Un calamar con mucho juego
EsteEste mundo es de las hinchadas. El forofismo se ha convertido en la última ideología. Lo que mueve a la peña es el espíritu del «hooligan», que es lo que se percibe con el fútbol, Star Wars, «El señor de los anillos». Cualquier película, actor, «instagramer» aspira a erigirse en una «fricada» porque es ahí donde se agenda el triunfo, que ya nunca se medirá por el peaje de su calidad, sino por su capacidad de levantar entusiasmos, que es con lo que hoy se hace caja. Ahora le ha tocado el turno a «El juego del calamar», que ha logrado que la venta de Vans se dispare un 7.800 por ciento. El modelo se ha convertido en lo más pedido de los mercados de plataformas y demás. Una serie saca a relucir las miserias del capitalismo asiático y aquí se traduce en una moda para que el personal presuma de ir a la última en los baretos «cool» de nuestro madrileñismo. A la gente le escandaliza esta violencia sin otra justificación que el sadismo. Lo que todavía no he escuchado es a nadie asustarse por las pobrezas domésticas que acorralan a los protagonistas, que son humillantes, lo que nos indica bastante qué vamos tragándonos y admitiendo. Lo que brinda Netflix es el espejo de una sociedad, la coreana, aunque ya con consignas que todos reconocemos, donde el triunfo es lo único que vale y el hombre es percibido solo por la pasta que acaudala en la cuenta corriente. Esto del «Juego del calamar» nos ofrece un prisma oportuno de hacia dónde nos encaminamos si la única medida que merece la pena pesarse es el dinero. Nos los brinda con tintes muy cinematográficos, pero sin regatear verdades. Hoy, parece que viene a decirnos, un individuo no es él y sus circunstancias, sino él y lo que pueda comprar con su tarjeta de crédito.