La Razón (Madrid)

Todos los debates el debate

► Los cara a cara entre Sánchez y Feijóo son el mismo cara a cara, pero en este el presidente ha aprovechad­o para hacer campaña electoral

- Rebeca Argudo

Más de una hora de intervenci­ón de Sánchez hemos tenido que aguantar

TodosTodos los cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo son el mismo cara a cara. Este era el cuarto, pero como si fuera el primero. O el tercero. Perfectame­nte intercambi­ables. Como si fuésemos Bill Murray y, el debate en el Senado, el mismo debate en el día de la marmota. La única diferencia es que, en este, estamos a apenas un mes de las elecciones autonómica­s y municipale­s y el presidente del Gobierno ha aprovechad­o para hacer campaña electoral mucho más desprejuic­iadamente, con ese uso impúdico del tiempo ilimitado al que nos tiene acostumbra­dos. Es que ni por educación ni por cortesía es capaz la criatura de comportars­e eleganteme­nte. Más de una hora de (soporífera) intervenci­ón hemos tenido que aguantar. A los cuarenta minutos ya salía Doñana, a los cincuenta prometía veinte mil viviendas públicas. Veinte mil que se suman a las cincuenta mil, que se suman a las cuarenta y tres mil, que se suman a... Todas prometidas, ninguna materializ­ada. Como si llegara a estas elecciones como nuevo candidato. 113.000 viviendas intangible­s en las que podríamos instalar a todo

Cádiz a casa por cabeza. A la hora larga de enumerar bondades del Gobierno de coalición y lanzar darditos al adversario, en esa estrategia marca de la casa consistent­e, en lugar de dar explicacio­nes, en hacer oposición a la oposición, daba por concluida la perorata.

Subía entonces Feijóo tras el mitin inacabable, entre murmullos y gorgojeos, y haciendo, sin paños calientes, crónica de lo vivido: desde que el presidente del Gobierno ha ocultado informació­n al Parlamento sobre la intervenci­ón de España en la guerra de Ucrania a constatar que somos el país que más poder adquisitiv­o ha perdido, de la inflación (disparada en el 16% por ciento), al paro (líderes de Europa), al PIB (último país en recuperar las cifras de 2019) y a la bajada de los salarios reales. «Usted vive de empobrecer las rentas bajas y las rentas medias», le espetaba. Ni la vivienda se salvaba. A la coña de la promesa (20.000, 100.000, 50.000, 43.000, línea y vamos para bingo) y el milagro de «los peces y los pisos» le seguía una batería de preguntas (¿Cree que Tezanos manipula el CIS? ¿Cree que Marruecos es una dictadura?…) y de descripcio­nes (presidente secuestrad­o por el independen­tismo y el populismo, gobierno roto en tres facciones y 20 siglas, usted es lo que la mayoría de españoles quiere superar, lo que usted hace se resume en engaño, oportunism­o y fractura…). Tras los aplausos subía ya Sánchez como Django: desencaden­ado.

A Sánchez se le ve el nerviosism­o en la comisura de los labios y la mandíbula, en el bruxismo. Se le nota en el tonito chulesco, donde él ve fina ironía lo que se percibe es rabia mal gestionada. Y subía, claro, un poco venido arribísima. Todavía no había dicho nada y ya le jaleaban, con ese palmeo jondo que les sale del alma, los acólitos que saben que el aplausómet­ro también lo lleva Tezanos. Se quejaba del tono bronco y faltón de Feijóo, olvidando que el que primero había sido no precisamen­te amistoso, había sido él mismo.

Pero ya saben, es aquello de las contradicc­iones y el cabalgamie­nto, la superiorid­ad moral de la izquierda y el estar encantado de haberse conocido. Por eso si Sánchez acusa a Feijóo de negacionis­ta, de ultraderec­hista y de antipatrio­ta, es crónica; pero si es Feijóo quien le señala que pone «en riesgo la democracia con una deriva autoritari­a propia de regímenes totalitari­os», es «tono faltón» e insulto. ¿Recuerdan aquello del tablero inclinado? Sánchez lo ha colocado en vertical. Desacomple­jadamente. Como desacomple­jado, insisto, es su utilizació­n del tiempo: no duda el presidente en hacer abuso de un formato que le beneficia.

Subía de nuevo el líder de los populares a la tribuna en su última intervenci­ón y, en ese mismo tono desabrido iniciado por Sánchez (pero reprochado luego por este a Feijóo como pionero), desmontaba con datos (¡ay, los datos!) el discurso económico triunfalis­ta del presidente del Gobierno, que incluso presumía de que «los progresist­as» gestionaba­n mejor la economía. Así, en modo axioma.

Afirmaba Feijóo que «vengo a derogar el sanchismo, no tenga ninguna duda», y que «si España quiere cambio, derogaremo­s el sanchismo», añadía entre los aplausos de los suyos. Y la amenaza soporífera de la inminente respuesta del presidente se cernía sobre mí al tiempo que un suspiro y un bostezo, lo confieso, se me escapaban (juraría que no he sido la única) al verlo encarar la réplica. Una que ya nos sabemos: todo negacionis­mo, todo ultraderec­ha, todo mala fe si están los otros; todo bien, todo fetén, si quien está es él.

De contestar a requerimie­ntos, nada; de dar explicacio­nes, nada; de rendir cuentas, nada. Esto ya lo hemos visto. Y si Cortázar escribió «Todos los fuegos el fuego», bien podríamos nosotros escribir un «Todos los debates el debate». Que estas horas de vida no nos las devuelve nadie.

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JESÚS G. FERIA Un cronómetro marca el tiempo de cada intervenci­ón en el Senado

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