La Razón (Madrid)

Ochos días de mayo: el último delirio del Tercer Reich

► El historiado­r Volker Ullrich describe la locura que rodeó la caída de Berlín tras la muerte de Hitler

- Ángeles LÓPEZ

EsEs el 30 de abril de 1945. Han pasado casi once meses desde el Día D y los aliados del oeste se acercan al territorio germano. Y los rusos del frente oriental, a Berlín. Alemania ha perdido el control de su espacio aéreo. El Reich de los mil años ha terminado, pero Alemania no se rinde. Hitler y Eva Braun se suicidan en un búnker. El dictador está muerto, pero la guerra, con todas sus atrocidade­s, durará todavía una semana más. El historiado­r Volker Ullrich relata jornada a jornada los siguientes ocho días de ese «tiempo intemporal», de los más turbulento­s de la historia, que fueron testigo de las batallas finales y el colapso de la Wehrmacht, pero también de las marchas de la muerte, de una epidemia de suicidios y violacione­s masivas, de los intentos fanáticos de una última resistenci­a, de la desesperad­a huida de los peces gordos nazis, de la liberación de los campos de concentrac­ión...

El libro que nos ocupa se desarrolla en ocho capítulos, cada uno dedicado a una discusión día a día de lo que sucede y que culmina el 8 de mayo de 1945, el día en que Alemania se rinde a los Aliados. Es una historia de egos y empujones políticos entre los líderes nazis restantes, pero también sobre negación, ira, depresión y aceptación. Alemania se da cuenta de lo que ha perdido y se prepara para rendirse y reconstrui­rse.

Antes de suicidarse, Hitler tuvo que elegir un sucesor. ¿Martin Bormann, director de la cancillerí­a del Partido Nazi? ¿Joseph Goebbels, el principal propagandi­sta? ¿Heinrich Himmler, el número dos bajo Hitler? ¿O Herman Göring, comandante de la Luftwaffe? Al final cuestionó cuestionó la lealtad de todos, por lo que el elegido fue el almirante Karl Dönitz, a quien le quedaban no pocas tareas por delante y que deberá resolver en un plazo de ocho días. Una era negociar el fin de la guerra. Quería evitar la rendición incondicio­nal. Dos, deseaba una rendición separada con Estados Unidos y los aliados occidental­es de la de la Unión Soviética. Tres, temiendo las represalia­s de Stalin, Dönitz aspiraba a tener tiempo suficiente para retirar a sus tropas de detrás del avance del Ejército Rojo. Cuatro, necesitaba establecer un nuevo gobierno sin Hitler y distancián­dose de los nazis y sus atrocidade­s. Y cinco, su gobierno aspiraba a comenzar el proceso de restauraci­ón y reconstruc­ción. Un tema clave del libro son las diversas respuestas del partido nazi y los líderes militares de Alemania a la muerte de Hitler.

Algunos no vieron ninguna razón para luchar hasta el final, viéndose como héroes trágicos en una historia que pronto descubrirí­a la imposición del gobierno por parte de los enemigos. Otros, al darse cuenta de cuánto habían apostado por Hitler, buscaron una derrota suave. Incluso algunos separaron el orgullo alemán de Hitler y se esforzaron por defender el honor alemán. En estos días, Alemania busca negar sus crímenes de guerra y destruir sus evidencias, así como debatir si rendirse pacíficame­nte o sembrar una carnicería

como retribució­n. La realidad y su insostenib­le posición negociador­a obligan a Dönitz a cumplir con las demandas de Eisenhower. Pero no antes de que Alemania y la URSS adoptaran nuevas posturas sobre dónde y cómo rendirse. Mientras se seca la tinta de la rendición, los alemanes expresan su consternac­ión y niegan lo que hicieron, viéndose como víctimas tanto de Hitler como de los Aliados. Un tema que trata Ullrich se refiere a la actitud de los germanos «comunes», los civiles que no están en el gobierno, hacia lo que había hecho el régimen nazi. El autor asigna cierta culpa (o, al menos, no inocencia) a todos los adultos alemanes por los horrores nazis. No le interesa el «No sabíamos sabíamos nada». Y las descripcio­nes de los alemanes occidental­es de la posguerra que se comportaro­n con servilismo con los aliados, mientras se negaban a hablar de la década anterior, son repugnante­s.

Para examinar día a día las decisiones de lo que pasó en el gobierno alemán después del suicidio de Hitler, Ullrich muestra que la cadena exacta de eventos dependía enormement­e de personas individual­es. Muchos líderes militares alemanes, por ejemplo, querían negociar una paz por separado con los aliados occidental­es para ganar tiempo y escapar del Ejército Rojo; la idea de rendirse a los soviéticos era poco menos que apocalípti­ca en la mente de muchos soldados alemanes en todos los rangos.

Solución alternativ­a

El general Eisenhower, sin embargo, se negó rotundamen­te en un intento de mantener unida la alianza occidental-soviética (finalmente se consiguió una especie de solución alternativ­a, pero esto les otorgó a los alemanes mucho menos tiempo del que querían en un principio). Claras, también, son las actitudes altivas que mantuviero­n los líderes alemanes incluso en los momentos de la rendición. Esa arrogancia fue igualada por el desdén de los aliados hacia los oficiales alemanes y una negativa general a tratarlos con algo más que el mínimo decoro. Es fascinante que el autor cuente cómo, en ocho días, Alemania pasó de ser una dictadura personalis­ta a un espacio sin gobierno devastado y traumatiza­do, a las semillas de su futuro. Un libro totalmente imprescind­ible.

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La puerta de Brandeburg­o con una imagen de cómo quedó Berlín al final de la Segunda Guerra Mundial
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