La Razón (Madrid)

Juan Pablo I: el Papa de los 33 días, a los altares

Francisco da vía libre a la beatificac­ión de Albino Luciani, tras reconocer su intercesió­n en la curación de una niña con encefalopa­tía epiléptica

- José Beltrán.

El Vaticano tumbó las tesis conspirato­rias sobre su muerte repentina por un problema coronario

Solo fue Papa durante 33 días, lo suficiente para culminar una vida de santidad. Así lo considera Francisco, que ayer dio vía libre para que Juan Pablo I suba a los altares oficialmen­te, después de aprobar el milagro necesario para su beatificac­ión. Se trata de la curación extraordin­aria de una niña argentina que padecía una grave encefalopa­tía epiléptica. Sin fecha todavía para la ceremonia, se respalda su intercesió­n para el cambio del cuadro clínico que llevo a intubar a la menor en 2011 ante lo que parecía una muerte inminente. La iniciativa de invocar a Albino Luciani surgió entonces de la mano del capellán del hospital.

Juan Pablo I protagoniz­ó, a su pesar, el papado más breve en los tres últimos siglos, siendo además el primer pontífice que nació en el siglo XX y también el último italiano hasta la fecha después de cuatro siglos. Tras él, cogió el relevo Karol Wojtyla, que adoptó el nombre de Juan Pablo II. Fue precisamen­te el Papa polaco quién le reconoció como «siervo de Dios», primer paso en el complejo trámite de los procesos de canonizaci­ón. Francisco dio el siguiente paso con la firma del decreto de virtudes heroicas que llevó a proclamarl­e venerable.

Su beatificac­ión pone en primer plano de nuevo la rumorologí­a sobre su fallecimie­nto. Luciani murió a los 66 años en la noche del jueves 28 de septiembre en su habitación, mientras leía «La imitación de Cristo» de Tomás de Kempis. La Santa Sede tumbó las diferentes teorías conspirato­rias o no en 2017 al avalar la publicació­n del libro «El Papa Luciani: crónica de una muerte».

Fruto de una investigac­ión periodísti­ca a fondo llevada a cabo por la vaticanist­a Stefania Falasca, que incluye entrevista­s al personal de servicio del pontífice, se corrobora que solo hubo detrás causas naturales: un problema coronario no detectado ni atendido con anteriorid­ad.

Entre los detalles que desvela la obra da a conocer que en la tarde de ese jueves negro sintió un dolor agudo en el pecho del que no quiso ser atendido. Así lo recoge una ficha de Ricardo Buzonetti, el médico que acudió a auxiliarle cuando lamentable­mente ya se había producido el deceso. Sor Margarita Marín, una de las religiosas que le atendía desde su elección, contradice por su parte la hipótesis hipótesis de una muerte por estrés o depresión, a través de su propio testimonio, que habla de un Papa «siempre sereno, tranquilo y lleno de confianza».

«Fue una figura que pasó como un relámpago en el pontificad­o romano, pero que dejó mucha huella que puede hacer un gran bien a la humanidad hoy», defiende el secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, que además es el presidente de la Fundación Juan Pablo I. Y es que a Luciani, un pastor de calle e impulsor de las reformas del Vaticano II, le falto poco más de un mes en la sede de Pedro para ser apodado ‘el Papa de la sonrisa.’ Nacido en el Véneto, hijo de un fabricante de vidrio, quedó huérfano de madre a los diez años de edad. La segunda esposa de su padre resultó determinan­te en la vocación de un joven que sería ordenado sacerdote con 23 años. Obispo de Vittorio Veneto y patriarca de Venecia diez años después, en 1973 obtuvo el cardenalat­o y entró en la Congregaci­ón para los Sacramento­s y el Culto Divino. Tras la muerte de Pablo VI, los purpurados optaron por él, el hombre que eligió la palabra «Humilitas» para su escudo, con el fin de fortalecer el «aggiorname­nto» conciliar.

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Juan Pablo I en una imagen en el Vaticano en 1978

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