La Razón (Madrid)

«Putin es víctima de su propio teatro»

En «El mago del Kremlin» aborda con tono novelesco las manipulaci­ones del que fue el mayor consejero del líder ruso

- Concha García.

VladimirVl­adimir Putin también tuvo su Rasputín. Un hombre que le susurraba, que le influencia­ba, que se inmiscuía en su esfera de poder a modo de brujo, de hechicero. Se trataba de Vladislav Surkov, político considerad­o como el gran ideólogo del Kremlin y que trabajó junto a Putin hasta que fuera despedido en 2020. Ahora, sus juegos de cartas se convierten en novela bajo el nombre de Vadim Baranov y la pluma de Giuliano da Empoli: terminó de escribir «El mago del Kremlin» (Seix Barral) en 2021, y el inicio de la guerra no solo ha hecho que su obra sea de lo más actual, sino que también ha cambiado la forma de enfrentarn­os a ella.

¿Cuál es el truco estrella de «El mago del Kremlin»?

Ese consejero de Putin, que no es un antiguo del KGB ni un hombre de negocios de dudosa procedenci­a, sino alguien que ha estudiado en la Academia de Arte Dramático de Moscú, que tiene pósteres de raperos americanos en su despacho y escribe novelas con seudónimo. Es alguien que conoce bien la cultura occidental y capaz de darle la vuelta y volverla contra Occidente. Da la impresión de que considera su trabajo de manipulaci­ón como una performanc­e teatral, y es esa capacidad de construir ficciones algo muy importante para la política, y también para el poder de Putin.

Si el Kremlin es el escenario y Putin el director, ¿nosotros somos el público?

Sí. La relación entre teatro y política siempre ha sido íntima. Cuando le preguntaba­n a Reagan cómo es que un actor pudo ser presidente de EE UU, él decía que no sabía cómo no podía ser así. Esa construcci­ón de ficción está presente en todo poder y, cuanto más fuerte es, más instrument­os tiene. En 23 años, Putin ha tenido mucho tiempo para construir su teatro. Y hoy vemos que tal vez él sea víctima del mismo, porque ha terminado por creer algunas cosas que realmente son ficción.

¿Y qué realidad ha encontrado mientras analizaba el Kremlin?

Correspond­e al lector decirlo. Uno de los elementos del libro es pensar que las dinámicas de poder se parecen en todos los países y todas las épocas, lo que cambian son los límites. En Rusia hay menos límites que en los países europeos, pero las dinámicas son cercanas. Por eso escribí una novela, porque he podido utilizar parte de mi experienci­a como consejero político, lo que no podría haber usado si hubiese elegido el ensayo. Intento entrar dentro.

¿Qué limite se pone usted para, al relacionar política y literatura, no caer en la doctrina?

En las editoriale­s tienen miedo de los ensayistas que intentan pasar a la novela porque se quedan mucho en sus cabezas. Yo espero no haber hecho eso, aunque veo el riesgo. En la novela está en juego toda nuestra persona, los sentimient­os, las pasiones, las impresione­s, los prejuicios, la experienci­a...

¿Qué ha aprendido al meterse en la cabeza de Putin?

Este libro va más sobre ese juego entre el líder y su consejero, que son de naturaleza­s diferentes. Meterse en la cabeza de los personajes es una experienci­a bastante impactante, da miedo, y pensaba que escribiend­o el libro podría salir de ahí. Pero ahora son estos personajes los que han invadido la actualidad, los que han entrado en nuestras cabezas desde la invasión de Ucrania.

Habiendo estudiado al Kremlin, ¿cuando se produjo la invasión lo entendió o le sorprendió?

Me sorprendió. No pensaba que Putin cometiera un error tan garrafal. Pero, al mismo tiempo, no me sorprendió. Uno de los fundamento­s de la novela es que, en el fondo, el poder de Putin está basado en la violencia desde el principio. Cuando llega al poder en el 99 ocurren los atentados, el impacto sobre Chechenia... Que eso sea constituti­vo de Putin significa que está destinado a volver a ello.

¿El poder corrompe de manera especial en el Kremlin?

No sé si corrompe, pero, desde luego, ciega. La paradoja es que para tomar el poder hay que ser capaz de entender a los demás, de interpreta­r correctame­nte las situacione­s. Pero, cuando se alcanza el poder, se pierde esa capacidad, porque ya se centra en uno mismo y el resto te dice lo que quieres oír. Y no solo en Rusia, sino en todas partes. Por eso en Europa, en las democracia­s, intentamos limitar el poder. La gente cree que el poder es racional porque hay reglas. Lo vemos en la televisión, en los soldados. Pero, cuanto más te acercas a él, más ves la locura.

¿Le gustaría que su obra se leyese en el Kremlin?

Sí, pero creo que tienen cosas mejores que hacer. Me gustaría que Putin lo leyese. Creo que no le gustaría. Como toda novela, está hecha a conciencia, y trata de reventar certezas, de salir de ella con más dudas que cuando se empezó. Sería útil en el Kremlin hacer eso, aunque en ese lugar cada vez hay menos espacio para la contradicc­ión. Por eso, en el libro, al final, el único consejero que Putin conserva es su perro negro.

¿La cultura es una amenaza para el poder ruso?

Cuando escribí el libro, todavía era posible publicarlo en Rusia. Hoy eso ha terminado. La idea de que cualquier libro sea crítico o problemáti­co no se concibe. La censura se ha hecho muy dura. Pero, aparenteme­nte, hay una versión pirata de mi libro traducido al ruso que circula por el país de Putin.

Meterse en la cabeza de los personajes es una experienci­a bastante impactante y da miedo»

«El mago del Kremlin»

Giuliano da Empoli SEIX BARRAL 336 páginas, 19,90 euros

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GONZALO PÉREZ
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