nte cambio estético, le propuso escribir unas líneas en su periódico para alumbrar el nuevo tiempo estético y quizá ético.

Se corta usted el pelo justo en el momento en que abandona la política. Dicen que quería hacerlo antes, pero le disuadiero­n sus consejeros o estrategas, o sus amigos, quizá eso no importe demasiado, para que no lo hiciera, puesto que la coleta primero y el moño después eran la representa­ción gráfica –fíjese, de nuevo la estética– de una presencia heterodoxa y rompedora entre las alfombras y los salones del poder. Visto así, el pelo largo recogido en cualquier modalidad, era la marca de que alguien diferente había tomado un territorio que hasta entonces le había sido negado; no diré los palacios de invierno, pero al menos los salones burgueses. Si prescindía de esa prolongaci­ón capilar no sólo hacía desaparece­r esa marca, sino que estaría emitiendo señales de haber cedido ante la presión del entorno, o, aún peor, haberse concido vertido en uno de ellos. Si me permite la considerac­ión, señor Iglesias, la verdad es que si se hubiera cortado el pelo como quería tampoco habría pasado nada. Primero, porque la entrega y lealtad del público y entorno que le han ido quedando, ha demostrado mantenerse a prueba de cualquier clase de terremoto o tentación burguesa: se lo admiten absolutame­nte todo. Incluso hubieran aceptado que se cortara la coleta. Pero, además, era una precaución innecesari­a ante el resto del personal, para quien ha sido evidente que el paso por el poder le estaba cambiando profesiona­l y personalme­nte desde el principio. Que se quitara la coleta le hubiera pareporque perfectame­nte coherente a esa otra parte del foro.

Y luego está lo de su intención futura. Dice querer volver a la enseñanza y aventura ocupacione­s en lo que llama periodismo crítico. Hay quien deja caer la especie de que se corta el pelo para dar mejor en la tele. Yo no lo creo. Estoy de verdad convencido de que tenía ganas de hacerlo, como las tenía también de dejar el ruedo político en lo que tenía de exposición y arduo trabajo.

Solo hay una cosa que me inquieta. En la línea, además de la coherencia que aplaudía al principio de esta carta. Cuando usted, ya sin coleta, hopperiano, disidente del viejo progresism­o cinematogr­áfico, cinematogr­áfico, luminoso en escena y recatado de pelo, habla de periodismo crítico, ¿a qué se refiere? Con sus antecedent­es de agresión verbal a los periodista­s críticos con su labor o su partido, ¿cabe pensar que esa crítica sólo se ejercerá contra los adversario­s? ¿Su concepto de periodismo crítico es que lo sea con el poder siempre que no lleve la bandera de la izquierda? ¿O será su periodismo crítico justiciero con la prensa que critica donde no debe hacerse?

En la certeza de que no me resolverá la duda, pero satisfecho de haber podido exponérsel­a, se despide, atentament­e,

Juan Ramón Lucas, periodista crítico.

El pelo largo recogido en cualquier modalidad, era la marca de que alguien diferente había tomado un territorio que hasta entonces le había sido negado

Cuando usted, ya sin coleta, hopperiano, disidente del viejo progresism­o cinematogr­áfico, luminoso en escena y recatado de pelo, habla de periodismo crítico, ¿a qué se refiere?

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PLATÓN
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