La Razón (Madrid)

Yolanda Díaz, la purísima de la izquierda

La ministra ha creado su estilo vestida de blanco, un color cargado de simbolismo político, frente al morado de su formación

- POR MARIÁN BENITO MADRID

El 6 de mayo cumplió 50 años e inmediatam­ente después nos puso sobre aviso: ahora viene lo mejor. Yolanda Díaz es en su partido ese mirlo blanco que aparece de vez en cuando en la naturaleza, igual que en la antigua Babilonia cuentan que había peces que salían del río para pastar en tierra firme. Rara avis frente al resto, completame­nte negro y con pico algo más grande. ¿Esto le dota de un valor extraordin­ario? Es la gran pregunta ahora que Unidas

Podemos está sumido en proceso de reconstruc­ción.

Si el color ha sido siempre una estrategia política poderosa, en su caso la ha convertido en ministra fetiche. Desde sus inicios apostó todo al blanco, un color cargado de poderoso simbolismo político, y fue tomando posiciones elevando el «glamour» en el Gobierno de Sánchez. Frente al morado de su formación, el blanco le da más visibilida­d o, como le ocurriría al mirlo, mayor vulnerabil­idad ahora que algún depredador anda al acecho.

«El blanco llama a la calma. Es virtud y se asocia con lo bueno. Con este color, la ministra ha creado su estilo. Viste muy bien, acorde con la situación y el cargo que ostenta. Su modo de gesticular y su sonrisa transmiten un mensaje confianza y seriedad sin necesidad de desviar la atención», explica Susana Fuster, analista política de comportami­ento no verbal. «Es un color básico que transmite inocencia y buen talante. Da sensación de distinción con respecto a Podemos, mucho más desaliñado­s en general», confirma Luis Arroyo, consultor internacio­nal de comunicaci­ón política. El blanco es símbolo de resistenci­a femenina en muchos lugares del mundo. Vistió de blanco inmaculado en la toma de posesión como ministra de Trabajo, a pesar de esquivar su mano sobre la Constituci­ón. El blanco sufragista, y también irónico, la emparenta con Kamala Harris o Nancy Pelosi, mujeres que lo han usado con firmas de lujo, cuando para las sufragista­s de principios del siglo XX la prenda blanca era la única que se podían permitir. La ministra camina marcando cintura, se maneja con soltura sobre tacón fino y es capaz de pasear sin abrigo su blanco impoluto por los jardines de Moncloa resistiend­o un frío invernal. Se ha ganado que se la mire con luces de Hollywood. Es también la política del moño informal medio deshecho, del pelo trenzado y de las ondas suaves. La de los labios de color rojo intenso. En la bancada de la derecha resulta paradójica su falta de austeridad, que choca con ese ideario comunista que divide a los ciudadanos en casta y no casta. Inquieta que, ocupada y preocupada la ciudadanía por su costado más insustanci­al, se corra el riesgo de descuidar el juicio a la labor que desempeña y su responsabi­lidad en la crisis económica, sanitaria y laboral.

Díaz carga con una herencia comunista familiar que a veces parece pesarle. Nació en un barrio obrero próximo a los astilleros de El Ferrol y es hija de Suso, un dirigente sindical gallego. Con cuatro años, Santiago Carrillo le besó la mano y cuando cumplió la mayoría de edad se afilió a su partido. Con todo ello, vaciló cuando el periodista Ferreras le preguntó si seguía siendo comunista: «Es algo muy complejo», respondió con esa sonrisa blanca que exaspera incluso a los líderes sindicales. «Más hechos y menos palabras», le ha pedido el sindicato de funcionari­os CSIF, en un durísimo comunicado contra ella denunciand­o una situación caótica y acusándola de poner

«una zancadilla tras otra».

También los empresario­s recelan de su naturalida­d para enfadar a los sindicatos y al mismo tiempo manifestar­se de su mano, deslizándo­se con la misma soltura con unas deportivas que con unos zapatos que bien podría firmar Manolo Blahnik y repartiend­o ERTE a diestro y siniestro. «España te ama, Yolanda», le endilgó Pablo Iglesias antes de su corte de coleta cediéndole el paso en el liderazgo de Unidas Podemos. Lo cierto es que las críticas por su gestión son constantes. No es amiga de airear los trapos sucios, pero es sabido que los políticos intercambi­an miradas de reojo cuando trata de poner contra las cuerdas a Nadia Calviño o pasa de puntillas por asuntos como el independen­tismo catalán. «Es gallega y eso ya hace mucho», justificó Gabriel Rufián.

Reconoce que le gusta tirar de la «terriña» para no olvidarse de quién es. Su marido, el delineante Juan Andrés Meizoso, es también ferrolano. Él y su hija adolescent­e Carmeliña, son sus grandes apoyos en esta nueva etapa vital y política, aún incierta. Olvidados la hoz y el martillo, está por ver si su mística blanca será suficiente para responder a tantos desemplead­os, trabajador­es en ERTE, autónomos obligados a cesar su actividad y a quienes sufren los retrasos en las prestacion­es de desempleo, por mucho que se dirija a ellos con la delicadeza de quien les ofrece un responso.

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EFE La ministra maneja con soltura sus tacones finos, su calzado fetiche
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EFE La ministra, de blanco, un color que se asocia con la calma, y siempre marcando
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EFE Por su estilo, Yolanda Díaz se ha ganado que se la mire con luces de Hollywood

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