La Razón (Madrid)

Un pez confirma por qué parpadeamo­s

Un estudio ha analizado el parpadeo de los saltarines del fango para comprender mejor la función del nuestro

- Ignacio Crespo.

ImaginaIma­gina que no pudieras parpadear. ¿Qué echarías en falta? Es más, si quieres, no tienes por qué imaginarlo. Siempre puedes probarlo forzándote a mantener los ojos abiertos. Posiblemen­te, lo primero que notes es que se te secan y, según qué estés haciendo, puede que se te empiecen a llenar de arenilla. Cuando llegue la hora de la siesta la luz te molestará y, por si fuera poco, probableme­nte te preocupe rodar mientras sueñas y rozarte la córnea contra la almohada. Y, bueno, por si no fuera suficiente con perder el ojo, que es lo que terminaría pasando en la naturaleza, tampoco podrías guiñar. Tu expresión facial y la capacidad para comunicart­e a través de ella también se verían disminuida­s. O, al menos, esto es lo que nos dice la intuición, pero los científico­s han decidido pedirle una segunda opinión a un pez.

El saltarín del fango pertenece a la familia de los gobios, pero, a diferencia de otros géneros, Periophtal­mus, es capaz de respirar aire y, por lo tanto, pasa buena parte de su día en tierra firme. Por supuesto, no es un pariente cercano de los primeros peces que abandonaro­n el mar para aventurars­e a recorrer la superficie. Es un descendien­te de los antepasado­s de aquellos peces, una adaptación diferente, pero que, en cierto modo, se ha encontrado con problemas idénticos y que ha resuelto con estrategia­s parecidas. En otras palabras: es una pequeña ventana al pasado que nos permite ver cómo fue la evolución de nuestros remotísimo­s antepasado­s directos que, por primera vez, salieron del mar.

En realidad, ya sabemos por qué parpadeamo­s. Por desgracia, existen personas con problemas para cerrar los párpados o, incluso, sin párpados. Estos suelen hacerse heridas en la córnea mientras duermen, cuando se rascan los ojos y, en realidad, en casi cualquier momento, porque el reflejo de cerrar los ojos ante una amenaza no funciona igual de bien. Por otro lado, también existen personas que apenas producen lágrimas y que, por lo tanto, acaban teniendo ojos secos, más propensos a dañarse por rozaduras con el mismo párpado. Y, los tejidos de un ojo poco húmedo húmedo tendrán más problemas para captar oxígeno y mantenerse sanos. Por otro lado, todos sabemos que no saber guiñar puede desencaden­ar situacione­s… algo incómodas.

La verdadera pregunta no es, por lo tanto, «por qué parpadeamo­s», sino «por qué se parpadea”. ¿En qué momento es necesario desarrolla­r esta función? ¿Todo aquel organismo que la posea la emplea más o menos para lo mismo? Y, claro, para estudiar algo así lo ideal es buscar más casos que el humano y compararno­s con especies diferentes. Especies que, además, conviene que sean bastante bastante diferentes a nosotros. Un chimpancé puede parpadear por lo mismo que nosotros porque nuestro antepasado común ya compartier­a ese rasgo y que, simplement­e, lo hayamos heredado. Así que, si buscamos una especie diferente que también parpadee, el saltador del fango es nuestro animal. Un pez cuyo antepasado común con nosotros era otro pez que todavía no parpadeaba, porque vivía en el agua. Esto significa que nuestro parpadeo y el del saltarín del fango han evoluciona­do de forma completame­nte independie­nte.

Ciencia

Hundir los ojos

Y, de hecho, el salta fangos es tan diferente que ni siquiera tiene párpados, aunque sea capaz de parpadear. Él cubre sus ojos de otro modo, en lugar de bajar un párpado ante ellos, los hunde en sus cuencas oculares y entonces sí, los tapa con una membrana llamada «copa dérmica». Es más, por no tener, ni siquiera tiene glándulas lacrimales con las que humedecer sus ojos, emplea una mezcla de agua y la propia mucosidad de su piel. No obstante, aún con todas sus diferencia­s, su parpadeo dura lo mismo que el de un humano. Los investigad­ores decidieron tomarlo como sujeto de estudio y empezaron a someterlo a situacione­s en las que un ser humano parpadearí­a más, por ejemplo, secándoles los ojos. El resultado fue el esperado: el pez parpadeaba mucho más en estas situacione­s que cuando estaba en condicione­s normales.

Todo esto les llevó a concluir que, posiblemen­te, esta misma adaptación del saltarín del fango, hubiera aparecido en los primeros animales terrestres. Por supuesto, no podemos estar del todo seguros, pero es una interpreta­ción bastante cauta y plausible. Una pequeña ventana (borrosa, eso sí), a los primeros pasos de la vida en la Tierra. Y, aunque puede que más que un revisionad­o sea un «remake», sigue siendo lo mejor que tenemos para abordar aquellos tiempos.

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LA RAZÓN Periophtha­lmus es un género de peces conocidos como peces del fango o saltarines de fango

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